Durante meses, muchos meses, Albert Rivera y su núcleo duro decidieron que para vencer al partido Popular debían disputarle su electorado más conservador. Desde el centro que reivindicaba a la UCD y al CDS de Adolfo Suárez pasaron a ser cortejados por José María Aznar y se sintieron felices. Eran los tiempos en los que el expresidente del gobierno se había alejado tanto del partido en el que mandaba Mariano Rajoy que desde Ciudadanos pensaron que la parte de la derecha española que aún no les votaba podía hacerlo si escuchaban los consejos del antiguo líder.
La moción de censura ganada por Pedro Sánchez lo cambió todo. La crisis en el PP llevó al abandono de Rajoy y su regreso a los Registros y a una pelea por la sucesión en la que, al final, Pablo Casado se alzó con el triunfo, más por la suma de los votos de todos aquellos que no querían ver a Soraya Sáenz de Santamaría sentarse en el despacho presidencial de la sede de la calle Génova, y menos que desde ese sillón fuera la candidata electoral para, por lo menos, las dos próximas citas con las urnas.
Con el apoyo entusiasta de Dolores Cospedal, el más joven de los aspirantes consiguió su sueño y de forma inmediata el “traidor” Aznar volvió al interior del partido al que había convertido hace 25 años en una formación ganadora, primero por la mínima y más tarde con la primera mayoría absoluta del centro derecha en España. Por el camino se había desprendido de las huellas de Manuel Fraga y de una estructura en la que los antiguos partidos que se fusionaron en Alianza Popular tenían su representación en forma de vicepresidentes. Cambió el PP y cambiaron las relaciones de Aznar con Albert Rivera. Ciudadanos dejó de ser la alternativa al socialismo y a la izquierda y con la aparición de Vox y de Santiago Abascal como la nueva referencia de la derecha más dura, los dirigentes del partido naranja han comprendido que por ese lado de la ciudadanía tenían poco que hacer. Pelear por el nicho más conservador del electorado junto al PP y Vox era jugar a perder. Tenían la oportunidad de comprobarlo en Andalucía y no han esperado al resultado de las urnas.
Han vuelto al centro, con cuidado, pero al centro. Su posición en el tema del gasto y de los Presupuestos de 2019 así lo demuestra, por más que lo intenten disimular. Su rival ya no son los populares, de nuevo son los socialistas. Veremos si la operación les sale bien o si por el contrario el vaivén ideológico les deja en medio de las dos grandes formaciones y aspirando a ser el comodín de aquel que tenga más votos y escaños, tanto a nivel municipal y autonómico como nacional. De querer ser los primeros han asumido que su papel es transversal, que tienen que colocarse en el centro liberal con tintes socialdemócratas si quieren jugar un papel importante en el futuro político de España.
Podrán pactar con la izquierda en unos sitios y con la derecha en otros. Y en esa pugna - sólo por la izquierda - competirán con Podemos. Con dos preguntas aparentemente contradictorias pero muy reales y que las urnas contestarán mes a mes: ¿Puede Vox quitarle votos y escaños al PP y al mismo tiempo a Podemos?. Creo que la respuesta es que sí. Por motivos muy distintos pero convergentes en cuanto al cansancio social hacia las formaciones que han venido gobernando España desde 1982, por un lado, y la que emergió del 15-M como imagen de la crisis social y económica.