Los dirigentes políticos de los cinco grandes partidos con representación en el Congreso, y que gobiernan en el Estado y en las 17 Comunidades autónomas tienen atrapada a España en su tela de araña de intereses particulares y partidistas. Sobra ambición y egoísmo; y falta generosidad y sentido de estado.
Los que rigen y dirigen (formalmente) la política en España tienen el mismo problema y coinciden en la misma decisión para afrontarlo : están en sus horas más bajas, no cuentan con el aprecio de los más de los suyos, sufren cada día los ataques y críticas de los medios de comunicación, ven como los sondeos de opinión coinciden una y otra vez en suspenderles en valoración ciudadana, y se enfrentan a las peticiones de renuncia como posibles fórmulas para ayudar a la recuperación de España.
Han decidido resistir, atrincherados en sus respectivos fortines. Cada uno en el puesto que ocupan no están dispuestos a tirar la toalla, dejar que sean otros los que se sienten en sus respectivos sillones y ellos pasar a la moderna historia política de este país. Luchan por su presente y por su futuro y se rebelan contra aquellos que les califican y definen como parte de un pasado que hay que dejar atrás. Ni Pedro Sánchez, ni Pablo Casado, ni Santiago Abascal, ni Pablo Iglesias, y mucho menos Inés Arrimadas se sienten
esponsables de los problemas por los que atraviesa España, ni mucho menos que su sustitución al frente del gobierno, del Partido Popular, de Unidas Podemos o Ciudadanos vaya a mejorar la posición de la nación y favorecer la salida de la crisis. Por el contrario, los cinco están convencidos de que están haciendo lo correcto, que no es hora de cambiar en sus respectivos cargos y competencias y que son ellos los que deben dar las soluciones en el inmediato futuro. Errados o acertados se muestran más que dispuestos a luchar contra todos aquellos que por diversos intereses quieren mandarles al archivo de la vida pública.
Guste a muchos o a pocos, sean parte de la solución o parte del problema - que de ambos extremos se trata- tienen atrapada a España en el problema de todos y en los suyos particulares. El Rey ya ha dicho con claridad y varias veces, la última en la entrega de los Premios Princesa de Asturias que la solución está en la unidad de todos y en la generosidad de los dirigentes. Si Sánchez calla y actúa sin dar la más mínima oportunidad a todos los que desde dentro y desde fuera de su partido le acusan de soberbia y autoritarismo; a Pablo Casado le acusan de indolencia, pasividad y no afrontar los problemas con claridad y decisión. Abascal y Arrimadas, por su parte, se limitan a observar las ambiciones declaradas de algunos de los que le rodean, lanzan alternativas más o menos realizables a la política gubernamental y dejan para las próximas elecciones que sean los electores los que den o quiten con sus votos las razones que esgrimen.
La Monarquía, como forma de estado tal y como aparece en la Constitución, vive ahora el peor de sus momentos, peor incluso que el que vivió con el intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero y los generales Milans del Bosch y Armada. En plena crisis económica con seis millones de parados y más de un millón de familias con todos sus miembros sin trabajo, los escándalos que se han sucedido están dejando a la institución por los suelos. Su futuro y el de España como nación están unidos desde que en 1975 Juan Carlos I subió al trono.