Esa fecha se empeña en aparecer, como un fantasma, como una alargada sombra que tuviera la misión de cargar de negras tintas el día a día de este país. Viejos demonios que parecían tan enterrados como el cadaver del dictador y que regresan de la mano de dirigentes políticos que nacieron después de su muerte.
Santiago Abascal nació en 1876, Pablo Iglesias en 1978, Pablo Casado e Inés Arrimadas en 1981; y Pedro Sánchez acababa de cumplir tres años. Otros 20N ya habían sucedido y otros iban a suceder, con protagonistas tan dispares como Cristobal Colón, José Luís Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.
España dejaba atrás 44 años de República y Dictadura y se disponía a volver a la Monarquía con un nieto de Alfonso XIII en el trono. El general que había dirigido el levantamiento militar contra el gobierno legítimo el 18 de julio de 1936 se unía en la tumba del Valle de los Caídos, bajo una losa de granito de mil quinientos kilos, con el hombre que había encarnado y dirigido el fascismo español hasta el estallido de la guerra civil, José Antonio Primo de Rivera, fusilado en Alicante ese mismo día, 39 años antes.
Un día y un mes que han resultado singulares en la historia de España. En las cárceles y en las urnas, en el trono tras finalizar la primera de nuestras guerras civiles hace 500 años, y en los cementerios donde yacen cuerpos y dineros, que los hay para todos los gustos y condición. Con los primeros monarcas que unificaron el poder en España y con los que lo recuperaron tras 40 años de Dictadura militar.
El mismo 20 de noviembre de 1936 fallece en Madrid el leonés y líder del anarquismo hispano, Buenaventura Durruti. Muere en el hotel Ritz, que se había convertido en hospital de campaña, adonde había llegado el día anterior desde el frente de la Ciudad Universitaria con un tiro de fusil en el pecho, apenas unas horas antes del fusilamiento del fundador de la Falange. Sus herederos políticos no reciben ese tipo de disparos pero los efectos que se buscan son los mismos dentro de la izquierda española.
Aquella guerra, nuestra guerra de todas las guerras, estaba en sus inicios y ya dos dirigentes políticos se convertían en "mártires" para los seguidores de sus ideas. Hoy los mártires combaten y mueren en el frente de las urnas. No hay balas, ni sangre derramada pero los ataques y enfrentamientos políticos que dieron lugar al episodio más dramático de nuestra historia y sus consecuencias vuelven a aparecer.
Han pasado 84 años desde aquel inicio de la tragedia que asoló España. La democracia parlamentaria es una realidad en nuestro país. El fantasma de la sangre y la violencia ha desaparecido. Felipe VI reina, pese a los escándalos que se han sucedido y sacudido a la Monarquía, y los gobiernos de derecha e izquierda se han sucedido durante 43 años, con una Constitución que hace aguas en un clima generalizado de decepción y hastío político, corrupciones económicas y crisis social.
A partir de la llegada al poder dell presidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero en 2004, con la travesía de la crisis económica de 2008 y la posterior convocatoria de elecciones para el 20 de noviembre de 2011, cuando las urnas dieron la segunda mayoría absoluta al centro derecha en la persona de Mariano Rajoy, se abrió otro capítulo en la historia en el que la sociedad española que asistía, entre la angustia y la rabia, a un cambio tan profundo y turbulento como el que vivió entre los años 1975 y 1982 con la muerte de Franco.
La instauración de la Monarquía, la legalización del PCE, las primeras elecciones, la redacción y aprobación de una nueva Constitución, los intentos de golpe de estado por parte de los militares más nostálgicos del franquismo, la victoria por mayoría absoluta del PSOE con Felipe Gonzalez. Siete años que fueron el prólogo de una transformación de España tan grande hicieron buenas las palabras de Alfonso Guerra: " no la reconoce ni la madre que la parió".
Ahora estamos igual: tras siete años de crisis y seis de gobierno del Partido Popular, a esta nueva España de los recortes y la pérdida de derechos que se creían sagrados, inmutables y eternos, no la volvemos a reconocer. No sabemos si habrá que esperar a otro 20-N para que surjan nuevos cambios.
Este de 2020 va a estar protagonizado por una protesta masiva contra los cambios que se cobijan bajo la pandemia del Covid, aquellos que representan la piedra básica del futuro de cualquier sociedad. Lejos, muy lejos quedaron aquellos actos en memoria del Generalísimo, tanto en la Plaza de Oriente como en la Basílica del Valle de los Caídos, hasta si se quiere la manifestación de Colón que venía a sustituirlos.
Los protagonistas del último periodo de la Dictadura y del inicio de la democracia se van muriendo y para las nuevas generaciones de españoles de todo signo ese periodo de nuestra historia aparece como más ligado al siglo XIX que al XX. Se habla de cambiar las reglas de juego de la democracia pero para evitar su anquilosamiento, para hacerla más participativa, más acorde con las nuevas tecnologías y los nuevos retos del siglo XXI, no para volver a las viejas y terribles recetas ideológicas que asolaron Europa y España.
Los dos grandes partidos que monopolizaron el poder desde 1977 hasta 2015 y que a través de la Ley D'Hont habían ido arrinconando a las pequeñas formaciones que en el inicio de la democracia aparecieron como un sarpullido de libertad, se encontraron con un desgaste tan formidable que fueron incapaces de gobernar en solitario tal y como lo habían hecho desde entonces.
Si la coalición entre el PSOE y Unidas Podemos ha puesto en práctica fórmulas de gobierno inéditas a nivel nacional, puede que no haya bastado para garantizar la salida del actual laberinto en el que la pandemia sanitaria y la crisis económica han colocado a España.
Puede que la solución esté en una gran coalición de los dos grandes partidos, a semejanza de lo ocurrido en Alemania, un gobierno bicolor que sume la mayoría necesaria en el Parlamento para no tener que recurrir a la suma de cuatro o cinco grupos minoritarios. Pensar en un tripartito, añadiendo a Ciudadanos a la ecuación parlamentaria, como resultado de los votos en las urnas sería tan peligroso y estéril como lo han sido en algunas Comunidades Autónomas y algunos Ayuntamientos.
Como curiosidad histórica y metáfora política se les puede recordar a los dirigentes de los asuntos públicos de hoy que tras el descubrimiento de América y los agasajos y nombramientos que recibieron por parte de casi todos, un 20 de noviembre del año 1.500 llegaron a España cargados de cadenas Cristobal Colón y sus hermanos por orden del gobernador de las Indias, Francisco de Bobadilla, enviado por los Reyes Católicos.
Fue Isabel de Castilla, que no Fernando de Aragón quien los perdonó y liberó.Y puede que en el Códice que Pedro Sánchez ha regalado al Papa Francisco, del obispo Rodríguez Fonseca, estén algunas de las claves de esa visita inesperada y de las conversaciones que tuvieron lugar y de las que, como es habitual, nada han informado ni a los ciudadanos, ni a los representantes de los mismos.