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Hay que aceptar el reto de los cambios globales

Hay que aceptar el reto de los cambios globales

Por Gaspar Llamazares

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“Quién sabe, a esta velocidad, cómo será España en el año 2020”. Con esta declaración de principios encaran los responsables de este medio un loable análisis que han denominado ‘Veinte/Veinte’. Contribuir a arrojar cierta luz sobre lo que está pasando y puede pasar a nivel político y económico en nuestra sociedad y en el entorno mundial globalizado que nos atenaza debería ser una obligación para cualquier asociación, colectivo, grupo o medio de comunicación que se sienta orgulloso de ser parte integrante de la sociedad civil. Atendiendo a su invitación, trataré de dar una somera visión desde la izquierda, sin pretender con ello tener ningún carácter pedagógico ni adoctrinador, simplemente explicativo.

Es muy cierto que los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo y es difícil mantener la perspectiva. Todo se acelera, salvo la velocidad de nuestros coches en las autovías. Pero da la impresión que en los grandes debates que sacuden al mundo como la crisis económica internacional, la necesidad de un nuevo orden económico, la lucha contra el hambre, el cambio climático o la revolución tecnológica ni nuestro Gobierno ni ningún otro Ejecutivo del mundo sabe dónde colocar las pegatinas de 110 kmts./hora para analizar con calma cómo abordarlos con garantías.

El nuevo orden internacional que se vislumbra está resituando a los países y, en muchos casos, a zonas enteras que casi podríamos catalogar por su amplia extensión como ‘subcontinentes’, en un nuevo mapa relativo de sus respetivos poderes económicos y humanos. Europa y Estados Unidos empequeñecen mientras crecen los gigantes asiáticos, Brasil o Sudáfrica.

Los últimos movimientos democráticos en el norte de África –con Túnez, Egipto o Libia como avanzadilla de un supuesto ‘efecto dominó’-, impensables para cualquier sesudo analista hace apenas unos meses, han encendido muchas luces de alarma. También evidencian que en toda previsión hecha desde los ‘think tanks’ internacionales más preparados quizás lo primero que haya que mirar con atención es su ‘código de barras’ para saber quiénes los patrocinan y el interés que persiguen, además de su imprescindible ‘fecha de caducidad’ con la que intuir la validez temporal de sus conclusiones.

Todo está interconectado. China ya posee uno de cada cinco bonos colocados por el Tesoro español. Tras la gira de finales de febrero de Rodríguez Zapatero por Oriente Medio parece que Qatar, Dubai o los Emiratos y sus, al parecer, inagotables fondos de inversión, van a tener mucho que decir en la impresentable privatización de las cajas de ahorro, último reducto de ‘banca semipública’ que nos quedaba y al que un Gobierno que se dice de izquierdas ha puesto el cartel de ‘Se Vende’.

Al mismo tiempo, según el informe PISA, los estudiantes de Shangai son los mejores y los españoles ocupan el puesto 33. Corea del Sur registró el año pasado 8.800 patentes y España 317. Comemos aguacates chilenos, nos vestimos con ropas chinas, nuestros muebles vienen de Indonesia, conducimos coches suecos o alemanes cuyos componentes vienen de Sudáfrica o Eslovaquia, generamos electricidad con carbón indio o con gas argelino, nos desplazamos con petróleo libio, guineano o venezolano.

Ya han pasado tres años desde que el ‘tsunami financiero’ hundió la economía real de medio mundo. Cuando los incautos e, incluso algunos gobernantes de todo signo, decidieron mirar bajo las alfombras de muchos banqueros y ‘brokers’ a los que hasta hacía poco tiempo habían halagado y con los que habían compartido sesudos desayunos informativos y comidas de trabajo sólo se encontraron en más ocasiones de las debidas especuladores que jugaron al póker con el riesgo, inversores crédulos, gurús disfrazados de expertos y reguladores ciegos.

La picaresca financiera también se ha globalizado y ha adoptado múltiples formas, escalas y apellidos. Bernard Madoff acabó entre rejas tras pasearse durante décadas por Wall Street; Lehman Brothers sobrevivió a una guerra civil, al Crash del 29, a dos guerras mundiales pero no pudo con la avaricia de las hipotecas subprime; el ‘tigre celta’ acabó en la bancarrota irlandesa, mientras al ‘lince ibérico’ le explotó la burbuja inmobiliaria y la abeja de Nueva Rumasa zumba de nuevo en medio de pagarés de última generación. Lo malo es que detrás de todos ellos había familias y trabajadores con nombres, apellidos que sólo buscan ganarse honradamente la vida.

