A fuerza de ver sus nombres en los titulares de los medios de comunicación escritos y de verlos y oírlos en las televisiones y radios es muy posible que la mayoría de los españoles sepan que Villarejo es un antiguo comisario de policía que ha hecho de las grabaciones secretas y sus relaciones privilegiadas con una parte del poder político y económico su modo de vida. Desconocido hasta que puso los dedos y las manos en un enchufe de demasiados voltios llamado Corinna.
Esa misma mayoría de españoles descubrieron el apellido Bárcenas cuando el Partido Popular explosionó desde dentro y recibió fuego graneado desde el exterior. El todopoderoso tesorero se convirtió en un apestado para su partido y para evitar la soledad de la lapidación hizo saber que él también, como Villarejo, sabía grabar a sus interlocutores y guardar documentos por si en alguna ocasión le hacían falta de cara a que sus antiguos amigos y compañeros recuperaran la memoria.
Es más que posible que uno y otro se hayan copiado en sus habilidades y en sus comportamientos. Quisieron proteger sus “secretos sucios”, su memoria grabada en pen drives y en fotocopias de cheques que no debieron existir, en ordenadores y zulos. Se equivocaron al medir sus fuerzas frente al Estado y frente a sus antiguos compañeros. Recibieron un premio adelantado de prisión preventiva y una larga lista de acusaciones que terminarán en condenas.
Villarejo espió a Barcenas por encargo, y Barcenas manejó dineros negros también por encargo. Contado está la mayor parte de lo que encierran sus Sumarios en la Audiencia Nacional, pero puede que en sus propios apellidos, con un ligero cambio ortográfico, esté la raíz del mal que parece acompañarles.
Si en lugar de Villarejo escribimos “Billarejo” y separamos la palabra en dos descubriremos que “billa”· es una jugada de billar americano que consiste en meter una bola en la tronera tras chocar obligadamente con otra. Si la que entra es la del jugador se considera una “billa” limpia, si la que entra es otra, la “billa” es sucia.
La segunda parte del apellido “rejo” es el nombre que reciben los tentáculos de los cefalopodos, desde el calamar al pulpo. Villarejo tenía y empleaba una contabilidad “B” para sus negocios, una razón más para comprobar que su “billa” era sucia y que el “rejo” del poder le alcanzó de lleno hasta el punto de apresarle y llevarle al fondo. El calamar gigante al que se enfrentó era demasiado grande y los arpones de los que disponía y dispone fueron y son incapaces de frenar su caída. El cefalópodo queda herido pero su tintas tiene tal densidad que resulta casi imposible ver todo lo que le rodea. Y así se escapa.
Con su compañero de eterno retorno a la actualidad, Barcenas, ocurre lo mismo. La “barcena” es un terreno siempre próximo a los rios que éstos suelen inundar cuando se desbordan. Nuestro Bárcenas estaba tan pegado, tan próximo al majestuoso rio del PP que cuando se desbordó pudo inundar toda su vida, la personal, la familiar y la social.
Si en lugar de la b empleamos la v también llegamos al centro de sus actividades y sus métodos de trabajo y seguridad. El “Var” es el asistente tecnológico de los árbitros de futbol. Todo lo graba y permite observar y descubrir la verdad o mentira de cualquier jugada en el campo; otra cosa es el uso que se haga del mismo y la “sentencia” final que realice el propio árbitro.
La última sílaba de su apellido nos lleva a ese ágape más desenfadado que se tiene al final del día, ya sea en el ámbito familiar o en el social, preferentemente en los fines de semana. Se come y se bebe y se desatan las lenguas. Se dice lo que se puede y lo que no se debe. Se realizan confidencias en ámbitos que rompen con los controles de seguridad que nos imponemos las personas y asoman las debilidades. Convenientemente grabadas y documentados hacen creer al que las ha almacenado que le convierten en invulnerable. Falsa percepción, mera ilusión óptica que comprueba cuando es tarde para casi todo.
Villarejo y Barcenas, José Manuel y Luís quisieron ser frailes y cocineros al mismo tiempo. Creyeron que controlaban los fogones del poder y se quemaron las manos. Mejor les habría ido si leyendo a don Miguel de Cervantes hubieran hecho suyo el consejo que el hidalgo Alonso Quijano, convertido en Don Quijote, le hace a su inseparable Sancho Panza: “ en casa llena, presto se guisa la cena, y quien destaja, no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener, seso ha menester”.
Demasiado seso creyeron tener ambos.