Para ser un cuenta cuentos o un fabulador, se precisa tener alma de poeta y haber vivido más de una vida, a ser posible complicada, para acumular risas y llantos, placeres y heridas, ilusiones y desengaños, abrazos y traiciones, pero sobre todo algunos años de soledad, que es la amante ausente, siempre dispuesta a acompañarnos, si somos merecedores de sus silencios.
Por eso los charlatanes tienen sus amanuenses, que son más listos que ellos, cobran menos, piensan más y al final les escriben pensamientos simples y eructos verbales para que los utilicen, según convenga en cada caso, porque de su corazón seco jamás saldrán las rimas de un poema imposible.
La necesidad de contar historias es inherente a la condición humana pero no todos lo hacemos de la misma manera ni con similar voluntad porque no basta con sentir esa pasión, hay que vivirla cada día, soñarla al anochecer, observarla cuando calla y esperarla pacientemente frente a la nada cuando ves que no llega.
En literatura no existe la epidural porque el parto siempre es con dolor.
Ser escritor no es lo mismo que juntar letras sin faltas de ortografía, porque lo que parece fácil cuando ya está escrito nunca dejó de ser difícil mientras se tecleaban esas palabras o se emborronaban a mano esas cuartillas invadidas por una imaginación desbordante, que acaba siendo traicionera e infiel y te abandona frente a la siguiente hoja vacía.
El oficio de escribidor de fábulas es el más solitario, con ansias de ser notorio, de todos los conocidos, y quien tiene la osadía de dedicarse a él sabe que, por más que documente la historia que cuenta arañando retazos de una realidad pasada, su trabajo consiste en reconstruirla con hechos que solo existen dentro de su imaginación, y a fé que compensa la espera paciente frente al ordenador sin letras o el folio vacío. Pero que no se engañe quien tenga la tentación de apuntarse a ese ejército de solitarios caminantes, porque la fama y el éxito comercial no siempre son garantía de calidad literaria.
Cuando dejo que mi imaginación derrape hacia metáforas livianas y sensaciones húmedas comparo el oficio del literato con la acción del masturbador compulsivo que necesita encontrar el placer en lo que hace, aunque sea en soledad.