En aquel otoño que aparece tan lejano escogió como compañeros de cartel a Felipe González y a Alfonso Guerra, los dos grandes símbolos - todavía - de un socialismo hispano que vivió sus años de gloria en los últimos estertores del siglo pasado. Hoy tiene a ambos en su contra y opuestos a sus decisiones. Ninguno de los dos hubiera sellado un acuerdo de gobierno con los herederos del PCE y demás grupos marxistas que fueron enterrados en la mayoría absoluta de 1982.
Pedro Sánchez quiere que el espacio temporal que hay entre 1996 y 2014 se olvide, que los suyos y los que alguna vez les votaron pierdan la memoria de que representaron los dos dirigentes sevillanos y su sucesores, desde Joaquin Almunia, a Jose Luis Rodríguez Zapatero pasando inexorablemente por Alfredo Pérez Rubalcaba, los tres secretarios generales que hay entre el mitificado González y el mismo.
Aprovecha los cuarenta y seis años que existen entre el histórico Congreso de Suresnes de octubre de 1974 y nuestros días para reivindicar la forma y el fondo de actuación política que llevó a su partido al poder ocho años más tarde, para a continuación reivindicar que no hace otra cosa que “imitar” a Felipe y sus históricos abandonos del marxismo y del no, pero sí a la OTAN. González tuvo que abandonar a Guerra, que le había cubierto las espaldas. El sabe que tendrá que abandonar a Pablo Iglesias para que la imitación sea perfecta.
Si Gonzalez abandonó el marxismo por la socialdemocracia, Sánchez tendrá que abandonar la vetusta y anquilosada socialdemocracia europea por el liberalismo, que a lo que parece es el espacio en el que tendrá que dirimirse el poder si nuestros políticos de todos los colores quieren mantener buenas y necesarias relaciones con la Europa que decide entre Bruselas, Luxemburgo y Frankfurt.
El resto del espectro político está ocupado y muy ocupado con pandemias, Navidades, vacunas y desahucios. Eso o reinventar el socialismo de rostro amable y cercano, de la misma manera que el capitalismo está reintentando que el rostro violento y duro de Trump se archive y oculte bajo el aspecto amable y dialogante de Joe Biden. Quedan algunos nostálgicos queriendo que la sociedad vuelva a los orígenes de la lucha de clases, algo que se nos antoja más viejo que el Matusalén que aparece en los textos bíblicos. Su capacidad para lograrlo es ínfima y todos lo saben, Iglesias, Montero y hasta Rodríguez incluidos.
Es muy difícil que de la mano de Pedro Sánchez pueda el socialismo español escribir su futuro. Al igual que González, Guerra, Solchaga, Almunia y Zapatero tuvieron su momento, su papel, su gloria desde el 1996, año en el que perdieron el poder conquistado y administrado durante 14 años, al 2018 en el que lo reconquistó Sánchez de la forma más inesperada, se han sucedido diferentes formas en ese largo adiós del poder que de forma inapelable todos los que lo consiguieron deben afrontar.
Felipe González y José Luís Rodríguez Zapatero yendo a la empresa privada y a ganar dinero con sus enormes y bien alimentados contactos internacionales. Alfonso Guerra permaneciendo en el Congreso como el último mohicano y escribiendo sus interesadas y partidistas memorias. Y Alfredo Pérez Rubalcaba volviendo a la Universidad antes de morir cuando no le tocaba. Sánchez cree y lo afirma en público y en privado que todos los que le han precedido se han mostrado incapaces de comprender lo que significa el siglo XXI y los equilibrios de poder que se están produciendo a nivel mundial, y por supuesto en la Europa del euro y en España. Su sabiduría, no la niega, pertenece al siglo XX. Y él es un genuino producto pensado y fabricado para el Nuevo Orden Mundial.