Ahora que estamos inmersos en una precipitada carrera para la recapitalización de las entidades financieras como solución a los problemas de nuestra economía, me viene a la cabeza una reflexión “molesta” que he tenido la suerte de leer en una obra de Zygmunt Bauman y que querría compartir con todos aquéllos que estén dispuestos a pasar un rato con un profano en economía. ¡Advertidos quedan!
La crisis financiera internacional en la que estamos metidos desde 2008 no era tan imprevisible como muchos han intentado hacernos creer. Muy al contrario, es el resultado lógico del modelo capitalista posesivo y radical al que hemos confiado desde hace muchos años nuestra suerte y nuestro futuro en lo económico y lo social. Vaya por delante que toda crítica al capitalismo no supone por mi parte simpatía alguna por el modelo del llamado “socialismo real”.
Éste fue un sistema que con la promesa de que alcanzaríamos el reino de la libertad nos echaba en manos de quienes lo único que pretendían era cercenar las libertades y someter a la “esclavitud” a los individuos. Sin embargo, eso no debería impedirnos ver que el capitalismo lleva en su interior el “gen” de la destrucción y, lamentablemente, si no se ponen las medidas para neutralizar esa célula patógena, su expansión nos llevará una y otra vez a caer en profundas crisis. Dicho toscamente, el capitalismo es un modelo económico que se sustenta en la ambición humana desmedida y que se hace exitoso cuanto mayor es la concentración de riqueza que consigue.
Por ello, como dijera Rosa Luxemburgo, el capitalismo actúa como un “sistema parasitario” que prospera siempre que encuentre un organismo del que poder alimentarse. Necesita de economías “precapitalistas”, “tierras vírgenes” que poder colonizar para seguir generando concentración de capital. El resultado, tras el paso del capitalismo por esas tierras “inexploradas”, es la transformación de éstas en un desierto en el que es difícil que vuelva a germinar semilla alguna. Al inicio del siglo XX el capitalismo se extendía en las “nuevas tierras” que eran ocupadas para la colonización y en los países que nacían a la vida independiente.
La fórmula del sistema económico que se aplicaba era bien simple: cubrir las necesidades que esas nuevas sociedades tenían. La oferta se adecuaba a la demanda. Sin embargo, décadas después, cuando ya esas “nuevas tierras” han sido plenamente colonizadas y esquilmadas, el capitalismo requiere nuevos campos en los que el modelo siga floreciendo. Si en el planeta ya no hay más tierras vírgenes que ocupar la solución se ha de buscar en las propias sociedades desarrolladas. Para ello, se necesita cambiar el orden en las prioridades vitales. Si el modelo económico hasta ese momento había funcionado adaptando la oferta a la demanda, en el “nuevo tiempo económico” lo que se tiene que hacer es generar demanda para que la oferta funcione a pleno rendimiento.
La idea anterior es mucho más que una “estrategia económica”: fue nada más y nada menos que un cambio de paradigma económico y modo de vida. Mediante esa estrategia hemos pasado de unas sociedades de productores a otras de consumidores. El objetivo del nuevo modelo es contar con personas que nunca colmen sus necesidades. Lo importante es que todos vivamos enganchados a nuevas y permanentes necesidades que debemos satisfacer cada día (una nueva casa, unos nuevos electrodomésticos, un nuevo coche, ropa de temporada o una mejores vacaciones). ¿Pero cómo es posible vivir haciendo frente a los ingentes gastos que la nueva cultura nos reclama? El invento para solucionarlo fue el CRÉDITO: si necesitas consumir y no tienes dinero, no hace falta que esperes a conseguirlo, los bancos te lo prestan.
En la sociedad clásica, no era así: cuando se tenía necesidad de consumir, lo primero que se hacía era trabajar, apretarse el cinturón, privarse de otras cosas y esperar a reunir el dinero suficiente para poder hacer frente al gasto que conlleva lo que se ha decidido adquirir. Era la cultura de una persona precavida, ahorradora, respetuosa con los tiempos y consciente del valor de las cosas. Ahora, gracias a los bancos y a sus créditos, no se tiene que esperar, basta con acercarse a una de sus oficinas y pedir cuanto se necesita. -En tiempos no muy lejanos las entidades financieras no sólo te prestaban dinero para lo que le pedías sino que aprovechaban la ocasión para ofrecerte más aún para gastos complementarios-. Es una cultura en la que lo importante es el deseo y la voluntad de satisfacerlo y en la que el valor se aleja del precio puesto que se cuenta con quién está encantado de prestar el dinero que necesitas.
Por eso, durante muchos años, mercancías que tenían un valor limitado aumentaron exponencialmente su precio. Durante varias décadas hemos vivido alimentando una economía sustentada en el consumo permanente y desenfrenado. Pero esa forma de vivir no ha sido un capricho de las personas, fue una estrategia del capitalismo que necesitaba “nuevos campos que colonizar”, ahora en forma de ávidos consumidores que aseguran que las fábricas trabajan a pleno rendimiento y los productos salen de los almacenes, al tiempo que los bancos mediante la generación de “deudores permanentes” viven felizmente de los intereses de los créditos.
Durante todo este tiempo se ha estado atizando el deseo de consumo para que todos, jóvenes y mayores, ricos y pobres, blancos y negros, nos convirtiéramos en una “raza” de deudores. “El mundo es de la deuda y nadie debería vivir sin estar endeudado” ha sido el lema durante estos años. Por eso, no han faltado los “productos financieros” que facilitaban esa situación – leasing - y eran muy frecuentes las penalizaciones a aquellos clientes de bancos que pretendían cancelar sus créditos. El problema, como cuando se agotaron las “tierras vírgenes” a mediados del siglo pasado, es que ahora también se empiezan a agotar los potenciales deudores: ya no cabe seguir alimentando el sistema con más y más grandes deudas al tiempo que aparecen los impagos y los bancos no saben qué hacer. Por eso recurren al Estado y a las reservas monetarias de los países, porque, puesto que han esquilmado el mercado del crédito privado, la única forma de seguir adelante es que los países gasten sus ahorros y aumenten su endeudamiento para absorber la que ellos han generado.
En definitiva, lo que está sucediendo es que el capitalismo nuevamente no ha sabido controlar su célula autodestructiva, que se ha extendido y provocado una enorme metástasis en la economía global. Y puesto que no se adivinan soluciones todo se fía a estabilizar el modelo inyectando dinero y esperando que el deseo y el consumo activen las cadenas de producción de nuestras fábricas nuevamente. ¡Craso error! Eso tan sólo será un “parche” que nos pondrá en el camino de la próxima crisis que, puesto que el mercado del crédito ya está saturado, se producirá en mucho menos tiempo y con más intensidad. Mientras tanto, nada se dice y menos se hace sobre los verdaderos problemas de nuestro mundo: el cambio climático, los movimientos migratorios, el hambre, las guerras y el avance de las desigualdades.
Para hacer frente a estos problemas, se necesitaría un nuevo cambio de paradigma y, lamentablemente, la ambición humana y la voluntad de concentración de riqueza propia del capitalismo no tienen interés alguno en auspiciarlo. Para lograr ese cambio de paradigma se requeriría activar en nuestras sociedades unos parámetros vitales muy distintos a los actuales: la sensibilidad ante las desigualdades, la injusticia, la opresión, la valorización de la solidaridad y el respeto a la dignidad de la persona. ¡Pero a quién interesan estos valores sino a socialistas trasnochados, a monjes, pacifistas y ecologistas visionarios! En definitiva, a gentes que no están en el sistema. Por lo tanto: ¡Sigamos con lo nuestro!
(*) Elviro Aranda Álvarez es profesor de Derecho Constitucional y diputado del Grupo Parlamentario Socialista