El estado de las autonomías es un desastre. Esa es la gran verdad que ayer repitió Santiago Abascal en el Congreso de los Diputados. La rodeó de tantas mentiras que la volvió inútil. El líder de Vox no es una gran parlamentario, todo lo contrario que el presidente del Gobierno.
Más dado a las soflamas que a la oratoria parlamentaria el antiguo militante del Partido Popular se convirtió en la diana contra la que dispararon todos los diputados que subieron a la tribuna de oradores, desde Ines Arrimadas a Gabriel Rufián. Estaban tan a gusto con la intervención del hombre que consiguió 52 escaños en las últimas elecciones generales, que no dudaron en darse un auténtico banquete de adjetivos, lanzados como dardos a la cabeza de Abascal.
A Vox, como organización política, le falta casi todo. Carece de capacidad para proponer un programa de gobierno y le falta práctica. Pedir los votos del PP, el único partido al que podía dirigirse, era un intento vano, que se convirtió en un ejercicio de funambulismo cuando, además, propuso celebrar elecciones anticipadas, algo que no estaba al alcance de la suma de las dos derechas.
Abascal le recordó a Pablo Casado que su partido estaba gobernando en cuatro autonomías y un buen puñado de grandes Ayuntamientos gracias a sus votos. Otra de las verdades menores que sonó casi como una amenaza sobre todo tras las duras palabras que le dirigió fuera del hemiciclo Teodoro García Egea. Lo mismo le podía haber dicho a la dirigente de Ciudadanos, que también les debe sus vicepresidencias y vice alcaldías al apoyo de Vox.
Sin la presencia del partido ultraderechista el PSOE estaría gobernando en toda España menos en las tres autonomías “ de siempre”, las que se quisieron evitar con el “café para todos” y que están en la base de los actuales desatinos regionales. Nada tiene que ver lo que pensaron en la UCD de Adolfo Suárez para articular la nueva realidad democrática de un país descentralizado con lo que está pasando en la actualidad.
Las 17 autonomías se empeñan en luchar por sus diferencias, por aprobar normas y leyes que les distingan de sus vecinos en una competición en la que ninguno quiere quedarse atrás, sea cual sea el color político del gobierno de turno. La descentralización del estado que salió del franquismo se basaba en acercar las distintas Administraciones a los ciudadanos. El resultado tras casi cuarenta años es justo lo contrario. El Gobierno central, los gobiernos autonómicos y los Ayuntamientos se empeñan en alejarse de los interese diarios de aquellos a los que gobiernan, con peleas inútiles, gastos inútiles y un afán desmedido por colocar a “los suyos” en cualquier cargo que exista a su alcance. Y si hay que crearlos, se crean.
Ahí naufragó de forma personal el ataque de Santiago Abascal a la actual estructura del estado. El es uno de los mejores ejemplos de “favores” desde un gobierno regional, el de Madrid, hacia uno de los militantes del partido que se encontraba en una delicada situación personal y financiera.
Junto a esa verdad tan mal defendida, el líder de Vox, volvió al populismo más básico y ramplón. Gruesas palabras hacia el gobierno social comunista que fueron contestadas de igual manera por Pedro Sánchez y el resto de los dirigentes que subieron a la tribuna. Queda por ver y oír a Pablo Casado, que aprovechará la ocasión para atacar al presidente del Gobierno alejándose del tono y los mensajes de Abascal.
El final de la moción de censura se sabía desde que se anunció: 52 votos a favor, 298 en contra. Saldo que a alguna de sus señorías se le ocurra tomarse tan a broma la iniciativa de Vox que le “apoye” con la abstención, más para mandarle un mensaje a Sánchez que por convencimiento de todo lo que se ha dicho en el Congreso.
Abascal saldrá contento si le ha servido para mantener la fidelidad de los votos de las últimas elecciones. No puede aspirar a más. A Pedro Sánchez y Pablo Iglesias les ayudará a mantener en pie al actual Gabinete de coalición. A los nacionalistas para hacer ver los peligros que les acechan desde el más duro de los centralismo. Y al Partido Popular, si acierta su presidente, para enviar el siguiente mensaje a los votantes más conservadores: O conmigo o con nadie.