I. La mejor manera de saber hacia dónde vamos, dónde estaremos en el 2020, es indagar de dónde venimos. Por eso, el adanismo (el pensar que el mundo nace con nosotros) es, lamentablemente todavía, uno de los grandes pecados de ciertos líderes políticos; actitud que debería calificarse de ridícula y patética si no fuera por los trágicos resultados que muchas veces ha producido para los pueblos. Pues bien, en líneas generales, hace cincuenta años, en los años 50 del siglo XX, España estaba en una situación muy diferente a la que estamos hoy, era un país pobre, agrícola, rural, con tasas de analfabetismo y mortalidad infantil extraordinariamente altas, era una dictadura pero, sobre todo, era un país aislado, encerrado, poco comunicado con el resto del mundo, especialmente del mundo desarrollado de Europa.
Con el desarrollo que comenzó en la década de los 60, con la llegada del turismo y con las remesas de los emigrantes la situación empezó a cambiar, a cambiar drásticamente especialmente desde el punto de vista económico. La década de los 70 hizo lo demás: la Transición a una democracia homologable con el resto de Europa y la apertura al mundo en todos los sentidos. Puede afirmarse sin ambages que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y hasta la caída de la Unión Soviética, España protagonizó el cambio más importante acaecido en Europa. La entrada en la Alianza Atlántica nos incardinó definitivamente en Occidente, olvidando infantiles veleidades tercermundistas y además hizo posible nuestra entrada en la Unión Europea.
Tiene un especial valor y quizás más en estos tiempos, recordar el “espíritu” de la Transición: España que había pasado gran parte del siglo XIX inmersa en guerras civiles a las que puso corolario la más sangrienta y cruel de 1936 a 1939; España, que lamentablemente había sido un modelo de discordia y enfrentamientos civiles, daba una lección al mundo de alcanzar acuerdos y crear consensos, en definitiva de concordia.
Así se ha reconocido unánimemente para sorpresa de extraños y sobre todo de propios; en efecto, una de las consecuencias más perniciosas, quizás la peor, de la larguísima decadencia “post-imperial” ha sido la pérdida de confianza en nosotros mismos, como personas y también como nación. Séneca en su libro De la vida breve y de la vida feliz dice que la única condición imprescindible para la felicidad del ser humano es precisamente la confianza en uno mismo. Por eso (aunque lo veremos después) en estos últimos 50 años se ha ido superando poco a poco ese complejo: hemos ido recuperando la confianza y abandonando el tradicional pesimismo que era la secuela inmediata de aquella.
II. Hoy es muy difícil explicar a nuestros jóvenes que la principal preocupación de los españoles en 1975 era evitar una nueva confrontación civil, lo que se veía como no muy probable. Diez años después, en 1985, los españoles creían que el entrar en Europa supondría a buen seguro la desaparición de nuestra industria (que -se decía- solo era capaz de sobrevivir con un altísimo proteccionismo, básicamente arancelario). Diez años después se reputaba poco menos que imposible el entrar en la Unión Monetaria, en el euro, y lo hicimos con nota. Así pues, hemos ido superando paso a paso esa creencia de nuestra incapacidad para el trabajo, para los esfuerzos colectivos y continuados y España encaró el siglo actual con una actitud claramente mejor para hacer frente a los retos que el futuro nos reservaba.
De hecho ha sido así y por los resultados se puede ver: España, y a pesar de la grave crisis económica que padecemos y que tan mal encarada ha sido por nuestro Gobierno, es una de las principales economías del mundo, nuestras empresas se codean con las mejores del mundo y en algunos casos lideran los rankings sectoriales; tenemos unas infraestructuras envidiables y envidiadas y gozamos de uno de los mejores sistemas de salud el mundo. Incluso en el ámbito del deporte España está a la cabeza de Europa: fútbol, baloncesto, tenis, motociclismo, Fórmula 1, ciclismo, etc., son buenos ejemplos de ello. Otro tanto se puede decir de la gastronomía. Ellos son la mejor prueba de esa recuperación de la confianza y al mismo tiempo son motor de dicho proceso.
