Llena de banderas, sobrada de reproches y falta de acuerdos. Ese es el resumen de la visita que Pedro Sánchez realizó a Isabel Díaz Ayuso. Hace 50 años Peter Brook habló del “ espacio vacío “ para explicar los 4 teatros que percibían los espectadores: el teatro mortal, el teatro sagrado, el teatro tosco y el teatro inmediato. En la Puerta del Sol vimos un ejemplo de los cuatro.
Presidente y presidenta no tienen nada que decirse y son muchos y variados los ataques mutuos. En la antigua Dirección General de Seguridad del franquismo, transformada en sede del Gobierno regional se hizo una representación teatral, con dos actores que llevaban los papeles aprendidos. Frialdad, impostura, ninguneo e incluso un cierto desprecio de Sánchez hacia Ayuso.
Cargadas de incongruencias y faltas de lógica, las medidas que se van tomando para combatir la “ segunda ola “ del coronavirus se basan mucho en la represión y muy poco en la previsión. Se sustentan en el miedo y en el palo y se olvidan de todo lo que no se ha hecho durante los últimos seis meses. Si en febrero y marzo descubrimos la auténtica realidad de nuestro sistema sanitario, con hospitales enormes pero con escasez de personal en todas las escalas de la asistencia, escasa investigación y nula previsión; ahora en septiembre volvemos a comprobar que nuestros políticos no han hecho nada de lo que dijeron que iban a hacer para que no volviera a ocurrir lo que sucedió entre marzo y junio de este año.
Oímos al delegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid - un actor secundario que entra y sale de la escena - culpar a los ciudadanos por su escasa responsabilidad en cuanto a la utilización de las mascarillas y la distancia social, pero no dice nada de la permisividad oficial respecto al transporte público en las horas de máxima afluencia. Con la mascarilla es suficiente para viajar apelotonados en el Metro en las idas y vueltas del trabajo, pero no nos basta para pasear por la calle o entrar en un bar.
La presidenta madrileña, por su parte y como actriz principal, , echa balones fuera de sus competencias y vuelve a colocar a la inmigración, a las ocupaciones de viviendas y a los menores sin familia en el centro de la responsabilidad por los masivos rebrotes del virus.
Ni el primero, ni la segunda dicen nada de las carencias acumuladas durante años. No asumen sus propias responsabilidades como servidores públicos. Y mucho menos reconocen que no se ha hecho nada para impedir, o al menos suavizar, el retorno del Covid 19 al centro de nuestras vidas.
Mientras la presidenta de la Comunidad madrileña, dirigente del PP y apoyada por el líder de su partido, pide colaboración y coordinación al presidente del Gobierno central, también secretario general del PSOE; desde la sede central de los populares, Pablo Casado, ataca a Pedro Sánchez y le responsabiliza de todos los males de Madrid y de España.
Para no ser menos y al mismo tiempo la portavoz del PSOE en el Congreso ataca a Díaz Ayuso mientras sus compañeros de militancia en Madrid convocan una manifestación contras las medidas de confinamiento decretadas por el gobierno regional, medidas que tanto el ministro de Sanidad como el coordinador contra la pandemia creen que serán insuficientes.
Saliendo de las sombras, como un actor que se hubiera equivocado de obra y en lugar del Marat Sade representado por los locos de este sanatorio mental madrileño estuviera convocando a los suyos con la misma caracola que Golding describió en “El señor de las moscas”, para transformar al Belcebú cristiano en ese moderno diablo al que llamamos <Covid 19, Pablo Iglesias intenta convencer a los suyos de que la única, auténtica y perversa “bestia” con la que hay que acabar es la Monarquía.
Este teatro mortal que se han montado los dirigentes políticos de todos los colores, que han llevado a España a encabezar todos los malos registros del mundo, no sólo de Europa, que incluso utiliza el teatro de lo más sagrado e importante que tenemos los ciudadanos, el derecho al futuro, para convertir la convivencia en un teatro tosco en el que los protagonistas, que somos todos, se alejan unos de otros, se miran con recelo, se inculpan y hasta están algunos de ellos dispuestos a convertirse en delatores de sus vecinos.
Es el teatro inmediato, el que convierte en urgente lo banal y encierra en los baúles de embalaje los grandes textos que debían declamarse por los medios de comunicación todos los días: el llanto por las pensiones, la desesperación ante el paro, el abandono de la educación, la rabia ante el aumento de las desigualdades.
El teatro auténtico de nuestras vidas, ese que los españoles representamos mientras el escenario de la política se va quedando vacío, debía ser el más sagrado de todos, el que concitara los aplausos, el que buscara acabar con el silencio que produce el el dolor cuando nos ataca desde muy dentro.