No criticaré a los ciudadanos, a los que se les calienta la boca a diez grados bajo cero o se desahogan delante del ordenador con el propósito de arreglar el mundo y condenar a quienes consideran que son más inútiles que ellos, porque nunca antes en la historia de la humanidad existió tanto vate explicando lo que va a suceder.
Igual da que escriban con faltas de ortografía o denuncien el machismo de la Organización Meteorológica Mundial con sede en Ginebra por su obcecación en poner solo nombres femeninos a los huracanes, ciclones y otros fenómenos meteorológicos devastadores, porque la osadía es compañera de la ignorancia y además no se puede impedir que cada uno proteste incluso contra lo que no existe.
En cambio a los periodistas hay que exigirles “un poquito de por favor”, porque algunos desde el minuto uno de la visita de Filomena se han empeñado en criticar al gobierno de España o a los ejecutivos autonómicos, acusándoles de ineficiencia e imprevisión, y eso es para mear y no echar gota – algo muy normal en estas situaciones gélidas – porque no resulta creíble presumir de rigor y al mismo tiempo responsabilizar a alguien de una desgracia provocada por la naturaleza.
El periodismo en España, en algunas de sus áreas informativas, se ha dejado penetrar por la simpleza de las preguntas o la falta de rigor en los análisis, y hace ya algún tiempo que es muy difícil no encontrar, en casi todos los medios, un ramalazo de amarillismo o un cierto seguidismo de informaciones que no son noticias, y su tratamiento es frívolo
Si hace unos días, en relación al asalto del capitolio en Washington, afirmaba que los gobernantes deben tener un comportamiento pedagógico para que la población les siga por el camino de la justicia y el bien común, hoy añado que los medios de comunicación también deberían autoexigirse más rigor para no convertir en noticia lo que solo es un insano deseo.
Claro que estas dos pretensiones solo se le ocurren a un iluso.