Pero no todo van a ser parabienes. Recientemente la Fundación Everis, recogiendo las opiniones de 100 personalidades de la vida española, fundamentalmente económica, ha elaborado el informe “Transforma España” en el que junto a las notas positivas destaca nuestras deficiencias y las amenazas a las que nos enfrentamos. Entre aquellas merecen la pena destacarse:
a) La pérdida progresiva de competitividad de nuestra economía; un componente importante de esta pérdida lo constituyen los salarios que han crecido sustancialmente más que los de los países de nuestro entorno; además tenemos casi cinco millones de parados. Parece increíble que con estos datos, escalofriante el del paro, todavía haya resistencias importantes a modificar la legislación laboral, curiosamente una herencia del franquismo -probablemente la única que aguanta el paso del tiempo a pesar de sus funestas consecuencias-.
b) Un deficiente sistema educativo, o mejor una gestión del talento manifiestamente mejorable. A diferencia de nuestras empresas, nuestras universidades (no las escuelas de negocios, de gestión casi exclusivamente privada), brillan por su ausencia en los rankings mundiales.
Esto tiene, a mi juicio, una importancia trascendental cuando estamos inmersos en la Revolución Tecnológica y también repercute en nuestra economía porque la mejor manera de incrementar nuestra competitividad es dotando a nuestros productos de mayor contenido tecnológico lo que requiere un buen sistema de I+D+i, lo que obviamente comienza por el sistema educativo.
Pero no es sólo ello: nuestro modelo educativo debe tender también a nuestras necesidades sociales, quizás más importantes que las expuestas; es imprescindible y urgente la recuperación de ciertos valores y hábitos como el trabajo, el esfuerzo, el respeto, la educación, etc., que siendo imprescindibles para la vida en sociedad han caído un poco en desuso quizás por la importancia y la velocidad a la que han acaecido los cambios a los que hemos hecho referencia.
c) Un exceso de politización en nuestra vida pública. Después de 40 años de prácticamente nula vida política, la sociedad española acogió a los políticos y a los partidos políticos con los brazos abiertos y lo cierto es que supieron dar cumplida respuesta a las expectativas levantadas; las fuerzas políticas supieron agruparse en partidos, bien regionales bien nacionales, que respondieron a las primeras exigencias del electorado: articular consensos que culminaron en la Constitución de 1978 (la primera de nuestra Historia que no excluía a nadie) y en los Pactos de la Moncloa del año anterior, éstos enderezaron una situación económica harto delicada y aquella continúa siendo, aunque a veces maltratada, nuestro marco de convivencia.
Esta situación de prestigio de la clase política y de convivencia asentada en consensos básicos ha durado hasta hace relativamente poco en que éstos han quedado hechos añicos y no sólo eso, sino que se han aireado temas ya olvidados que parecen pretender erosionar la vida social. Al tiempo, el prestigio de la clase política ha descendido a niveles insólitamente bajos; no sólo ocupan uno de los últimos puestos en cuanto a la confianza que merecen a los españoles sino que junto a la situación económica y al paro, nuestros políticos son una de las tres preocupaciones más importantes.
Es necesario y urgente por tanto la recuperación del prestigio perdido y para ello es imprescindible la retrocesión a la ciudadanía, a la sociedad civil, de espacios invadidos por la clase política, singularmente los Medios de Comunicación Social; pero sobre todo y por encima de todo, lo más grave es el incremento del coste de las Administraciones Públicas, especialmente de las Autonomías, pues gestionan alrededor del 40 % del gasto público y además no tienen responsabilidad fiscal pues muchos tributos los recauda la Administración Central entregando parte de su importe a las Autonómicas, de modo que el coste no lo asumen ellos. Esto es especialmente grave en tiempos de crisis como los actuales donde son imprescindibles los recortes en el gasto público, pues o bien se disminuye drásticamente el coste de las administraciones públicas o bien habrá que hacerlos en el llamado “Estado del Bienestar”, es decir, en perjuicio de los ciudadanos. Si no se hace ello, se consolidaría la idea ya aparecida de que España está dejando de ser una democracia para convertirse en una partitocracia.
