Convertido en uno más de los jarrones chinos que adornan la galería de los dirigentes políticos que fueron o soñaron con ser presidentes del Gobierno, Albert Rivera ha hecho lo mismo que Felipe González y José María Aznar, y lo mismo que el huido Carles Puigdemont: criticar con dureza a su sucesora, a la que convierte en traidora al ideario fundacional de Ciudadanos.
Se olvida Rivera que en apenas siete meses, los que van de abril a noviembre de 2019, su partido con él al frente y embarcado en el triángulo de la derecha española que se convocó a sí misma en la plaza madrileña de Colón, perdió dos millones y medio de votos y 47 escaños. Decidió marcharse a la empresa privada y cambiar radicalmente de vida pero la pasión por la política es más fuerte. Va a defender al PP en Cataluña como abogado, y de paso le lanza un mandoble a Ines Arrimadas, la que fuera su ojito derecho y la mujer que logró vencer en las urnas a los independentistas catalanes.
si dejamos a un lado al actual inquilino de La Moncloa, de los seis presidentes de gobierno que ha tenido la democracia española uno, Mariano Rajoy, ha regresado a su profesión de Registrador de la propiedad; otros dos, Leopoldo Calvo Sotelo y Adolfo Suárez, han fallecido, el segundo tras permanecer recluido en su casa afectado de Alzheimer durante años; el penúltimo del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, pasó su periodo de descompresión y se dedica a asesorar y mediar en temas tan difíciles como las relaciones de la Venezuela de Nicolás Maduro con el resto del mundo. Se resiste a que se le consider un "jarrón chino" al igual que lo hacen los dos restantes, y que suelen concitar tantos apoyos como críticas cada vez que manifiestan en público sus opiniones respecto a lo que está ocurriendo, con una irreprimible querencia a colocar sus años de gestión por encima de la forma de gobernar de sus sucesores.
Felipe González y José María Aznar han liderado de forma clara y sin apenas fisuras sus respectivos partidos, a los que sometieron con su llegada a un cambio de imagen y de ideario brutal. González acabó con el marxismo en el Partido Socialista y de hecho diluyó el término obrero tras su choque con la UGT que lideraba Nicolás Redondo, que le hizo la primera huelga general entre socialistas. Aznar enterró los flecos que quedaban en el PP del franquismo y centró a la formación en torno al liberalismo, bien es cierto que en ambos casos la querencia de ambos hacia el centro electoral les llevó a que una buena parte de sus programas y de sus actuaciones de gobierno fueran intercambiables, al igual que pudieron serlo una parte de sus ministros, desde Miguel Boyer a Josep Piqué.
Tuvieron más cosas en común a la hora de gobernar: uno y otro le bailaron el agua al nacionalismo catalán que representaba CiU y quisieron llevar al Ejecutivo a la misma persona, Josep Antoni Durán Lleida. No lo consiguieron y la deriva del nacionalismo catalán acabó con los dos partidos, con Convergencia y con Unió, y con sus líderes enfangados en procesos de corrupción.
Ninguno de los cuatro soporta a los otros y no ahorran calificativos a la hora de referirse tanto a los antiguos adversarios como a los compañeros de partidos. Si jugaran al mus es posible que tanto los dos socialistas como los dos populares hicieran antes señas a los adversarios que al compañero de partida.
Curiosamente la andadura política, profesional y personal de González y Aznar se asemeja bastante más de lo que ellos mismos desearían: se han volcado tras su salida de Moncloa en el área internacional a través de su presencia en consejos de administración y asesorías de empresas multinacionales y han aceptado su papel de " acompañantes de relumbrón" en algunos consejos patrios que cuentan con buenas remuneraciones anuales.
Pasan gran parte del año viajando y poniendo en valor la experiencia y los contactos que adquirieron en sus años de gobierno, con una clara tendencia hacia Iberoamérica y los países árabes. Cuando se refieren a la actualidad española son muy críticos y ponen en cuestión las decisiones de los que en uno u otro momento han ocupado y hoy ocupa el Palacio de la Moncloa y la jefatura del Gobierno, ya se llame Zapatero, Rajoy o Sánchez.. Eso en público, que en privado son aún más duros y con descalificaciones más contundentes respecto a las medidas políticas y económicas que se toman y la situación general de España.
González utilizo la metáfora de los "jarrones chinos" para referirse al difícil papel que les tocaba a los ex presidentes respecto a sus sucesores, que no sabían donde colocarles bien por lo "válido" que habían sido, bien por no encajar en la " nueva decoración" política que imprimían a la vida pública. Por uno u otro motivo y por la falta de " estructura legal" que acompaña a los ex en nuestro país, tanto el como Aznar, Zapatero y Rajoy no cumplen ninguna función pública que ayude a los distintos gobiernos en tareas diplomáticas y de representación, y tal en por ello cualquier artículo que publiques o entrevista que concedan alcanza enseguida la condición de polémica y de ataque contra el presidente del gobierno y su equipo.
Recordar que con Mariano Rajoy en la presidencia, el que había sido su jefe y mentor no dudó en alabar a Ciudadanos y a Vox en las personas de Rivera y Abascal, y que le bastaron cuarenta minutos en televisión para poner patas arriba a un partido en el que la crisis estaba rompiendo las viejas y aparentemente sólidas barreras de la unidad y el apoyo sin fisuras a la política del Ejecutivo.
Aznar puso el dedo en la llaga, al igual que lo había hecho Felipe - ambos lo siguen haciendo - de lo que la mayoría del Partido Popular que hoy dirige Pablo Casado, opina de la situación de España y sus relaciones con el gobierno de coalición. El problema no está en lo que ha dicho respecto a la fiscalidad y el cumplimiento del programa electoral, está en el momento y en el tono, justo cuando desde la estructura de la formación se llama de forma continúa al cierre de filas con la actual dirección y sus medidas para salir de la crisis.
Es un síndrome, por un lado, y una realidad, por otra, compartidos. Más explicables en los que han sido presidentes que en Albert Rivera, que lo intentó y al no conseguirlo prefirió abandonar en lugar de mantenerse en esa lucha. Sus sucesores en La Moncloa o al frente del partido, quieren volar solos, sin presiones y sin nadie que les mire por encima. Querían y quieren cometer sus propios errores y tras las declaraciones obligadas de homenaje en las tomas de posesión, lo mejor que le desean al que les precedió en el cargo es que vivan lo mejor posible pero lo más lejos y con la menor influencia posible. Si las cosas del país van bien ese objetivo es fácil de cumplir, pero si los problemas se amontonan como en la España de hoy, entre la crisis económica y las consecuencias de la pandemia, los ex aparecen para recordar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Su tiempo, claro está.