La teoría del caos explica que el resultado de algo depende de distintas variables y que es imposible de predecir. Por ejemplo, si colocamos un huevo en la cúspide de una pirámide no sabremos hacia dónde caerá.
¿Y en la actual situación española quién es el huevo?
Pues yo, sinceramente, tampoco lo sé, aunque no sería complicado hacer un chiste con la metáfora del zigoto, ya que pareciera que la situación kafkiana que vivimos los españoles desde hace nueve meses podría sugerir que nuestros problemas tienen que ver con una cuestión de pelotas.
Cuando las cosas se hacen para acreditar la fuerza animal frente a la inteligencia, el resultado en primera instancia, puede favorecer al bruto, pero a la larga siempre gana la batalla el que utiliza mayor dosis de sentido común.
No obstante yo, que soy optimista, no tengo ninguna esperanza en que salgamos de esta dinámica a corto plazo, porque no va a suceder nada que permita que el caos devenga en un cierto orden lógico, ya que los responsables de este desconcierto global no son individuos aislados con poder, sino que están acompañados en su locura por miles de personas tan enloquecidas como ellos, que les jalean en su cruzada contra los sarracenos, que son todos los que no piensan como ellos.
El cambio de ciclo que está viviendo el mundo lo observamos nosotros en primera línea, porque uno de sus escenarios está aquí y cuando decimos que en España se producen sucesos sociales y políticos que se enmarcan en la acracia y son destructivos, no podemos dejar de mirar a nuestro alrededor donde la ultraderecha se reparte con la ultraizquierda el escenario social y político de Europa e incluso de los Estados Unidos.
Todo esto sucede porque cada vez hay menos líderes y más oportunistas que acceden al poder, y también porque el slogan ha sustituido a la reflexión, la consigna a la conciencia cívica, la intoxicación a la verdad, la incultura a la educación, el odio a la tolerancia, la ligereza intelectual al pensamiento riguroso, y las birras y los canutos al compromiso con las libertades de los ciudadanos.
Hoy más que nunca produce cierta nostalgia mirar hacia atrás, pero aunque solo sea por un simple ejercicio de memoria histórica rigurosa y no sectaria, y sin necesidad de releer a Jorge Manrique, habría que reconocer que tanto nuestra sociedad como nuestros políticos, no hace mucho tiempo eran mejores.
Nos hemos devaluado individual y colectivamente y cuando pasen los años volverán a estar de actualidad algunos libros de historia política de nuestros días, en los que alguien hablará de aquellos nietos de puta que dejaron a nuestro país hecho unos zorros.