La mayor parte de los entierros en politica dejan al cadaver del perdedor insepulto. Si tienen la ambición y la paciencia suficientes vuelven y a veces consiguen vengarse. Lo vimos con Pedro Sánchez y el PSOE y los acabamos de ver, en una variante muy deportiva, con el Congreso del Partido Popular. La victoria en la primera “etapa” de la lucha por la presidencia no significaba que Soraya Sáenz de Santamría tuviera ganada la carrera, más bien todo lo contrario. Se adivinaba que al segundo, Pablo Casado, le iban a llover los apoyos y así ha sido.
El resto de candidatos que quedaron eliminados sólo tuvieron un objetivo: impedir el triunfo de la exvicepresidenta, desde García Margallo a María Dolores Cospedal. En el PP y durante seis años se había instalado la percepción de que cuando Mariano Rajoy diera un paso atrás, sus dos mujeres de confianza se pelearían a muerte entre ellas con el resultado de que aparecería una tercera opción que sería la ganadora. No había nombre y pudo ser Núñez Feijóo. No quiso afronhtar el envite el presidente gallego y dejó vía libre al exvicesecretario de comunicación.
Tenía que pasar lo que ha pasado. Era inevitable salvo que la diferencia en las primarias hubiera sido muy grande, por encima de los veinte puntos. Los seguidores de Santamaría - que se jugaban su propia supervivencia - lo intentaron pero ni con los oficios de Javier Arenas y Martínez Maillo tuvieron suficiente. Eliminaron a Cospedal como sucesora pero la dejaron tan viva y con tantas ganas de revancha que su apoyo a Casado era casi una obligación.
Todo eso es ya historia. El Partido Popular comienza una nueva etapa y su nuevo lídeer tiene por delante una carrera política llena de incertidumbres. para empezar la amenaza en los tribunales educativos de que tierra por tierra sus títulos universitarios. Ha jugado muy bien las bazas que tenía, desde el apoyo indisimulado de José María Aznar, al que Rajoy intentó enterrar en la historia del partido, sin lograrlo, al de una parte muy importante de la propia jerarquía de la Iglesia española. Con un discurso que rescataba las esencias de la organización que la llevaron al poder. Lejos del centrismo socialdemócrata de su rival. Directo a las esencias, compitiendo en un terreno en el que la presencia de Ciudadanos y Albert Rivera ponían en peligro la larga hegemonía del PP dentro de la derecha.
La máxima política de que las elecciones se ganan desde el centro y que cuanto más se aleje una formacioón de ese espacio menos capacidad tendrá para alzarse con la victoria en las urnas es ya una falsedad. Rivera y los suyos lo descubrieron primero, por eso se lanzaron hacia la derecha e incluso hacia la derecha más conservadora. Con sus mensajes pasaron a liderar las opciones según todas las encuestas, y al margen del “golpe” que dieron Pedro Sánchez y el resto de partido que se sumaron a la moción de censura, ideológicamente ha sido una alternativa claramente de izquierdas la que ganó y consiguió los 180 escaños. Transversalidad si, pero sobre la base del pactp de Sánchez con pablo Iglesias. Sin el apoyo de Podemos hubiera sido imposible.
El único gesto que ha tenido Pablo Casado hacia ese utópico y antiguamente tan buscado centro ha sido meramente testimonial: la presencia del hijo de Adolfo Suárez, un político que quiso “reinar” en Castilla la Mancha desde dentro del PP y que era mucho más de derechas que lo que tuvo que ser, casi por obligación, su padre. En España, de verdad, no ha existido el centro. Ha sido durante 40 años un espejismo demoscópico. La UCD era la derecha, por eso “expulsó” en su primera y única crisis de verdad a todos aquellos que se consideraban de izquierdas, sin confundier ese término con el del marxismo o el socialismo, como si fueran estas dos palabras del ideario político las únicas que reflejaran las opciones sociales, económicas y culturales de lo que en el siglo XX y hoy, en el XXI, es la izquierda.
Este ha sido otro de los motivos de la derrota de Soraya Sánez de Santamría. Concitó una unión de agtraviados, pero también no supo leer correctamente el movimiento social que produjo el 15-M y luego la ascensión de Ciudadanos. Ambos, encarnados por Iglesias y Rivera representan nítidamente la izquierda y la derecha, una parte de la izquierda, que es la que le disputa a Podemos ahora el PSOE,l y una parte de la derecha que es la que va a intentar recuperar el PP. El resto es literatura y crónicas periodísticas, buenas para llenar espacio en los medios de comunicación pero poco más. El futuro de la gobernabilidad de este país se va a dilucidar en los próximos meses bajo esta premisa que deberán resolver los ciudadanos: izquierda o derechq. Nada de centro.