Pero ese capitalismo de casino que el mismísimo Sarkozy creía hace dos años que había que ‘refundar’ juega con las cartas marcadas y, lo que no es menos importante, con que el tiempo lo cura todo y el olvido llega pronto. El veneno seguirá actuando mientras los gobiernos sensatos no decidan embridar el caballo desbocado de los mercados financieros, mientras no se cierre el santuario delictivo de los paraísos fiscales y mientras los Estados no sean más exigentes con las entidades financieras.

España y el mundo sufren la asimetría entre el nuevo poder macroeconómico y mediático y la cada vez mayor impotencia de la política. Más allá de la coyuntura, no se trata sólo de salir de la crisis, sino de decidir la sociedad, el país y el mundo que queremos para el futuro. Y ese objetivo ha de ser trazado en función de valores y de ideas que dibujen los cambios, los impulsos y la orientación a seguir. Debe devolverse el lugar que corresponde a La Política (con mayúsculas) y corregir la asimetría que da ventaja a una macroeconomía sin control democrático alguno.

La crisis tiene una triple dimensión: económica, ecológica y democrática. Su origen es el fracaso del paradigma neoliberal que ha predominado estos últimos años. El fracaso de los ‘think tanks que atacan siempre con el mismo mantra: menos Estado y más mercado, más privatizaciones de bienes y servicios, menos impuestos, menos Estado de bienestar, menos gasto público y más reformas del mercado laboral para abaratar costes.

No es una crisis accidental. Es estructural. No es que el neoliberalismo esté en crisis. Es que el neoliberalismo es la crisis. Y sólo puede ser superado con un cambio de paradigma económico, energético y ecológico basado en la sostenibilidad, el ahorro, la eficiencia, la innovación tecnológica y científica y el uso racional de los recursos naturales, pero impulsado por la participación ciudadana, la paz y los derechos humanos.

Los problemas de España no consisten sólo en una alta deuda privada, sino también en la falta de confianza en las posibilidades de su economía real. Seamos conscientes de nuestras debilidades para subsanarlas: la baja productividad, una distribución de la renta más desigual que en nuestro entorno, un gasto social y educativo insuficiente, una formación profesional inexistente, una sanidad pública amenazada.

Para salir del mapa de la tristeza nuestro país debe ser capaz de aprovechar su ventaja en sectores emergentes como las energías renovables, el ferrocarril, la distribución energética de fuentes complejas, la informática, las nuevas formas de turismo, la biomedicina, las biotecnologías, para afrontar desde posiciones de liderazgo la tercera revolución industrial en la que está inmerso el planeta. No vale con leyes de economía sostenible hechas a retales, a ratos y trufadas de ocurrencias y de ‘leyes Sinde’ coladas de rondón. Hace falta una voluntad política para alcanzar un Nuevo Acuerdo Social y Verde a escala planetaria (Green New Deal).

España es una potencia de tamaño medio con intereses globales que no puede defender en solitario, por lo que debe aspirar a tener una voz en el mundo. Conviene reprogramar nuestras prioridades internacionales en torno a tres dimensiones: diplomacia, defensa y desarrollo comercial y cultural. Merece la pena preguntarse si es sostenible el vasallaje militar de España en misiones tan irracionales, costosas y caducas como la de Afganistán.

La Unión Europea debe ser de verdad nuestra patria grande. Países cada vez más que ‘emergentes’ como China, Rusia, India o Brasil merecen que España construya con ellos una cooperación estratégica. Por razones económicas y culturales nuestra diplomacia debe emanciparse de la tutela política estadounidense en las relaciones con América Latina y cooperar a fondo con los gobiernos que sus pueblos han elegido democráticamente, gusten o no gusten. Y en términos de proximidad, nos interesa impulsar desde la Unión Europea un proyecto serio en la cuenca mediterránea y, sobre todo, en el Magreb, con especial atención a los derechos irrenunciables del pueblo saharaui. Pero sabemos que la respuesta a los desafíos globales no es local ni tan sólo nacional. Deberá de ser europea y mundial o, simplemente, no será.

 

(*) Gaspar Llamazares Trigo es portavoz parlamentario de IU

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