Las dos listas son largas y diversas. Cien nombres a un lado, cien nombres al otro, mezcla de política y vida empresarial. Están los dirigentes de los grandes partidos con representación parlamentaria, ya sea nacional o autonómica. Están alcaldes de todos los colores políticos. Y están la flor y nata del mundo financiero y empresarial. La están ultimando sus autores y saldrá a la venta a primeros de año.
El corcho, del que España es el segundo productor mundial por detrás de Portugal, es la corteza del alcornoque, al que protege de las inclemencias externas mientras están juntos. Ambos son una misma cosa durante años y sólo cuando se separan adquieren significados diferentes: cuando a alguien se le llama alcornoque se da a entender que anda escaso de luces y que tiene la cabeza dura y poco flexible de cara al mundo de las ideas.
Ser un alcornoque es una mala tarjeta de visita. Por el contrario, cuando nos referimos a que éste o aquella es un corcho estamos poniendo en valor una cualidad muy apreciada al margen del valor o la inteligencia de aquellos a quienes así llamamos. Ser un corcho es estar siempre a flote sean cuales sean las circunstancias por las que se atraviesa.
Ser un corcho es tener una capacidad especial para sobrevivir, para no hundirse pese a que todo lo que nos rodea lo haga. Ser un corcho en la vida pública es casi un requisito indispensable, un salvoconducto contra los ataques que se reciben desde dentro y desde fuera.
Los ejemplos de ser corchos políticos en España son legión, pero basta con mirar a la cúpula de los grandes partidos, de los grandes bancos y de las grandes empresas para encontrarnos con las personas que mejor encarnan las virtudes de esa epidermis vegetal: nos encontraremos con excelentes corchos, que llevan lustros en la vida pública, han pasado en varias ocasiones por los mismos puestos y se han enfrentado y se enfrentan a circunstancias muy parecidas. Y han sobrevivido, hasta ahora, a todos los ataques, batallas y trampas que les han puesto en su camino. Siempre desde abajo hacia arriba, sin prisas pero sin pausas. Los que estaban a su alrededor han ido desapareciendo, tragados por el polvo del camino ya fueran compañeros o adversarios.
Si el 88 por ciento del corcho es aire, lo que le proporciona su increíble ligereza, esa liviandad trasladada a la política y a la vida interna de las grandes corporaciones financieras e industriales es lo que caracteriza a algunos líderes del Partido Popular y del Partido Socialista, que son capaces de cambiar de propuestas y promesas electorales con singular rapidez sin que se les altere el gesto.
Su comportamiento es tan elástico que admiten la máxima presión y vuelven a recuperar su estado original en cuanto ésta pasa. No se alteran y son tan impermeables a las críticas que logran que resbalen por sus cuerpos como si la resina y los ceroides del corcho vegetal fueran una parte consustancial de su propio corcho político.
No son los únicos y la lista de los líderes que poseen estas cualidades podemos hacerla cada uno de nosotros, allí donde se esté trabajando o donde se esté votando. Son ese grupo de personas que elevan a la excelencia su demostrada capacidad de supervivencia: manejan el contenido de sus afirmaciones temporales con una facilidad pasmosa, de la misma forma y manera que se puede manejar, desviar y utilizar el agua, un elemento tan dúctil y aparentemente tan neutro que sirve lo mismo para calentar que para enfriar, para apagar un incendio o para causar una riada, para que la tomemos de un manantial o para que nos la vendan envasada. Exactamente como vemos cada día con las afirmaciones políticas y empresariales, que cambian en su estado y se vuelven gaseosas y se diluyen en el aire o golpean como piedras a los ciudadanos indefensos convertidas en granizo.
El corcho es una gran aislante térmico, una virtud que permite al dirigente sobrevivir a los " incendios" que jalonan su actividad con enorme frecuencia, sea cual sea el puesto que ocupe. Más resistente que el hormigón, el líder insumergible asiste al hundimiento y la destrucción de sus enemigos que se desesperan ante lo inevitable de su derrota cuando más cerca se sentían de la victoria. No tuvieron en cuenta la última y no menos importante virtud de esa modesta y utilitaria corteza del primitivo alcornoque, su adherencia.
Una vez que alguno de nuestros dirigentes estrella alcanza su objetivo y se acomoda en el sillón de mando, moverle es una misión que roza lo imposible. Sus microventosas se adhieren al cargo, al puesto, a la posición de dominio e impiden que se deslice hacia abajo. Son casi inmunes a las encuestas y a las bajadas en Bolsa.
Sufren lo justo y siempre tienen a su lado a ese pequeño grupo de fieles que necesita, tanto como ellos le necesitan a él. La única posibilidad de quitarle es que otro " corcho" más fuerte se enfrente a él y le venza. El resto lo mejor que puede hacer es abstenerse, ya que el gran poder calorífero que posee es capaz de destruir las mejores " carreras" públicas de los sucesivos aspirantes.