El primero, de carácter social, iba dirigido a todos aquellos que sufren la crisis, sobre todo los jóvenes; el segundo tenía como objetivo recordar la base de nuestro sistema constitucional y el papel que debe jugar el sistema democrático en la búsqueda de soluciones y de acuerdos; y el tercero, insistir en que es España, su pasado de luces y sombra, pero sobre todo su esencia como nación la que debe alumbrar el futuro común de todos, un mensaje que tenía y tiene un destinatario principal hoy: Cataluña.
Estos han sido los aspectos positivos, lo más relevante de sus veinte minutos de intervención que terminaban con un saludo en las cuatro lenguas oficiales que se hablan en España. En ese tiempo Felipe de Borbón ha cometido o caído en tres errores, tres afirmaciones que chocan con la realidad de forma palpable, clara y directa: ha señalado que se ha puesto fín con la reciente investidura de Mariano Rajoy y la apertura oficial de la duodécima Legisltura a una situación compleja. Nada más alejado de lo que ya está sucediendo en el interior y en el exterior de las Cortes, con la polémica sobre el exministro Fernández Díez como el más pequeño de los ejemplos. La situación compleja se va a mantener y esperemos que la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado no nos lleve a una nueva y acelerada convocatoria electoral en el mes de mayo.
El segundo de los errores ha estado en su alabanza de la generosidad y responsabilidad de los grupos políticos. Las dudas sobre estos dos términos no pueden ser más grandes. Todos los días asistimos a escenas, declaraciones y actos que evidencian la poca generosidad y la falta de responsabilidad de acreditan los responsables públicos. De cara a los ciudadanos y en los enfrentamientos internos de las respectivas formaciones. Incluso en la propia ceremonia de apertura legislativa que presidía pudo comprobar la falta de generosidad, de responsabilidad y de educación de cien de los presentes. Diego Cañamero tenía y tiene todo el derecho a expresarse como republicano y a defender la República como forma de gobierno, pero como parlamentario democrático y ante el hoy por hoy Jefe del Estado que acude a la sede de la soberanía nacional debería haberse puesto en pie, al igual que deberían haberse puesto en pie sus compañeros de grupo, con Pablo Iglesias y una inoportuna tuitera como Carolina Bescansa al frente, al final y mientras sonaba el himno nacional. Sin aplaudir pero con el respeto que se debe a los símbolos nacionales mientras lo sean, que otra cosa es que se desee cambiarlos.
El tercero de los errores del Monarca fue dar por superada la crisis y los desequilibrios sociales que ha producido y produce cada día, con la muerte de la anciana en Cataluña como estandarte de un problema en el micro economía, por más que se quieran y puedan destacar las cifras macro de cara una Europa que nos amenaza de forma constante con sanciones y mira para otro lado cuando de Alemania, Francia, Italia o Gran Bretaña se trata.
La crisis económica y social no se ha superado entre otras razones poderosas porque no es un fenómeno pasajero. La crisis o lo que entendemos por crisis se ha quedado entre nosotros y nada va a ser igual que antes de 2008. La vida ha cambiado y las desigualdades sociales y económicas se han acentuado. España sigue a la cola de varios indicadores de los que avergüenzan y no sólo los del paro o la educación.
Felipe VI ha hecho un discurso para salir del paso ante una Legislatura complicada y difícil. Cuando ha pedido diálogo y responsabilidad tenía y tiene razón. El problema no está en él, está en los que tienen que practicarlo. Esta España nuestra está dando pasos hacia atrás como los cangrejos, desde los que quieren trocearla a los que quieren defender sus privilegios por encima de todo y sin conductas ejemplares que ofrecer desde la vida pública, a la que nadie está obligado, a la que se llega por decisión propia y que no necesita de sirvientes, ni de héroes, ni de sacrificios. Necesita que se piense en los demáspor parte de aquellos a los que se elige.