El partido que fundara Manuel Fraga y reformara José María Aznar ha dado un nuevo giro a su propia historia. Ya no habla de centro y se declara sin complejos de derechas
En el minuto uno de su llegada al “trono” del PP el más joven de sus presidentes, Pablo Casado, señaló su propia hoja de ruta para el partido: quería que la España de los balcones, la que había llenado de banderas nacionales sus ciudades y pueblos como respuesta a las pretensiones independentistas de Cataluña, regresara con sus votos a la formación que decía representar a esos millones de ciudadanos.
Dicho y hecho. El partido que fundara Manuel Fraga y reformara José María Aznar ha dado un nuevo giro a su propia historia. Ya no habla de centro y se declara sin complejos de derechas. Tienen mucho que ver los resultados electorales de 2015 y 2016. Y tiene mucho que ver el cambio sufrido por Vox que pasa de ser una fuerza residual y testimonial a una fuerza electoral capaz de conseguir doce escaños en Andalucia, y amenazar a sus “mayores” con quitarle entre treinta o cuarenta en los futuros comicios generales dejándole en el Congreso con menos de cien escaños.
Esa España conservadora es la que vive días de fiesta. Primero en Sevilla, con las sesiones de investidura de Juan Manuel Moreno como presidente de Andalucía; y el fin de semana en Madrid con la Convención Nacional que han montado a medias García Egea, Adolfo Suárez y Pio García Escudero.
Sin el giro de Aznar hacia el centro tras el Congreso de Sevilla y el gesto de Fraga de romper la famosa carta que le había enviado el que pasaba a ser su sucesor, el PP no habría llegado al poder y mucho menos a ganar unas elecciones por mayoría absoluta seis años más tarde.
A la derecha española le costó desplazar al PSOE de Felipe González de la gobernanza del país. Parecía casi una misión imposible. Lo consiguió y aumentó su propio poder en Comunidades y Ayuntamientos hasta un grado casi insultante en una democracia. De ese poder perdido tras el mayor atentado sufrido por nuestro país y recuperado con otra mayoría absoluta por la crisis mundial que arranca en 2008, los populares han descubierto que los cambios eran necesarios y urgentes, que no le servían los deteriorados principios con los que quería mantenerse en el poder y que contra la corrupción y la pérdida de apoyos sociales, el único remedio era volver asl pasado: cambiar todo de la misma forma que lo hizo José María Aznar.
Cataluña es un problema, cierto, pero se ha convertido en la mejor de las excusas políticas para no hablar y afrontar el resto de los problemas que tienen los ciudadanos, desde el paro a la sanidad, desde la educación a las pensiones. Andalucía ha sido el primero de los sustos que se han llevado los cuatro partidos que creían tener “controlado” el juego político. Dos por la derecha, dos por la izquierda. Desequilibrada la ecuación falta por comprobar si en mayo el “quinto jinete” sigue sobre el caballo o se cae del mismo.
Mientras tanto, Pablo Casado explota al máximo el triunfo de un perdedor como era Moreno Bonilla antes de los comicios andaluces. Explota la pérdida de apoyos mirando a la gran derrotada, que no es otra sino Susana Díaz. La España de los balcones, la España de las banderas puede volver a concentrar su voto en torno al PP o mantener la disgregación que padece.