Puede ser el desconcierto y no la calma la causa de la aparente estabilidad con la que se recibe la avalancha de acontecimientos cuyas consecuencias resultan imposibles a corto plazo de evaluar.
Hubo un tiempo en el que los pinballsen los que los baby boomersconsumíamos parte de nuestro tiempo de adolescencia incorporaban cada vez más bumpers. Cada vez que el dueño del bar cambiaba la vieja máquina, a la que ya sabíamos cómo sacar 10 partidas extras por cada una que pagábamos, tenía que poner otra con más y más bumperspara rentabilizar el negocio y que no cambiásemos de bar. Llegó un momento de tal superabundancia del luminoso artilugio, que la bola de acero recorría la pista tan alocadamente y a tal velocidad que de las cinco bolas de una partida apenas tocabas una, y eso cuando alcanzabas a verla. Tardamos muy poco en darnos cuenta que pulirnos la paga de 25 pesetas en la nuevapinball era cuestión de apenas minutos, y aunque poco formados en criterios de inversión y rendimiento, enseguida supimos que los tiempos estaban cambiando y que habríamos de encontrar otros destinos para invertir con más éxito nuestros modestos ingresos.
Acudo a este recuerdo porque lo ocurrido desde el Brexit trae esa sensación de deja vu, de algo ya vivido, donde los acontecimientos a modo de bumper pasan la bola de un extremo a otro sin tiempo para digerir los hechos y menos aún para tratar de intuir por dónde acabará saliendo disparada la acerada esfera. Acabamos por centrar nuestra atención en lo que entendemos mejor, y sin llegar al extremo del noctámbulo borracho que busca sus extraviadas llaves bajo la farola con el solo pretexto de que “aquí hay luz”, explicamos que la libra cede porque el BoE no ha recortado los tipos de interés como estaba descontando el mercado. Y casi nos alegramos de ello, porque al menos tenemos algo que llevarnos a la boca, mientras cruzamos los dedos mirando las pantallas con el deseo de que las cosas se queden como están y no aparezca algo más que pueda acabar por cambiarlas sin que sea posible hilar un interpretación razonada. La suerte quiere que los mercados financieros estén relativamente tranquilos, como si la bola pasase a mucha velocidad sin apenas tocar los bumpers. Es de temer que las cosas no puedan mantenerse mucho tiempo así.
El BoE no se mueve porque todavía no tiene medida del impacto del Brexit. La Reserva Federal no se mueve por similar razón. Los japoneses reeditan su confianza en una política económica que no consigue recuperar el crecimiento ni subir la inflación. Los bancos italianos tienen una necesidad imperiosa de fondos que no se sabe de dónde han de salir. En España, la ausencia de Gobierno forzará urgentes y fuertes ajustes de gasto y/o subidas de impuestos al que algún día se forme, cual sea su color. Lo ocurrido en Niza generará una más agresiva respuesta militar francesa en las zonas controladas por el ISIS de Siria e Iraq, países frontera con Turquía donde su ejército tenía un papel protagonista que ahora se verá seriamente afectado por purgas internas que ralentizarán cuando no paralizarán las actuaciones dirigidas al control de los islamistas en Siria e Iraq, al margen del deterioro de la confianza en una economía cuyo crecimiento ya venía a menos, con un elevado déficit corriente y donde el 90% de su deuda exterior está denominada en divisa fuerte. Podemos sumar los problemas que puede generar la crisis de un gran banco como el Deutsche Bank que no deja de estar en el ojo del huracán y cuya cotización equivale a una cuarta parte del valor en libros de sus activos, en fin… Está ocurriendo que los mercados ganan en volatilidad y eso siempre ofrece oportunidades, pero también que puede ser el desconcierto y no la calma la causa de la aparente estabilidad con la que se recibe la avalancha de acontecimientos cuyas consecuencias resultan imposibles a corto plazo de evaluar. Cabe que tanto bumper acabe por obligarnos a reconsiderar nuestra actual gestión de recursos.