Oriol Junqueras (ERC)  y Miquel Iceta (PSC)
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Oriol Junqueras (ERC) y Miquel Iceta (PSC)

Cataluña espera a ver quién corta la cinta roja de las elecciones

miércoles 02 de diciembre de 2020, 21:36h

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La meta de febrero ya está en el calendario político y económico de España y de Cataluña con una cinta roja para el ganador de las elecciones. Pedro Sánchez ha conseguido el apoyo a sus Presupuestos de ERC y de JxCat, en ese orden. Ni Pere Aragonés, ni Laura Borrás querían que les acusaran de perder los dineros de la Autonomía. Tal parece que al banco Sabadell le ha ocurrido lo mismo.

Esquerra aparece como vencedora, con el PSC y el Podemos catalán como aliados para formar de nuevo un tripartito como el que consiguió José Montilla pero con otro presidenta al frente de la Generalitat. Ante esa posibilidad conviene repasar lo que ocurrió tras otras elecciones, las que perdió la antigua CiU y que llevaron a cambiar el panorama político en toda España.

En siete meses al frente de la Generalitat catalana Artur Más consiguió que su partido perdiera quince escaños y pasara a ser la segunda fuerza política de Cataluña por primera vez desde las lejanas elecciones de 1980. Los datos demoscópicos se convirtieron en los reales de las urnas, gracias a una de sus genialidad, y de empeñarse en tirar más piedras sobre su propio tejado.

Durante 23 años y seis elecciones autonómicas Jordi Pujol consiguió otras tantas victorias para su coalición. En 1980, en su primera cita electoral y con un Parlamento de 90 escaños rozaba la mayoría absoluta con 43 representantes mientras que el PSO-PSC se quedaba en 33 y Esquerra Republicana lograba catorce. Ninguna otra formación conseguía tener representantes y la aparición de AP -PP cuatro años más tarde apenas variaría el panorama de bipartidismo imperfecto que ha regido la vida política catalana hasta finales del siglo pasado.

En 40 años la clase política ha crecido sin parar, pasando de 90 parlamentarios a 135, un 145 por ciento más solo en representación parlamentaria sin tener en cuenta provincias, ayuntamientos y gobiernos de todo tipo mientras que la población pasaba de 4.432.776 a 5.230.886, apenas un doce por ciento. Estas cifras son extrapolables al resto de España e indican con claridad la hipertrofia política que se ha producido desde el inicio de la democracia en nuestro país.

En el año 2003, Artur Mas cogía el relevo de Pujol y pese a vencer al PSC de Pascual Maragalla por dos escaños, CiU perdía el gobierno gracias a los pactos de socialistas con los socios con los que, tres años más tarde y consumado el " asesinato político de Maragall" por sus propios compañeros encabezados por José Montilla, formaría un Ejecutivo autonómico a la sombra de la victoria de Rodríguez Zapatero en las elecciones generales, y que supondría un paso más y muy grande en el desastre de una Comunidad arrastrada por sus políticos a una confrontación identitaria que en nada le favorece.

La caída en picado de la imagen del socialismo, en general en todo el estado y en particular en Cataluña, le permitió en 2010 a Convergencia i Unió volver al poder, ya enfrascada en acusaciones de corrupción que afectaban a los dos socios de la coalición. Mas acentuó las reivindicaciones nacionalistas en busca de más dinero de las arcas públicas para su más que maltrecha economía, por un lado, y como una forma de victimismo frente al gobierno central y el resto de España que tan buenos resultados le había dado a Jordi Pujol durante su largo mandato al frente de la Generalitat.

Los tiempos cambiaron y el presidente autonómico se encontró en 2012 con que sus expectativas de crecimiento desaparecían y de los 62 escaños con que contaba en el Parlamento pasaba a tener cincuenta. Su principal rival, el PSC comandado por Pere Navarro bajaba siete, cuando se temía un golpe mayor, e irrumpía con fuerza hasta colocarse en segunda posición la Esquerra más reivindicativa y nacionalista de Oriol Junquera. Este, con una hábil política de estar y no estar con el gobierno de CiU, consiguió que en apenas siete meses se le viera como primera fuerza política, en una Cámara en la que aparecen siete formaciones: una Cámara más a la izquierda, más nacionalista y más ingobernable, y en la que Joan Herrera y Albert Rivera fueron las estrellas emergentes al frente de Iniciativa y Ciutadans.

Este espejo catalán en el que se miraba el resto de España, desde Galicia a Almería, es el que ha puesto en estado de máxima alerta a los actuales dos líderes de los hasta ahora grandes partidos de nuestra democracia, Pedro Sánchez y Pablo Casado, a los que las crisis económica y sanitaria les debería de terminar por convencer de la necesidad de estado de mantener una postura unida, frente a Europa por un lado, y frente a las tendencias secesionistas, por otro.

Sería una buena forma de afrontar sus propias crisis internas y la realidad de una clase política que debe acostumbrarse a que el bipartidismo en España pasó a mejor vida. Si hacemos casos de los sondeos y encuestas de los distintos organismos oficiales y empresas privadas aquel 80 por ciento de los votos con que llegaron a contar PP y PSOE se ha quedado en este 2020 a punto de terminar en la mitad.

Cataluña, en ese febrero de 2021, va a servir para que los líderes de carácter nacional se planteen que las futuras elecciones generales pueden tardar tres años, y que la urgencia está en convencer a Europa que la España de las autonomías es lo suficientemente sólida como para afrontar la salida global de la crisis y cumplir con las condiciones que le han puesto, sin que ninguna de las 17 Autonomías coloquen piedras en el camino.

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