Sirva el magnífico título de la obra de John Reed sobre la revolución soviética, 'Diez días que cambiaron el mundo', al que ocasionalmente acudo para parafrasearlo en mis crónicas, para adelantar lo que va y no va a ocurrir en los próximos diez o quince días en España: va a cambiar mucho para que no cambie absolutamente nada. Y, así, quienes pretendieron enviar a Mariano Rajoy a la oposición para iniciar una época de reformas regeneracionistas en España han maniobrado tan mal que lo único que han logrado ha sido fortalecer a un Rajoy que llegó a estar contra las cuerdas de su propio inmovilismo.
Con políticas como las de Pedro Sánchez o, en el otro polo, Pablo Iglesias, Rajoy, sin moverse un centímetro -o pocos centímetros al menos_, se ha consolidado, hasta el punto de que algún sondeo indicaba este domingo que, si se repitiesen las terceras elecciones, el Partido Popular, con Gürtel o sin Gürtel, obtendría cuatro puntos más de los que tiene actualmente, lo que podría traducirse, calculando sin pretensiones de exactitud, en unos ocho o diez escaños más de los 137 con los que actualmente cuenta. Es decir, mayoría absoluta gracias al apoyo que le prestaría Ciudadanos. Y el PSOE, que caería a su vez cuatro puntos, pasaría a ser tercera fuerza tras Podemos, batiendo su propio récord de pésimos resultados en las urnas. 'Brillante' gestión, sin duda, la de este caótico año de Gobierno en funciones y desmadre tozudo, anclado en el 'no, no, no', en las filas socialistas.
Así que lo previsible es que la gestora del PSOE, que al parecer con bastante acierto preside Javier Fernández, se las arregle para que el comité federal, inmediatamente antes de que el Rey inicie su nueva ronda de consultas, permita que al menos once de sus diputados se abstengan, facilitando la investidura de Rajoy. Porque otra cosa, cuando el PSOE carece hasta de un candidato que llevar a unas elecciones, sería impensable, como bien venían a mostrar los sondeos dominicales. Una cosa es que el PSC, que es un apéndice con características propias y difusas dentro del mundo del socialismo español, se distancia asegurando que va a votar 'no' en esa investidura, y otra que el conjunto del partido más histórico de España, fundado por Pablo Iglesias 'el veterano' en 1879, se despeñe por la sima que iniciaría su desaparición. Así que habrá que buscar alguna rendija para 'colar' esas once abstenciones, al menos, mientras el resto, si quiere, sigue fijo en el 'no'.
De modo que, a finales de este mes, Rajoy debe superar la investidura y formar su 'nuevo' Gobierno, para el que ya andan circulando, con mayor o menor acierto -"bueno es el gallego como para andar soltando prenda", me decía esta semana un alto cargo del PP-, 'quinielas de ministrables', que es deporte casi obligado en estas circunstancias. Y esas quinielas indican, subyacentemente, que nadie espera grandes revoluciones por parte de Rajoy. Ni en cuanto a nombramientos sorprendentes, ni en cuanto a acelerones espectaculares en una política reformista. Nada de eso: Rajoy, que sale fortalecido con la enorme crisis interna del PSOE, nunca ha sido partidario ni de segundas transiciones, ni de reformar la Constitución, ni de grandes reformas legales ni, mucho menos, de propiciar eso que algunos llamamos 'el Cambio', con mayúscula.
Rajoy se muestra impasible incluso ante las posibles salpicaduras -no le van a empapar, en todo caso_ que le lleguen como consecuencia del juicio del 'caso Correa', o Gürtel, o Bárcenas. Sabe que tiene todas las papeletas para, antes del 1 de noviembre, haber jurado su cargo, nombrado a los ministros que le falten por nombrar, siempre dentro de la ortodoxia del continuismo, y tragar los pequeños sapos que le suponen los acuerdos con Ciudadanos, que tampoco son para tanto. Los problemas, a continuación, desde las exigencias europeas hasta la amenaza del referéndum en Cataluña, incluyendo la vista sobre la corrupción en el PP, ya se irán solucionando, como siempre: unos, pudiéndose, y otros, desgastándose por la acción nefasta de los demás, que ya se sabe que hay gente que no puede estarse quieta; y mire usted, si no, los casos de Pedro Sánchez, de Artur Mas o del propio Pablo Iglesias, que sale peor valorado en las encuestas incluso que el propio Rajoy, que al fin y al cabo sufre el desgaste -es un decir_ de gobernar, mientras que el líder de Podemos no hace otra cosa que ejercer de trapecista en la oposición, incluso en las localidades donde ejerce un cierto poder.
Y, por tanto, habremos pasado un año de convulsiones políticas, con dos elecciones y millones de tensiones, para dar en lo mismo, que, al fin y al cabo, ya se ve que Rajoy el previsible significa la estabilidad, qué diablos. Y, por cierto, me tendré que comer ese libro, que publiqué el pasado mes de mayo con Federico Quevedo, al que, imprudentemente, titulamos '¡Es el Cambio, estúpido!'. ¿Cambio? ¿Qué cambio?