Están volviendo a los años setenta, incluso algunos a los 30 del siglo pasado. Dicen que representan a la verdadera izquierda y no admiten que existan otros que reclamen para sí el mismo título. No aprenden por más historia que tengan delante. Son las taifas del siglo XXI y van a destruir aquello que dicen defender.
El año 1009 nos pilla a todos muy lejos, nada menos que diez siglos nos separan de la existencia de aquel Califato de Córdoba que mantenía bajo su poder a algo más del sesenta por ciento de la Península Ibérica. Llevaban los árabes trescientos años en nuestro territorio y segurían aún cuatrocientos más pero entonces, y sin saberlo, colocaron la espoleta que activaría su destrucción.
En aquel comienzo del siglo XI y en medio de las terribles y luctuosas guerras familiares por el poder, el califa Hisham II perdió el control del territorio y vió como 35 taifas, de otros tantos gobernantes ambiciosos, dejaban el antiguo imperio a merced a los reyes cristianos. En 1492 llegaría el final y Boabdil entregaría las llaves de Granada a Fernando de Aragón. La agonía fue larga y costosa y cambió para los siguientes siglos la cara y la cruz de España.
Mil años de enseñanzas parece que no han enseñado nada a la izquierda española. Da lo mismo que la lideren el Pablo Iglesias socialista y el José Díaz comunista, siempre dispuestos a pelearse entre ellos y a pelearse con los anarquistas de los primeros años treinta del siglo XX, que la lideren o lo intenten Pedro Sánchez y el Pablo Iglesias de Podemos, que también están más que dispuestos para colocar a los anticapitalistas como sus anarquistas de hoy.
Pasada la fiebre del 15-M, los enfadados de entonces miran a los que supusieron eran susb líderes para cambiar todo lo que detestaban, y lo que ven no les gusta. Hasta tal punto no les gusta que dejan la vieja división entre derecha e izquierda a un lado y muchos se disponen a votar a VOX. Puede que incluso asuman que Abascal y los suyos son ultras pero entienden lo que dicen y, sobre todo, les prometen que esta vez sí van a promover y defender el cambio. Luego vendrá la decepción de la misma forma que ya está pasando en Andalucía, pero la rabia y el cansancio de los políticos que terminan haciendo la misma política habrá encontrado una salida.
Vox es de derechas, al igual que lo es el Partido Popular y lo es Ciudadanos. Se trata de medir los grados de “alcohol liberal” que tienen en sus programas. Los tres tienen claro y así lo dicen cúal es su objetivo: arrebatar el poder nacional al PSOE y el poder autonómico y municipal a la izquierda en general en todas aquellas Comunidades y Municipios en los que manden.
El socialismo español, desde Felipe González - po no hablar de los líderes que se exiliaron tras la Guerra Civil - es un partido de centro, como lo ha sido y lo sigue siendo la socialdemocracia europea del siglo XX, como lo eran el sueco Olof Palme y el aleman Willy Brandt. Es la baza que ya está jugando Pedro Sánchez ante el abandono de ese espacio que han hecho Pablo Casado y Albert Rivera. Es posible que ese camino le mantenga en La Moncloa pero va a necesitar a esa izquierda que ya tiene tantos nombres que es difícil de reconocer y precisar quién está en cada sitio y qué es lo que ofrece y pretende.
Si miro al Pablo Iglesias de permiso “paternal” veo a Hisham II traicionado y abandonado por el que creía su gran defensor, Almanzor, para terminar asesinado con apenas 37 años por el que sería amir en una de las taifas, Sulayman. Mujeres hubo por medio, madres, amantes y esposas cargadas de ambición; y mujeres hay hoy por medio llenas de parecidas apetencias.
Desde Andalucía a Cataluña y desde la Comunidad valenciana a Galicia los nombres que se englobaban en Podemos - y en su unión con Izquierda Unida - van cambiando y multiplicándose. No se si llegarán a 35 como en 1009 le ocurrió al Califato cordobés pero poco le debe faltar, e incluso puede que supere esa cifra si tenemos en cuenta las divisiones locales. Han desaparecido los ideales comunes y los objetivos comunes y han llegado para quedarse las ambiciones personales y los sillones del poder, que son muy cómodos.