Tiene 65 escaños y resuelto el debate de investidura. Pidió los votos para poder gobernar sin ataduras. Se los dieron de forma abrumadora los madrileños. Lo fácil es incorporar a ex dirigentes de Ciudadanos al futuro Gobierno; lo arriesgado y atrevido sería hacer lo mismo con miembros de Vox. Una forma de unir a toda la derecha.
Si lo que pide y quiere Pablo Casado es que el PP aglutine en torno a sus siglas a toda la derecha para así derrotar al PSOE y al resto de la izquierda en las urnas, puede que Isabel Díaz Ayuso de el primer paso y lo haga. Por audacia que no quede.
Lo que no han hecho sus compañeros de Andalucía, Castilla y León y Murcia - Mabel Campuzano, consejera de Educación es una de las tres tránsfugas de Vox - está a punto de hacerlo la presidenta madrileña. Gestos y palabras en ese sentido ya los ha hecho, sin que las afirmaciones que harían desde la izquierda sobre la presencia de la ultraderecha en su Ejecutivo le importen mucho.
El único obstáculo para hacerlo está en la estrategia del presidente del PP de cara a la Unión Europea, la Comisión y el Parlamento de Estrasburgo, una situación que podría cambiar si las próximas elecciones francesas dieran como vencedora a Marie Le Pen, o si en Alemanía esa misma ultraderecha “obliga” a la CDU del sucesor o sucesora de Angela Merkel a un pacto de Gobierno frente a un SPD que está a la baja.
El liderazgo de Ayuso en el Partido Popular de Madrid, que estaba en cuestión y con el alcalde de la capital como candidato “protegido” de Casado y García Egea, ya no admite dudas. Su triunfo el pasado 4 de mayo, superando en votos a la suma de PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos le colocan por encima de Martínez Almeida, quien tras la sentencia sobre Madrid Central tendrá que afrontar la difícil papeleta de las indemnizaciones por multas que la ley ha declarado nulas. La oposición a la alcaldesa Carmena tiene efectos retroactivos.
Desmantelado electoralmente Ciudadanos y con un abandono constante de sus filas por parte de los que llegaron en busca de un centro político a Ines Arrimadas y Edmundo Bal les corresponden las decisiones más difíciles: seguir apostando por Ayuso como hicieron en campaña pese a que ningún voto puedan ofrecerle en la Asamblea; negociar una fusión por absorción que le permita a Pablo Casado retomar fuerza frente a la pujante presidenta madrileña; o resistir en sus cuarteles de invierno a la espera de mejores tiempos e incluso con una modificación del nombre.
En el territorio de Santiago Abascal el futuro es un poco más halagüeño pero con los escaños conseguidos en el Congreso y en las Autonomías en 2018, 2019 y 2020 como techo para sus ambiciones. Seguir quedándose fuera del poder del Estado y del poder autonómico irá limando sus apoyos de forma inexorable a favor del PP. Y de la misma forma que tras las elecciones andaluzas la presencia de Vox le ayudó a Moreno Bonilla a conquistar el Gobierno andaluza, es posible que el mantenimiento de las siglas de Vox como atractivo para una parte de la población, le ayuden a Casado a sentarse en La Moncloa.
En cualquiera de los escenarios posibles lo que desde Madrid haga Isabel Díaz Ayuso influirá en el resultado.
En la dirección del PP son conscientes de que muchos de los votos que consiguió su compañera el 4M no eran del partido y que obedecían tanto a un deseo de castigar a Pedro Sánchez como a la propia figura de la candidata, tan alejada de la imagen “pija” y clásica de los dirigentes populares como para que barrios y pueblos en los que siempre había ganado la izquierda decidieran darle su apoyo.