En momentos como los actuales, cada vez más comprometidos con la globalización y la sostenibilidad, adquiere especial relevancia reflexionar sobre la naturaleza y envergadura de los retos energéticos que la industria tiene ante sí. Como punto de partida en esta reflexión, es importante comprender bien la relación existente entre el consumo de energía y algunas de las principales variables que caracterizan cuantitativamente a la sociedad humana global: la población y la generación de riqueza. A lo largo de la historia, constatamos que la humanidad crece demográfica y económicamente cuando dispone de energía accesible en términos de disponibilidad y de coste.
Así, vemos que el primer cambio de pendiente simultáneo importante que sufren las curvas de población, riqueza (entendida como PIB) y consumo de energía tuvo lugar a finales del siglo XVIII, cuando la invención de la máquina de vapor rompió con la limitación de la obtención de energía del entorno al consumir un recurso energético susceptible de ser extraído industrialmente y transportable como el carbón.
El segundo hito energético se produce a finales del siglo XIX, cuando se perfora el primer pozo de petróleo y se inventa la lámpara de filamento incandescente y cuando, ya a principios del XX, comienzan a fabricarse automóviles en serie. Todo ello produce un nuevo repunte de las tres variables mencionadas, que se acentúa hasta convertirse en un crecimiento exponencial a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. Las cifras son realmente elocuentes: entre 1950 y 2000, la población mundial se duplica, el consumo global de energía se multiplica por cinco y la riqueza lo hace por seis. Y esto es posible, simple y llanamente, por la abundante disponibilidad de carbón, petróleo y gas accesibles y baratos.
Es decir: crecimiento demográfico, riqueza, revolución tecnológica y disponibilidad de energía son cuatro caras de una misma realidad.
Veamos ahora la situación actual y los desafíos que tenemos por delante en materia energética. Según datos del World Economic Outlook de la Agencia Internacional de la Energía, entre 2008 y 2035 se producirá un incremento del consumo mundial de energía del 37%, pasando de 12.200 a 16.700 millones de toneladas equivalentes de petróleo, mientras la población mundial en ese mismo periodo pasará de 6.700 millones a 8.500 millones de personas. En 2035 el 74% de la energía primaria consumida provendrá de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), y el transporte, con 50 millones de nuevos vehículos cada año, será el gran generador de la nueva demanda energética. El mismo informe estima que para abastecer la nueva demanda se requerirán inversiones del orden de 33.000 billones de dólares.
Un último dato: los países no OCDE absorberán el 93% de ese citado incremento del consumo mundial de energía. Esto significa que va a ser necesaria una inmensa cantidad de energía para que pueda materializarse el acceso de la clase media de centenares de millones de personas en los países emergentes. Lo que nos lleva a establecer una similitud con el segundo hito energético que mencionaba antes, y es que los mismos patrones que tuvieron lugar en los países de Occidente durante el siglo XX van a reproducirse en una buena parte del resto del mundo durante el siglo XXI.
Todo lo anterior dibuja un nuevo panorama energético que nos exige una definición de un nuevo sistema energético que nos permita afrontar y abastecer el colosal reajuste de las expectativas de bienestar de la humanidad.
En primer lugar, acompasar la oferta a la demanda de petróleo y gas obliga a buscar recursos cada vez de más difícil acceso y de mayor coste. Sirva como ejemplo la exploración y producción de petróleo en aguas profundas y súper profundas como la que Repsol está llevando a cabo en Brasil, Golfo de México o África Occidental; o la explotación de shale gas o de pizarras bituminosas que han provocado nuevas expectativas en la obtención de recursos en países como Estados Unidos o Argentina. Naturalmente que es posible obtener esos recursos como ya estamos haciendo, pero requieren mayores exigencias tecnológicas y de inversión, además de una buena dosis de talento.
Otro de los factores clave a tener en cuenta es que los combustibles fósiles van a seguir siendo una parte esencial del mix energético. Y, aunque es una obviedad, hay que recordar que los combustibles fósiles son finitos y llegará un momento en que ni siquiera el esfuerzo tecnológico e inversor podrá impedir que se supere el punto conocido como peak oil y comience un lento declive en la producción.
Hay que añadir que a medida que la seguridad de suministro de los hidrocarburos se vea sometida a mayores tensiones, el peso de la energía en el panorama geoestratégico mundial cobrará aún mayor relevancia.
