Si el Gobierno de Pedro Sánchez, por boca de su vicepresidenta primera, asegura que está “negociando” con el Rey la adecuación de la Monarquía a los parámetros éticos del siglo XXI, habrá que entender que la ética de los siglos XIX y XX era distinta de la actual. Si sólo fuera un problema de ética no habría que cambiar la Constitución, bastaría con aplicar las Leyes.
La lógica nos lleva a pensar que las pretensiones de revisión constitucional van mucho más lejos, que se trata de cambiar a fondo los acuerdos políticos en los que se basaron los padres de nuestro actual ordenamiento jurídico, que aquello que sirvió para que Juan Carlos I dejara de ser el sucesor de Franco y pasara a convertirse en el Rey de una nueva Monarquía, ha quedado tan obsoleto que España necesita, 45 años más tarde, una Constitución que permita a Felipe VI dejar a un lado la verdad dinástica: que es el heredero de su padre.
Si algo se entiende en España son los deseos de cambio radicales. Pasar de la Monarquía a la República y de ésta a la Dictadura para llegar de nuevo a la Monarquía. Si algo se sabe en este país es que los deseos de la carne y del bolsillo van muy unidos. Sexo y fortuna como ambición de futuro. Con corona o sin ella, como Monarca o como Regente. Siempre con una nutrida Corte de recompensados aduladores, tengan o no títulos nobiliarios, entorchados en las bocamangas o levitas negras en las sesiones de Cortes.
Sería ir contra la historia pero... a lo peor se les ocurre a los nuevos redactores constitucionales que los miembros de la Familia Real, sobre todo si van a convertirse en Reyes y Reinas, tengan que pedir permiso en la búsqueda de pareja. Volver a los matrimonios pactados, como así ha sido hasta el de Felipe VI y Letizia, sería la peor burla que podría hacerse al necesario y a veces exaltado feminismo del siglo XXI.
Trescientos años de matrimonios reales en los que el amor dejaba paso al interés de estado o a los acuerdos entre las familias del entramado de apellidos como los Borbón, los Orleans, los Habsburgo, los Coburg, los Orange o los Saboya. Se trataba de mantener el control del poder, que era el que aseguraba las fortunas y la posibilidad de que quien lo ostentara hiciera lo que le diera la Real gana.
La ruptura de esa “costumbre” le corresponde al entonces Príncipe Felipe, que decidió que se iba a casar con una periodista divorciada llamada Letizia Ortiz que era la antítesis de una elección monárquica. Contra los vientos y mareas que azotaban el palacio de la Zarzuela los hoy Reyes de España aseguraron el futuro de la Corona entre aciertos, errores y crisis de identidad.
Ver a la Monarquía británica enfrentarse a las “verdades” de uno de sus miembros más notables como es el Príncipe Harry, nieto de Reina, hijo y hermano de futuros Reyes, suelta en la televisión americana y se extiende por todo el mundo nos hace ver que aquí, en España, no hemos llegado a tanto pese a los momentos de máxima tensión que han protagonizado ante las cámaras, por ejemplo, las dos Reinas.
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La ruptura en pedazos y en apenas unos días de lo que antaño fueron las vacaciones de verano de la Familia Real en Palma de Mallorca, a partir del choque público entre las dos Reinas, Sofia y Letizia, en la catedral de Palma en abril de 2018, convirtieron los escondidos problemas familiares, que sin duda le atenazaban, en problemas de estado.
En siete días y ante los ojos de todos los españoles la diáspora del Rey y de la Princesa de Asturias, de la mayor parte de los nietos, los forzados posados fotográficos ante la prensa, la cena de compromiso con las autoridades de la isla, la audiencia obligada con el presidente del Gobierno, las ausencias inexplicadas e inexplicables en actos tradicionales de otros años..., todos esos acontecimientos condensados en una semana aumentaron el daño que a la Monarquía y a la estabilidad de la Nacion estaban haciendo los comportamientos de casi todos los miembros de la primera familia del país. Era tan sólo el principio como se ha comprobado año tras año, cada vez con más caudal informativo en las riadas que van desde el Caso Noos a la abdicación y las revelaciones del inagotable ex comisario Villarejo.
El caso Urdangarin, la salida a la luz de los comportamientos que el duque de Palma y su socio Diego Torres habían mantenido durante años, articulado en torno a la condición de yerno del Rey del antiguo jugador de balonmano, fue la espita por la que comenzó a salir toda la tensión acumulada, todos los problemas, todas y cada una de las circunstancias personales y familiares en las que vivían desde don Juan Carlos a sus nietos más pequeños.
Los silencios cómplices y aduladores de los medios de comunicación durante cuarenta años desaparecieron con enorme rapidez y la Casa Real se convirtió en un "patio de Monipodio" en el que se han cebado crónicas del corazón, programas del corazón y todo tipo de ambiciones cortesanas,políticas y económicas. De la nada y el oscurantismo a la luz y taquígrafos en apenas cinco años.
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Confluyeron los deseos de cambio en la Jefatura del Estado con los problemas de movilidad tras la caída en Botswana del Rey Juan Carlos, con el conocimiento público de sus relaciones con Corina Larssen y su distanciamiento de años con la Reina Sofia, e incluso con las renuncias de otros soberanos europeos al trono abdicando en sus hijos. Se buscó ese ejemplo como una más de las razones para que el Rey que no quería abdicar no pudiera llegar a celebrar sus cuarenta años en el Trono.
Desde la orilla de los años que han pasado desde la separación de la Infanta Elena y Jaime de Marichalar, ya adormecidas las tensiones que originó y los numerosos rumores e incluso disparates que la acompañaron, se llegó a la reiteración en los anuncios y desmentidos de otra separación que estaría forzada por el escándalo económico del caso Noos y por el escándalo personal de correos de contenido erótico de Iñaqui Urdangarin, dentro de la instrucción de un sumario que no dejaba de crecer con las nuevas pruebas que pedía el juez Castro, por un lado, y que aportaba Diego Torres y su entorno por otro.
Con la Infanta Cristina siempre pendiente de que la llamaran a declarar bien como testigo, bien como inculpada, con falsas ventas de parcelas que se le atribuían, con inspecciones de Hacienda que no terminaban nunca, siempre en busca de un equilibrio entre la voluntad de la Justicia y la necesidad de Estado.
Se buscó una salida que pasó de Washington, donde se trasladó el matrimonio Urdangarín en los inicios del escándalo gracias al contrato de Iñaqui con la siempre generosa y oportuna Telefónica de Cesar Alierta, al palacete de Barcelona y el contrato de Cristina con la Caixa de Isidre Fainé, siempre dispuesta a echar una mano a los problemas de estado; rozando el emirato de Qatar para terminar en el medio exilio familiar de Ginebra. Un Vía Crucis que la hija menor de los hoy Reyes eméritos tuvo que recorrer en solitario, separada de su padre y de su hermano tras reafirmar su amor y presencia al lado de su marido. La razón de Estado quedó a un lado del camino.