El polémico director ejecutivo de Tesla ha visto cómo se incrementaba súbitamente el número de conversiones de seguidores a detractores por culpa del bitcoin. Tras anunciar en febrero que la compañía aceptaría pagos en la criptodivisa y afirmar haber adquirido 1.500 millones de dólares en bitcoins, (Tesla capitaliza 650.000 millones frente a los 100.000 millones de Volkswagen), anunciaba hace unos días que, aunque sigue creyendo en el prometedor futuro de la más popular criptodivisa entre las más de 500 que pueblan este universo, ya no la aceptaría como medio de pago argumentando el enorme coste que su producción tiene para el medio ambiente.
SE APURAN LOS TRABAJOS
Quien haya seguido con más distancia el fenómeno bitcoin puede sorprenderse de la cantidad de energía que precisa para su minería, que se estima en el equivalente al consumo de energía de un país de tamaño medio europeo durante un año, -más que Suecia, por ejemplo-.
El Banco de Italia señalaba en un informe reciente que el sistema de pagos de la eurozona había dejado una huella de carbono en 2019 hasta 40.000 veces menor que la provocada por el bitcoin. En un mundo donde la sostenibilidad es un valor en alza, el bitcoin empieza a tener asociado el calificativo de moneda -si puede calificarse así- sucia.
Si además resulta que el 65% de la producción de bitcoin procede de China, y que el carbón es el 60% de la composición energética del país, las idas y venidas en su cotización, que han convertido su presencia en algo asiduo en los medios de comunicación financiera, además de ser fuente de disgustos para inversores confiados -las pérdidas en el mundo de las criptodivisas oscilan estos días entre el 30 y el 50% de su cotización previa a la “conversión” ecologista de Musk-, puede sumar pronto legiones de detractores al considerarla una amenaza para el medio ambiente.
Seguramente no es casual que China sea la economía donde el desarrollo de una CBDC, que es como se conoce en el argot a las divisas digitales que cuentan con el amparo de un banco central, está más avanzado. Al margen de multitud de advertencias sobre los riesgos de invertir en criptodivisas que han lanzado los reguladores, los bancos centrales apuran sus trabajos para el desarrollo de sus propias divisas digitales.
EL ULTIMO QUIERE SER EL PRIMERO
El último que ha hecho referencia a estos trabajos ha sido el presidente de la Reserva Federal. En una declaración por video poco común publicada estos días en la web de la institución, refirió que las monedas digitales privadas vinculadas al dólar pueden representar una seria amenaza para el sistema financiero, para añadir más adelante que cualquier CBDC debería servir “como un complemento y no como un reemplazo del efectivo”.
Considerado como uno de los bancos centrales más reacios hasta la fecha al desarrollo de divisas digitales, anunció que la institución pretende desempeñar “un papel de liderazgo en la evolución de los estándares internacionales para las CBDC”.
Ese papel de liderazgo es indiscutible para el dólar en el mercado de divisas. A pesar de ello, el porcentaje que la moneda norteamericana representa en las reservas mundiales de los bancos centrales pierde peso de forma progresiva. Según la última encuesta del FMI, al finalizar 2020 el peso del dólar ha pasado desde el nacimiento del euro a representar el 59% frente al 71% de 1999.
El siguiente es el euro con un estable 20%. Todo indica que la Reserva Federal está moviendo las piezas que le permitan mantener e incrementar a través de las CBDC el terreno hasta ahora perdido a favor de China.