Quién tiene la deuda pública es incluso más importante que su volumen. En Italia, puede alcanzar el 162% del PIB en 2020. En España el 120%. Si no puede frenarse su incremento, al menos si influir en quién la compra.
Por definición, cuando la base de compradores es más amplia, debe de ser más estable. Esto funciona, sobre todo, si consigues atraer a un grupo amplio y a la vez heterogéneo. La definición no es tan aplicable si, por amplio que sea el grupo, su perfil es semejante y tienden a responder de modo similar.
El 8 de mayo, el tesoro italiano procedía a una emisión de bonos de largo plazo con el rendimiento vinculado a la inflación. En el ánimo de conseguir una base amplia, permitió que, durante tres días y mediante la compra online, los pequeños inversores, mayormente domésticos, acudiesen a la emisión por delante de los institucionales. Colocó 2/3 de la emisión. Era evidente el intento de reducir la influencia de las grandes manos, más aún si son extranjeras. Y funcionó.
MÁS VALE PREVENIR
Atraer pequeños inversores exige tener algo que ofrecer en forma de rendimiento (vincularlo a la inflación puede ser una buena fórmula) y, sobre todo, baja volatilidad. El BCE como gran comprador actúa también como regulador de la volatilidad. La ampliación sucesiva de su capacidad de compra a través de diferentes programas reduce la cantidad de deuda en manos de inversores institucionales, más proclives a actuar con mayor juicio crítico. En la práctica, destinar una buena parte de las emisiones al sector minorista doméstico, que generalmente compra para mantener la emisión hasta su vencimiento, junto a las compras efectuadas por el BCE, se traduce en algo semejante a un no incremento del volumen de deuda, porque lo que resta para los inversores institucionales, no es más, e incluso es menos, de lo que serían sus tenencias en circunstancias normales. La sensibilidad a shocks de cualquier tipo habría de ser por tanto menor. No parece una mala estrategia. Italia tiene sus emisiones al borde de perder el grado de inversión, y aunque el escenario más probable es que sea capaz de retenerlo cuando su calificación sea revisada en octubre (S&P) y diciembre (Fitch), nadie puede asegurar que entre ahora y entonces, la situación sea la misma. Más vale prevenir.
EQUILIBRIOS ALTERADOS
El nivel de tipos de interés es, probablemente, el mecanismo más importante para determinar la dirección de los flujos de inversión. Al menos en el mundo de ayer. Las fuerzas del mercado, cuando actúan libremente, aseguran que esto se hace del modo más eficiente posible. Es evidente que los equilibrios del mercado han sido alterados por completo, de modo que la resultante responde poco a criterios de eficiencia y más al activismo político. Pensar que de un periodo prolongado de este tipo emerjamos a un entorno de crecimiento estable, de mayor productividad, de ganancias de competitividad, e incluso de una ratio riesgo/ rentabilidad equilibrada, exige de un irredento optimismo. Como mínimo habría que esperar que se produzca un ajuste, más lento o más rápido, en el tránsito a devolver al mercado el poder de determinación de los puntos de equilibrio. Salvo que no vayamos a regresar nunca ahí. Aventurar el comportamiento de los mercados en estas circunstancias exige atender más a las crónicas políticas que a las económicas. Tras el fallido nombramiento como presidenta del Eurogrupo de la ministra española, lo que el Consejo Europeo dictamine en su reunión presencial de este fin de semana es mucho más importante para los mercados que los pronósticos de destrucción masiva de riqueza en los que insisten una y otra vez los organismos internacionales. También en finanzas, como en la pandemia, la inmunidad de rebaño puede ser una terapia. Y se aplica.