Si el 9 de diciembre de 2013 el Rey Juan Carlos hubiese aceptado que la Ley de Transparencia que sancionaba alcanzaba también a la Casa Real, es muy posible que lo que ha sucedido en los siete años siguientes no se hubiera producido; o al menos no con tanta virulencia. La “jaula de oro” que era el palacio de La Zarzuela tuvo que abrir sus puertas. Ya no se pueden cerrar y Felipe VI no quiere volver.
De los polvos anteriores vinieron los actuales lodos. La desidia de cinco presidentes de Gobierno mantuvo a la Corona que encarnaba Juan Carlos I en tierra de nadie. Y de todos. Tuvo que ser Mariano Rajoy, tan denostado en muchas de sus decisiones, el que ante los escándalos del Monarca, en su cacería del elefante en abril de 2012, junto a Corinna Larsen, y de Iñaki Urdangarin con sus 500 sociedades, desde Aizoon al Instituto Nóos, diese el paso tantas veces prometido y nunca puesto en forma de Ley.
Hay una novela escrita en la mitad de los años 80 del siglo pasado, llevada al cine con guión del propio novelista, que hablaba de las normas que regían un peculiar orfanato. El mismo al que regresaría uno de sus acogidos, uno de los “príncipes de Maine” tras la necesidad de cambiar todo lo que había conocido. Si la miramos como se mira en la distancia con unos prismáticos veremos que existe más de una similitud en el comportamiento de sus actores principales.
En el éxito de la película tuvo mucho que ver el protagonista, Maurice Joseph Micklewhite, que justamente el mismo día que aparecía el Decreto sobre el “estado de alarma” cumplía ochenta y siete años. Hace veinte la reina Isabel II le concedía el título de caballero y hace más de una década que cumplió sus bodas de oro con el cine. Desde el barrio obrero de Bersmondsey en el que nació, con su acento cockney y su miopía se ha convertido en uno de los grandes actores del cine mundial, tomando como apellido el nombre de uno de los buques más nombrados de la flota británica y no precisamente por sus éxitos frente al enemigo.
Le conocemos todos como Michel Caine y uno de sus dos Óscar lo consiguió por una de sus grandes interpretaciones: la del doctor Larch en " Las normas de la Casa de la Sidra", un gran ejemplo de como un joven que ha permanecido aislado del mundo exterior y de las normas que lo rigen debe buscarse las suyas propias tras abandonar en busca del amor ese apacible, confortable y seguro " nido" que el médico ha construido a su alrededor.
Recuerdo la película y el gran guión que John Irving escribió sobre su propia novela " Príncipes de Maine, Reyes de Nueva Inglaterra", que es la frase que todas las noches Larch dirige a los niños de ese peculiar orfanato que es St Cloud, en el que presta sus servicios alejado de cualquiera de los problemas que afectan al resto de la sociedad. Es un universo cerrado en sí mismo del que el joven Homer Wells tendrá que marcharse en busca de su propio destino y su propia conciencia como ser humano. Y el impulso que le lleva a traspasar los tranquilos e irreales muros de esa "jaula de oro" son los latidos de su corazón enamorado.
Físicamente en nada se parecen Tobey Maguire y Charliza Theron, compañeros de reparto con el gran Michel Caine, a Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, los actuales Reyes, pero éstos como aquellos han sabido traspasar los muros de la Zarzuela y dejar que tras el amor hayan llegado para quedarse las obligaciones que impone la Jefatura del Estado.
Por inevitable, tanto en aquel diciembre de 2013 como en la posterior abdicación y llegada al trono de Felipe VI, la película rodada en 1999 aparece ante mis ojos al ver que cada día y todos los días hablamos en todos los rincones públicos y privados del país de la Jefatura del Estado sin que esta institución, esta estructura fundamental para España sea algo más que la figura de unos Reyes de esta “ Nueva España” que nace en 1978.. Durante 42 años, desde la aprobación de la Constitución, ningún partido, ningún político se había planteado con un mínimo de seriedad para trasladarlo a norma y ley que la Jefatura de la Nación debía reglarse, tener un desarrollo jurídico que permitiera contemplar obligaciones y deberes sobre los que construir y abordar todo tipo de situaciones.
La Casa del Rey carece del ordenamiento que le correspondería como cúspide de un estado democrático, desde el papel de su Jefe, como el del resto de los miembros y personal que en ella y para ella trabajan, en su papel de primer y último servidor público del estado. Al igual que ocurre en St Cloud, en La Zarzuela, los Príncipes y Princesas de ese Maine que es hoy España han vivido bastante ajenos a las normas y principios que rigen para el resto de los ciudadanos españoles, y al abandonar el " nido" han buscado y elaborado sus propias normas de conducta, sobre la base del amor y compartiendo sudores y ambiciones con los dueños y los trabajadores de ese manzanal que es nuestro país.
Hablamos de la Ley de Transparencia que se aprobó en el Congreso y de la necesidad de que abarcase realmente a la Casa del Rey al igual que ocurre en el resto de monarquías europeas. Si hacemos caso a las palabras del entonces presidente del Gobierno. Mariano Rajoy, esa era la intención, pero en apenas nada se quedó todo el nuevo y necesario andamiaje jurídico. De las competencias del Príncipe de Asturias, nada; del resto de la familia real, nada; y mucho menos de la situación que se crearía en caso de una sucesión en la Corona por abdicación - algo que sucedió apenas dos años más tarde tras el desenlace del accidente de Don Juan Carlos en la cacería de Botswana - y no fallecimiento, que normas regirían en ese supuesto y que privilegios, derechos, deberes y obligaciones tendría el llamémosle " monarca emérito". Puntos cruciales en estos momentos y en las posibles soluciones a la propia crisis que afecta a la Jefatura del Estado. A la que fue y a la que es.
En la novela y en la película, Homer, el "Príncipe de Maine" regresa a ese castillo de su infancia y adolescencia para ocupar el puesto del difunto Larch como médico sin tener los títulos para ello, pero con la confianza de los que allí habitan, abandonados muchos de sus sueños y esperanzas tras el duro aprendizaje del mundo real y las diferencias que existen en cuanto a la riqueza y lo que podemos seguir llamando clases sociales.
Decidido a afrontar los sacrificios y esfuerzos en ese “orfanato” que su antecesor y no maestro ha dejado de forma inopinada, al que la abdicación que cree necesaria le sorprende envuelto en sus aparentemente inseparables costumbres de antaño, como mudos testigos de una forma de ver el mundo, el país y su propia existencia como Monarca y como persona, el nuevo Rey de ese Maine tiene la necesidad de hacer viable su propia existencia.
Creo que la parábola que une aquella ficción novelada en 1986 y la España real de hoy puede ayudar a entender el fondo de una parte - sólo una parte - del problema que afecta a la estructura del estado y al que la crisis económica, política y social aumentada por la pandemia le ha dado una dimensión que era impensable hace apenas cinco años.