Fue bonito mientras duró, pero ni el presidente del Gobierno es el feliz oso Yogui, ni su vicepresidente segundo es Bubu, ni mucho menos tienen como guionista a Hanna- Barbera. Más bien son dos osos grises que se abrazan con recelo. Europa, que es malvada como todas las madrastras, les va a obligar a darse un último abrazo.
Salir del Congreso de los Diputados a gobernar con 120 escaños en el bolsillo y otros sesenta revoloteando en cada votación representa toda una declaración de resistencia, un signo de audacia o un claro ejemplo de ambición política. Cualquiera de los tres términos encaja en la personalidad de Pedro Sánchez.
En seis meses el presidente del Gobierno ha demostrado ante los suyos y ante sus adversarios que es capaz de dar varias vueltas sobre el mismo ladrillo. Pasar de rechazar cualquier tipo de acuerdo con Pablo Iglesias y Podemos, por quitarle el sueño a él y al resto de los españoles a los que pedía el voto, a convertir al líder del partido morado en vicepresidente segundo, y a dar a la coalición que encabezaba otros cuatro puestos en el Consejo de Ministros.
Resistencia acreditada varias veces y en condiciones de supervivencia casi imposible. Antes de pelear por la secretaria general y después de ver cómo le expulsaban de la misma, para volver, ganar de nuevo a Susana Díaz, montar su propio equipo, negociar los apoyos necesarios en Estados Unidos, conseguir por primera vez en la historia de la democracia ganar una moción de censura, y terminar con dos victorias electorales, muy pequeñas pero suficientes.
Audacia para ofrecer pactos a la derecha y a la izquierda, a defensores de España como nación y estado como pueden ser Ciudadanos y Teruel Existe o el Partido Regionalista Cántabro, al PNV, ERC, Bildu y la Cup, con aciertos medibles y cambiantes pero que le han permitido llevar más de seis meses en La Moncloa, sin que aparezca en el horizonte político inmediato nadie que pueda expulsarle del palacio gubernamental.
Ambición política para el largo camino que emprendió desde la concejalía del Ayuntamiento de Madrid a las asesorías en el Parlamento Europeo. Ambición personal mezclada con una paciencia infinita y una habilidad especial para conseguir sus objetivos, siempre escogiendo los apoyos necesarios a su forma de ser y entender la vida pública, por encima de los criterios de sus compañeros del PSOE y de los dirigentes que tiene el partido en cada Comunidad, ya sean simples secretarios generales o presidentes autonómicos.
Convertir a un asesor y consultor político en poderoso jefe de Gabinete, por primera vez sin que milite en el PSOE y sea un ilustre ejecutivo del poder, más bien todo lo contrario, pues las credenciales políticas que presentaba Ivan Redondo eran de dos victorias y tres derrotadas de anteriores clientes del Partido Popular, exige tanta audacia como ambición personal de poder. Era y sigue siendo toda una declaración de voluntad, muy superior a la que mostraron sus antecesores Felipe González y José Luís Rodríguez Zapatero. Los dos expresidentes y ex secretarios generales del PSOE contaron siempre con el partido, lo acomodaron a sus necesidades electorales y de gobierno, pero nunca se alejaron tanto de su estructura como lo ha hecho Pedro Sánchez.
Esperó a la salida de Albert Rivera de la dirección de Ciudadanos para comenzar a pactar con Inés Arrimadas, en un proceso que apenas se ha iniciado y que puede llevarle a aumentar el poder socialista en varias Comunidades autónomas; juega, lo mismo que hace Pablo Casado y puede que hasta con pactos subterráneos por medio, con las dos almas que habitan en el Partido Popular: la de la dureza extrema de Cayetana Alvarez de Toledo, y la de la tranquilidad, buen todo y negociación de Ana Pastor. A un lado José María Aznar y al otro Mariano Rajoy.
Y el mayor de los ejemplos de sus tres grandes características: está haciendo desaparecer a las dos formaciones que se presentaron unidas a las elecciones generales, que consiguieron 35 escaños, y que han ido perdiendo poder e imagen política diferenciada de forma muy rápida. Los abrazos con Pablo Iglesias no eran y no podían ser los que se dan dos amigos entrañables que se reencuentran tras mucho tiempo separados. Eran los de dos osos que desconfían uno del otro. Con oda razón: el oso mayor devora cada día una parte del pequeño.