A la hija de Rufino Arrimadas y de Inés García le sedujo la política cuando tenía 18 años y le avisó del abandono con 26 cumplidos. Se afilió al emergente Ciudadanos dirigido por un Albert Rivera que no dudaba en aparecer desnudo en el cartel electoral de las elecciones autonómicas en Cataluña en 2006, que le recordaba a la UCD en que había militado su padre.
Aquel sueño de 2012, aquella ambición que consiguió ganar los comicios en Cataluña en 2017, la llevaron a cometer su primer gran error convencido por el entonces líder del partido: abandonar el territorio sin pelear contra los independentistas en el Parlament y trasladarse a un lugar tan políticamente peligroso como la capital del Reino en busca de un protagonismo nacional.
Siete años más tarde las urnas abandonaban a Inés Arrimadas y a todos los dirigentes de la formación que había tocado el cielo del poder con los dedos de su mano derecha. La maldición sobre el centro se volvía a cumplir de la misma manera que lo había echo con la UCD y el CDS de Adolfo Suárez, y sobre la UPyD de Rosa Díez.
Abandonos que prosiguen tras su llegada a la presidencia de Ciudadanos el 8 de marzo de 2020. Demasiados cambios de dirección, demasiados cambios de derecha a izquierda cuando el país reclama y exige a sus representantes políticos actuaciones más directas y comprensibles. Arrimadas mantiene la dirección del partido a nivel nacional pero es difícil que en Andalucía, Murcia, Castilla y León y Madrid, los vicepresidentes que tiene el partido en esos gobiernos junto al PP le hicieran caso si les ordenara abandonarlos para un cambio de alianzas.
Los odiosos siete - homenaje a Tarantino - aparecieron en su filmografía personal junto a la película que había servido en Italia a mediados de los años sesenta para retratar las rancias costumbres y los códigos del honor de la clase media, y que tenía un claro reflejo en la España de los Planes de Desarrollo del clan ministerial de los López Rodó, López de Letona y López Bravo.
Inés se asemeja a la Stefanía Sandrelli que con 16 años cumplido se convertía en una estrella tras aparecer como el más claro objeto de deseo por parte del galán por excelencia del cine italiano, Marcello Mastroianni. Un divorcio familiar visto en plan de comedia que hasta se puede ver como ejemplo del divorcio político que tiene lugar en el interior de Ciudadanos tras el desastre en las urnas.
En siete meses los sueños de Albert Rivera se derrumbaron. Si en las elecciones generales del 28 de abril de 2019 Ciudadanos había llegado a 57 escaños, siete meses más tarde, el 10 de noviembre, se quedaba en diez. Si en la primavera rozó el “adelantamiento” al PP de Pablo Casado, que con 66 escaños, se asomaba a su propio abismo; en el otoño veía como los populares remontaban hasta los 89 y alejaban el peligro.
El tercer protagonista del culebrón de la derecha española, el Vox de Santiago Abascal, que ya había avisado en abril de su creciente fortaleza en las urnas con sus 24 escaños, llegaba a los 51 asientos en el Congreso y se convertía en la tercera fuerza política de España.
¿Dónde fueron a parar los 47 escaños que había perdido Rivera y que supusieron su adiós a la política?. Respuesta fácil: los 23 ganados por el PP y los 28 ganados por Vox. De nuevo y como otras tantas veces en la política española el soñado centro ideológico desaparecía fruto tanto de sus errores como de la constante presión que sobre ese segmento de la población han ejercido los dos grandes protagonistas de nuestra reciente democracia.
Por el desagüe de las urnas se fueron también las esperanzas y deseos de muchos dirigentes de Ciudadanos. Cansados del poder omnímodo de Rivera, que les había llevado al desastre final, decidieron marcharse al igual que había hecho el líder y su segundo, José Manuel Villegas, los dos camino del ejercicio de la abogacía en el despacho de Martínez Echevarría.
Desde el Partido Popular Pablo Casado ya no habla de otra cosa que de la conquista del centro político, desde el que se ganan las elecciones, mientras se aleja de Vox pero utilizando sus apoyos allí donde necesita al partido de Abascal para gobernar. Y desde el PSOE, pese a los guiños sociales hacia la izquierda con la que comparte el poder, se hace la política de centro que le gusta a Europa.
¿Qué hacer ante ese afán de aplastamiento del centro independiente que pretenden los dos partidos históricos de nuestra democracia?. Ni Arrimadas, ni su núcleo de confianza tienen la respuesta. ¿Resistir hasta las próximas elecciones?, ¿cambiar de alianzas y romper los gobiernos de cuatro Autonomías?. Tan mala puede ser una opción como la otra. Su tiempo está tasado: en 2023, como máximo, tendremos las respuestas.