La flexibilidad es el viejo descubrimiento político que ha hecho Pablo Casado. El presidente del PP cree que ha instalado a su partido en el centro por un simple razonamiento visual: tiene a su derecha a Vox y a su izquierda a Ciudadanos. Nada más cierto. Además es el único que puede hablar con los dos y firmar acuerdos con los dos mientras que sus compañeros de pacto se niegan entre ellos e incluso se atacan.
Desde el puente de mando de los populares han girado el timón hacia la derecha para que no se escore el barco en demasía. No tienen miedo a ese otro centro que reivindicaban Albert Rivera y los suyos. Eso es pasado. Se trata de mantener a raya a ese liberalismo descafeinado por estribor y no perder peso por la amura de babor. Del resto se encargarán los intereses de los miles de cargos y afiliados que pueden ver cómo se ponen en peligro sus intereses personales.
Vox y Santiago Abascal se sienten extremos y no les preocupa. Todo lo contrario, hacen gala de ello. Son la derecha con todas sus consecuencias, sin rubor y sin pedir perdón a nadie. Miran al pasado más pasado para construir el futuro y creen más en los llamados Reyes Católicos que en Felipe VI. Nunca ganarán el primer premio pero creen que con el segundo e incluso con el tercero pueden conseguir sus objetivos. Con Andalucia tienen un subidón y si en mayo consiguen algo parecido en otras autonomías y capitales de España van a arrastrar al PP y a Ciudadanos hacia su campo.
Ciudadanos y sus dirigentes creen haber encontrado la piedra filosofal del pacto político, refrendada por sus colegas europeos. Se trata de llegar al poder con quien quieres destruir para ocupar su puesto y sin rozarte con el otro extremo para evitar la contaminación que crees puede cerrarte el camino a la victoria. Un ejercicio de equilibrismo digno de los mejores circos. Aquí con red, no sea que se produzca una caída innecesaria. Para Rivera el centro es suyo, el otro centro, el de la política en general, con el PSOE y Podemos a su izquierda y el PP y Vox a su derecha. Listos ellos para ejercer de acompañante y siempre a la espera de convertirse en los primeros de la clase.
Ya llevamos dos centros políticos en esta nuestra España de hoy. El tercero, es el que defiende el PSOE de Pedro Sánchez. En este caso un centro multiusos, capaz de mantenerse en un eje sobre el que giren los demás partidos de forma elíptica. Un pequeño sistema solar en el que la izquierda de Podemos y sus infinitas confluencias se acerquen o se alejen en virtud o razón de la distancia al poder en que se encuentren, atraídos por la fuerza gravitacional del reparto que genera y permite la gobernanza.
De igual manera se acercará o alejará Ciudadanos a nivel nacional cuando llegue la hora de las elecciones generales; y lo mismo están haciendo los nacionalismos de derechas e izquierdas, desde los catalanes de Esquerra y la CUP a los catalanes del PDdeCat y los vascos del PNV. Siempre está el temor a que algún agujero negro se engulla de forma inesperada pactos, acuerdos, repartos y demás prebendas políticas que se consiguen desde el poder, pero el dictamen final es contundente: merece la pena el riesgo.
Queda un cuarto muy definido dentro de Podemos, con Pablo Iglesias e Irene Montero, luna lunera, sentados en el centro de su propio sistema con los anticapitalistas de Urban y Rodríguez por la izquierda, y los disminuidos seguidores del otrora delfín, Errejón, por la derecha. Aquí la gravedad es universitaria y se cita por autores.
Dentro de cada una de las formaciones existen sus propios centros, que se hacen, transforman y desaparecen a la misma velocidad con la que se mueven los intereses personales de los que los conforman. En Madrid, Angel Garrido es un centro salido de órbita por la explosión descontrolada de la política española en el mes de junio; Iñigo Errejón un centro reconstruido a partir de una tardía vocación de cometa errante; Angel Gabilondo un satélite con tranquila vocación de planeta enano; y Begoña Villacís, Isabel Díaz Ayuso y Rita Maestre estrellas nacientes con vocación de llegar a convertirse en centro de sus propios y futuros sistemas. Lo de Manuela Carmena es otra cosa: aspiraba a convertirse en una galaxia ella misma y lo ha conseguido.