Desde las primeras elecciones generales de 1977, el nacionalismo - de derechas y más o menos radical - de vascos y catalanes ha servido con sus votos a los llamados partidos nacionales para alcanzar el poder y ejercer el gobierno durante la mitad del tiempo que llevamos de democracia
Todo parece tan nuevo en la política nacional que al mirarlo bien se descubre que es viejo. La derecha global, que era el PP construido por José María Aznar y mantenido por Mariano Rajoy, consiguió gobernar durante catorce años y medio, con dos mayorías absolutas y tres Legislaturas apoyado en los nacionalistas catalanes y vascos; la izquierda global, por su parte, que era la que construyó Felipe González, lleva camino de conseguir gobernar durante otros 22 o 23 años, de los que la mitad habrán sido con mayoría absoluta y la otra mitad gracias al apoyo de los mismos partidos catalanes y vascos.
Si contamos desde las primeras elecciones generales de 1977, con las dos victorias de la UCD de Adolfo Suárez, el nacionalismo - de derechas y más o menos radical - de vascos y catalanes ha servido con sus votos a los llamados partidos nacionales para alcanzar el poder y ejercer el gobierno durante la mitad del tiempo que llevamos de democracia en este país.
¿Qué diferencias existen ahora sobre esta pequeña historia acumulada de 43 años?. Globalmente considerada, ninguna. Engañan las apariencias. España a la hora de votar sigue partida en dos, lo que ocurre que expresa esa división a través de rostros diferentes.
Sin mirar al pasado más de lo debido y fijarnos en lo que las encuestas pronostican tras lo ocurrido en Andalucía vemos que la derecha que encarnan el PP, Ciudadanos y Vox puede acercarse a la mayoría absoluta en el Congreso que salga de las urnas, y que un poco más alejada lo mismo le puede ocurrir a la izquierda si sumamos los escaños previsibles del PSOE, Podemos y sus confluencias, más la aportación de la Esquerra catalana.
Durante 38 años los escaños conseguidos por los representantes de la burguesía catalana y vasco a través de CiU y del PNV - que oscilaban entre los 20 y los 25 parlamentarios de forma reiterada merced a los beneficios “locales” de la Ley D´Hont - han sido claves para entender la evolución política, económica y social de España. Sin la participación activa de José Antonio Ardanza y, sobre todo, de Jordi Pujol es imposible explicar lo bueno y malo conseguido por nuestra clase política. No se explican las leyes aprobadas, los Estatutos y sus reformas aprobados, y no se explica ni la Monarquía parlamentaria que encarnó Juan Carlos I y hoy tiene como referencia a Felipe VI.
Durante 2018 han ocurrido sucesos políticos impensables y que mueven inicialmente a la sorpresa, pero un estudioso de nuestra historia, dentro de cincuenta o cien años, llegará a la conclusión objetiva de que sin la presencia activa de las minorías catalana y vasca no se puede gobernar en España. Verá que la derecha y la izquierda cambian de rostros y hasta de siglas pero siguen representando a los mismos intereses. Y la suma de sus representantes a nivel nacional siempre es la misma, con las mismas necesidades de apoyos interesados y cambiantes por parte de lo que fue CiU y lo que sigue siendo el PNV. XII Legislaturas nos contemplan.
Con seis meses de gobierno en funciones por medio, las urnas de 2015 y 2016 dejaron a la derecha nacional con 169 escaños, y a la izquierda con 156. Ambas necesitan a loos representantes de catalanes y vascos y estos jugaron sus bazas de la forma que creían mejor para sus intereses. Consiguieron la cuadratura del círculo en apenas 48 horas: tener un Presupuestos Generales de derechas y un Gobierno que los gestionara de izquierdas. ¿Se puede dudar de su fuerza y de lo que se escribirá sobre ellos en el futuro?
Tal vez por eso Pedro Sánchez intenta parecerse a Felipe González pero sin poder olvidarse de Rodríguez Zapatero; mientras Pablo Iglesias se debate entre Santiago Carrillo y Julio Anguita. En el lado contrario, Pablo Casado y Albert Rivera se clonan a sí mismos hasta en su forma de vestir deambulando entre Adolfo Suárez y José María Aznar. Y el aparentemente recién llegado Santiago Abascal duda entre los dos Manuel Fraga que están en nuestra historia, el dispuesto a quitarse la chaqueta y soltar algún que otro mamporro y el que concibió la necesidad de cambios urgentes que necesitaba aquella remodelada dinásticamente Monarquía.