Sólo el 13 por ciento de los jóvenes franceses decidieron votar este domingo en las elecciones regionales de su país. Y sólo el 44% de los 48 millones de ciudadanos que tenían derecho a hacerlo. Si se hace bueno el refrán sobre las barbas de tu vecino, nuestros políticos deberían poner las suyas en remojo.
La sociedad francesa les ha dicho a sus representantes políticos que está harta de sus comportamientos y que no hay mayor despareció que no hacer aprecio. Les ven lejanos, preocupados por sus particulares y egoístas problemas y no por los de la mayoría. Todo un toque de atención que saca a la luz el grave problema al que se enfrenta Europa y el resto de sociedades democráticas, con el peligro del autoritarismo y el resurgir de las dictaduras en el próximo futuro.
Sin participación mayoritaria la democracia parlamentaria no existe, se desvirtúa, deja de tener sentido. Si de los 67 millones de habitantes que tiene Francia, sólo 48 tenían derecho a votar - el resto pueden ser menores o emigrantes - y de estos últimos han acudido a las urnas menos de 17 millones, tenemos que pensar con toda razón que la democracia está muy enferma, sin que los que tienen el poder de sanarla, en nombre de todos, sepan cómo o no quieran hacerlo.
Votan los mayores, posiblemente llevados por la costumbre y sujetos a una forma de ver y entender la vida social y política que sus hijos no comparten. Veinte puntos separan el voto juvenil del voto total en Francia. Una bestialidad. Un reflejo de lo que está ocurriendo en el país vecino pero que es exportable a lo que ocurre en el resto de la Europa occidental. Es el retrato de varias generaciones, la imagen del futuro que los elegidos para representarnos en las Instituciones y no sólo políticas no quieren ver y asumir.
La sociedad va por un lado y su clase política por otro. La divergencia se acentúa en cada elección y el remedio que ponen los partidos es justo lo contrario de lo que necesitan los ciudadanos. En Francia habrá una segunda vuelta electoral a la que concurrirán aquellos que hayan sobrepasado el 10% de los sufragios. Aplicarán la letra de las leyes pero no su espíritu.
Ya han empezado a esbozarse las alianzas y los ataques a los extremos. No se trata de representar mejor a los votantes, se busca conservar el poder de las organizaciones, cuando no de destruir simplemente al rival que no les gusta. Si en Francia acabamos de ver un ejemplo muy cercano, tampoco está tan lejos y tan fácil de entender - si de aversión personal se trata - lo que ha ocurrido en Israel: ocho partidos, desde la extrema derecha a la extrema izquierda se han unido en un gobierno presidido por el representante de la ultraderecha para acabar con el poder de Netanyahu, al que acusan de corrupto y al que le esperan varios juicios por diferentes cargos.
Las necesidades reales de los ciudadanos, tales como el trabajo, la sanidad, la educación, las pensiones se marginan y relegan a un segundo o tercer plano. Se busca el poder por el poder y ese descubrimiento por parte de la mayoría social es el que hace que las urnas se queden medio vacías. Entre los jóvenes aún más. Sólo uno de cada diez jóvenes franceses que podían votar lo han hecho.
Más lecciones que pueden aprender sus colegas españoles: la derecha de siempre ha ganado a la ultraderecha de siempre y entre las dos han ganado con comodidad a la izquierda y a la nueva izquierda, con ocho puntos de ventaja. El centro que quería y quiere representar Macron ha sido el gran derrotado. Los parecidos con lo ocurrido en las últimas elecciones españolas son evidentes.