Pero además, y aunque los tres puntos mencionados serían suficientes para hacer necesario un nuevo modelo energético global más sostenible, hay un factor adicional que también por sí solo bastaría para exigirnos acometer cambios profundos en el modelo energético. Me refiero al cambio climático.
El mundo necesita más energía, pero provista de un modo que resulte compatible con la seguridad energética, el equilibrio geopolítico y la estabilidad climática del planeta.
De modo que, en términos generales y en especial para una compañía como Repsol, las líneas de actuación para abordar el problema deben tener como ejes principales aumentar la eficiencia energética, y descarbonizar el uso de fuentes de energía primaria, bien utilizando recursos energéticos con menor contenido en carbono, o bien capturando y almacenando de modo seguro el CO2 asociado a su uso.
Según la AIE, una apuesta decidida en ese sentido proporcionaría tiempo adicional para encontrar soluciones que nos hagan transitar hacia un planeta más inteligente y más sostenible. Y ello hay que hacerlo al mismo tiempo que se siguen produciendo los recursos energéticos convencionales necesarios para dar tiempo a las transiciones que están en marcha.
Me satisface mucho poder decir que Repsol está haciendo su parte. Con respecto a la Estrategia de Carbono, en 2005 se estableció un objetivo de reducción de un millón de toneladas de CO2 para el periodo 2005-2012. Repsol ya consiguió superarlo en 2008, mucho antes del fin de ese periodo. Y, fieles a nuestro compromiso, decidimos establecer otro objetivo más ambicioso: reducir dos millones y medio de toneladas de CO2 en el periodo 2005-2013, y hasta 2010 lo estamos cumpliendo con éxito.
El esfuerzo realizado en esta materia puede no ser suficiente si se confirman algunas tendencias que apuntan a unos objetivos comunitarios más ambiciosos que exigirían una aceleración de las medidas que estamos tomando las compañías.
Todo este trabajo que estamos realizando, al final, se refleja en los rankings internacionales que escrutan nuestro desempeño en esta área. Como ejemplo, el Carbon Disclosure Project (CDP), el índice más riguroso sobre estrategias de Carbono de Compañías, lanzó dos nuevos índices en 2010: el Carbon Disclosure Leadership Index (CDLI) que evalúa la transparencia de las compañías y el Carbon Performance Leadership Index (CPLI) que destaca a las compañías que han demostrado un desempeño excelente en esta materia. Sólo dos compañías petroleras han estado en ambos índices, y Repsol ha sido una de ellas.
Volviendo a nuestra línea argumental, es muy importante tener presente que el empeño de incrementar la eficiencia y reducir las emisiones es una responsabilidad compartida por todos, y debe ser objeto de actuaciones por parte de las empresas, pero también por los poderes públicos, sin olvidar a los propios ciudadanos.
Los poderes públicos han venido marcando las nuevas reglas del juego. Por ejemplo, la Unión Europea ha establecido sus metas, los famosos 20-20-20, para el año 2020: disminuir un 20% las emisiones de gases de efecto invernadero, alcanzar el 20% de renovables en el consumo final de energía, y ahorrar un 20% en el consumo de energía primaria. Sobre estos ejes basculan las acciones y decisiones de la UE en relación a materia energética, está claro que nosotros tenemos que formar parte de ese futuro.
Dicho todo lo anterior, y que, como ya hemos visto, los combustibles fósiles van a seguir siendo durante mucho tiempo la parte principal del mix energético, desde Repsol y el resto de compañías del sector tenemos que ser capaces de cambiar la percepción pública sobre el petróleo y los productos petrolíferos. No podemos olvidar que nuestra materia prima, el petróleo, tiene un grave déficit reputacional. Muchos de nuestros conciudadanos ven el petróleo como algo sucio y anticuado. Debemos cambiar esta percepción, haciendo notar que el petróleo es una fuente de energía segura y que operando con los estándares de actuación de Repsol, limpia. Este punto me parece muy importante: lo que realmente importa no es que la energía sea verde, sino que sea limpia.
Uno de los mensajes más claros y rotundos de la Cumbre Empresarial en Seúl, en la que tuve ocasión de participar, fue que tenemos que utilizar y desarrollar todas las fuentes y tecnologías energéticas si queremos abordar con efectividad el desafío que el presente y el futuro nos demandan, entendiendo la energía limpia y la eficiencia energética como oportunidades de mejora y crecimiento.
(*) Antonio Brufau es Presidente Ejecutivo de REPSOL