Es importante que la clase política entienda este mensaje que se hace en su defensa y en la del sistema y no adopten una actitud numantina frente a las críticas: una mayor participación de la ciudadanía, por ejemplo adoptando el sistema de listas abiertas, una más nítida, real y transparente división de poderes, un mayor respeto hacia el Estado de Derecho y sobre todo, sustanciales recortes en el coste de las administraciones son vías para conseguir este objetivo.
III. Para responder a la pregunta ¿hacia dónde vamos?, ¿dónde y cómo estaremos en el año 2020? es necesario comenzar afirmando que ello dependerá en gran parte de nosotros mismos; las actitudes providencialistas por un lado y las victimistas por otro, no tienen fácil cabida en un sistema democrático. Cómo estemos en el 2020 dependerá básicamente de lo que hagamos y de cómo lo hagamos. Una vez dicho esto, lo procedente sería analizar el entorno previsible en el que nos vamos a desenvolver de aquí a esa fecha. A mi modo de ver dos realidades ya presentes van a presidir la entera década presente:
a) La primera realidad es la Globalización, que hace realidad la premonición de la aldea global; tiene y tendrá repercusiones en ámbitos muy diferentes desde el demográfico al de las relaciones internacionales pero no serán las menores las que afecten a la Economía y a la Política.
El mundo globalizado será un mundo de regiones y el que no lo vea, o no lo haga, se quedará atrás; hay países como India o China que por sí mismos son regiones pero no es ese el caso de Europa donde la conveniencia de la unificación, se convierte en un imperativo: o nos unimos o dejaremos de contar en el mundo y aquí confundir aspiraciones con realidades puede ser nefasto.
Según los datos de que disponemos hoy, en este año entre las diez grandes economías del mundo hay cuatro europeas (España se ha caído de la lista recientemente), en el año 2020 sólo habrá tres y en el 2050 quedarán dos y en los dos últimos lugares.
Países europeos han liderado el mundo los últimos cinco siglos, de ahí que algunos expertos hablen de esa época como la “Edad Europea”; pero eso se ha acabado, aunque si reaccionamos con energía podremos seguir teniendo voz en los asuntos mundiales; de otro modo Europa, su voz, sus valores y sus modos de vida dejarán de importar en el mundo. Por ello es urgente esa reacción que comienza dándonos cuenta de que estamos perdiendo competitividad en un mundo en que debemos competir contra todos.
b) La otra realidad es la Revolución Tecnológica que está cambiando el mundo incluso más profunda y rápidamente que lo hizo la Revolución Industrial y eso que no ha hecho sino empezar. Nuestros hábitos de vida, nuestra salud, nuestros trabajos se están viendo profundamente afectados por ella. El talento pasa a ser el factor de producción estratégico sustituyendo al capital; muchos empleos están desapareciendo y también muchos se están creando.
En lo que aquí importa, el mundo se va a dividir en países tecnológicamente desarrollados y los que no lo estén; si queremos seguir en primera línea tendremos que hacer un enorme esfuerzo pues la situación actual dista de ser satisfactoria aunque es mejor de lo que suele creerse. Como hemos dicho, debemos mejorar sustancialmente nuestro sistema de I+D+i si queremos incrementar nuestra competitividad en un mundo cada día más globalizado y también más sofisticado tecnológicamente. Si algo es el mundo de aquí al 2020 es ser un mundo cambiante, un mundo en transformación, por tanto la principal cualidad es la capacidad de adaptación a las nuevas realidades.
Los españoles hemos dado muestras sobradas de capacidad de adaptación como han demostrado los últimos 50 años: el país ha dado un giro copernicano y hemos pasado a ser una de las naciones punteras del planeta. Si volvemos a ese camino de esfuerzo, de trabajo y de seriedad, el 2020 será nuestro y especialmente de nuestros hijos.
• Eduardo Serra Rexach (Madrid, 1946) es presidente de la Fundación Everis y dirige la Consultoría Estratégica Eduardo Serra y Asociados. Licenciado en Derecho, en 1974 ingresó con el número uno en el Cuerpo de Abogados del Estado. En su intensa vida política ha sido subsecretario, secretario de Estado y ministro de Defensa -en tres etapas diferentes y con tres gobiernos diferentes-, presidente del Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior (INCIPE) y del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, y miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes.