Son dos formas de entender un mismo objetivo pero de otra manera. El catalán y sus socios de candidatura y gobierno buscaron una "independencia expréss" que era imposible por la situación democrática de España, su presencia dentro de la UE, y la manifiesta insuficiencia de los votos que les acompañaban en su intentona. También por el mal camino democrático elegido, con trampas y mentira desde el primer momento del "asalto final" contra el estado del pasado mes de septiembre.
El líder vasco que tiene, al igual que el resto de la sociedad a la que representa la alargada sombra de ETA a sus espaldas, no quiere hablar ni de soberanía, ni de independencia y mucho menos de referendum. Su estrategia como representante del PNV es utilizar un camino más lento, más largo pero con más perspectivas de éxito ya que trata de recorrerlo junto a otras "naciones sin estado" que existen en Europa, lo que le llevaría a sumar a los escoceses y a los kurdos en una futura reivindicación social, cultural y política de lo que consideran la "realidad" de Euskadi.
Siempre pensé que la existencia de ETA y su "lucha armada" por la independencia del País Vasco hacia inviable cualquier opción política para conseguirlo, mientras que desde la "pacífica" y pactante Cataluña que acabó con la violencia que representaba Tercera Lliure, un día su Parlament haría exactamente lo que ha hecho. Transformada la violencia de ETA en oferta electoral a través de Herri Batasuna, primero, y Bildu, después, la presencia política del independentismo más radical se expresa en las urnas y ha logrado objetivos de gobierno importantes pero lejos de proclamaciones soberanistas.
En Cataluña ha ocurrido algo parecido: los independentistas han llegado al gobierno de la Generalitat y a la mayoría de los pueblos y ciudades de la autonomía pero se han equivocado y gravemente en la recta final cuando han querido coger un abajo para llegar a la meta, cambiando las reglas de la carrera y sin tener la fuerza social y política suficiente para hacerlo. Miraron a Eslovenia en lugar de a Quebec, quisieron aprovechar la debilidad del gobierno central, las dudas dentro de Europa sobre su propia identidad, la cambiante relación de fuerzas internacionales en el mundo globalizado y sus propios intereses de grupo y personales para ocultar sus singulares niveles de corrupción, y se equivocaron.
Desde hace cien años - para no remontarnos en la historia a la consolidación "cristiana" de la Península con los llamados Reyes Católicos y desde luego a la llegada del primer monarca Borbón en 1.700 - Cataluña y Euskadi han querido ser diferentes dentro de España, ya fuera ésta una Monarquía o una República. Lo consiguieron entre 1931 y 1936 con más o menos dificultades y pronunciamientos; lo perdieron legalmente pero no económicamente entre 1939 y 1977; lo recuperaron con condiciones a partir de 1978 junto a otra "histórica" como Galicia y una "invitada" como Andalucía; lo han gestionado de muy diferente manera a lo largo de casi cuarenta años basándose en su diferencia de tamaño y en su representación parlamentario en las Cortes; y han llegado a este momento con unos líderes y un análisis de la realidad muy diferentes.
El lendakari Urkullu y su partido tienen en sus manos la duración de la actual Legislatura y el gobierno de Mariano Rajoy con sus seis votos y la aprobación o no de los Presupuestos Generales del Estado; el ex presidente Puigdemont y su partido tienen por delante la cárcel y unas elecciones en las que van a seguir perdiendo, casi con toda certeza, más votos y representación en el Parlament. Esta es la mejor representación de esta España nuestra con sus identidades históricas - que no son sólo Cataluña, Euskadi, Galicia y Andalucía - buscando en las dos velocidades el entierro de una vez por todas de las disputas que le acompañan desde hace 500 años.