Entre los 350 congresistas, los 265 senadores y los 1207 parlamentarios autonómicos no creo que exista ni un diez por ciento que se sienta monárquico. Lo mismo pasa entre todos los partidos políticos, los gobiernos de las Autonomías y los 8131 ayuntamientos españoles. La España política siendo muy republicana sabe que debe salvar a Felipe VI.
Entrar ahora, en este tiempo que vivimos, con pandemia y sin pandemia, con la real amenaza de estar dentro de la mayor crisis económica de los últimos cien años, plantear y llevar adelante una reforma constitucional que obligue a los españoles a la elección entre Monarquía y República sería un error tan grave como los que dieron lugar al nacimiento de la Primera y Segunda Repúblicas, a las que entre todos las mataron, sin que ninguno reconociese su parte de culpa en los “asesinatos”.
Más allá del nada ejemplar comportamiento de Juan Carlos I en todos los aspectos de su vida, desde el familiar al económico, querer aprovecharlo para derrocar al actual Rey es abrir un proceso del que no se conoce ni el final, ni siquiera cada una de sus etapas. El todo vale para destruir la Institución, incluido el cínico e ilógico comportamiento ante la vacunación de las dos hermanos del Rey aprovechando su visita al exiliado Juan Carlos, sin que suponga ningún quebrano a uno solo de los 47 millones de españoles, no hace más que confirmar que los representantes de los ciudadanos se han alejado, otra vez, de la Corona, y que piensan más en votos y sillones que en los problemas reales y concretos que afectan cada día a los auténticos dueños de la soberanía nacional.
Felipe VI es el primer Rey Borbón desde hace doscientos años que no tiene, que se sepa, ninguna actividad económica legal o ilegal, que no tiene amantes, ni hijos ilegítimos, y que no ha nacido o ha pasado por el exilio. No ha matado, engañado, mentido, conspirado para alcanzar el trono. Todo un mérito a valorar cuando miramos su pasado familiar y vemos como Carlos IV murió en el exilio de Nápoles, que aceptó entregarle el poder a Napoleón, que se enfrentó a su hijo, Fernando VII, quién, a su vez, regresó desde el exilio para convertirse en uno de los grandes traidores de este país. Engañó a todos al mismo tiempo, todo el tiempo e hizo inevitable que comenzaran a producirse los pronunciamientos militares.
Nombró a su hija, Isabel II, Princesa de Asturias y sucesora con apenas tres años para evitar que reinara su hermano Carlos María isidro, derogando la llamada “Ley Sálica” que desde 1713 impedía reinar a las mujeres. Situación que recuperaría nuestra actual Constitución en su artículo 57 al colocar la preeminencia del varón sobre la mujer, un aspecto legal que ha permitido a Felipe ser nombrado Príncipe de Asturias primero y luego tras la abdicación de su padre ocupar el trono en lugar de su hermana Elena. Algo que han “evitado” Felipe y Letizia, pero el artículo constitucional, nada feminista por cierto, permanece.
A Isabel II le obligaron a casarse con su primo, Francisco de Asís Borbón el mismo día que cumplía 16 años; y a su hermana, Luisa Fernando, de catorce, con otro de sus pretendientes políticos, el hijo del Rey de Francia. Geopolítica europea, dinástica y familiar pensada desde dentro y desde fuera del país para consumar la caída internacional de España al tiempo que se hacían grandes negocios y la corrupción recorría la Corte madrileña a todos los niveles.
Doce hijos y varios abortos, una monja, sor Patrocinio que mandaba más que muchos ministros, un confesor, el padre Fulgencio, que escuchaba los pecados del Rey y la Reina al mismo tiempo. Y unos nobles, desde el marqués de Salamanca al conde de Riansares - segundo marido de la regente María Cristina de Borbón dos Sicilias - que se hacían de oro con las obras y concesiones públicas. Hasta a la propia Reina la acusó Emilio Castelar de querer vender parte del Patrimonio del Estado, con la excusa de ayudar a los pobres, para quedarse con el 25% de las ganancias.
El hijo de Isabel II vendría desde el exilio gracias al Pronunciamiento del general Martínez Campos y tras las conspiraciones y asesinatos que llevaron a Amadeo de Saboya a volverse a Italia. Alfonso XII se casó con su prima sevillana María de las Mercedes de Orleans, más que por amor por interés y estabilidad de la Corona frente a las ambiciones de su suegro. Viudo a los cinco meses de la boda y vuelta a empezar con María Cristina de Habsburgo Lorena por las mismas necesidades patrias.
Alfonso muere tres días antes de cumplir los 28 años pero tiene tiempo de tener tres hijos legítimos, el más pequeño el futuro Alfonso XIII, varias amantes y dos hijos ilegítimos con la que parece que fue su gran amor, la cantante de ópera Elena Sánz, ocho años mayor que él y que “castigada” por la Reina tuvo que exiliarse en París tras una ardua negociación económica a cambio de las cartas que se había cruzado con su amante el Rey.
El mejor retrato de ella lo hace el que fuera presidente de la I República española, Emilio Castelar, condenado a muerte por oponerse a la Monarquía en 1865 y que pudo regresar tras la caída de Isabel II. Así describe a la diva del bell canto: “ de labios rojos, de piel color morena, la dentadura blanca, la cabellera negra y reluciente como de azabache, la nariz remangada y abierta, el cuello carnoso y torneado, una maravilla, la frente amplia como la de una divinidad egipcia, los ojos negros e insondables cual dos abismos que llaman a la muerte y al amor”.
La inclinación de los varones de la Casa Borbón hacia el mundo del espectáculo viene de muy lejos, al igual que las respuestas que dan sus Reinas a las amantes cuando llega la decadencia del Monarca. Si pensamos en Elena negociando su futuro podemos imaginarnos a Barbara, a Marta y a Corinna negociando el suyo.