Los dueños de cada uno de los tres apellidos que conforman de verdad el triángulo del poder en España - Felipe de Borbón, Pedro Sánchez y Pablo Casado - tienen el mismo problema y coinciden en la misma decisión para afrontarlo : están en sus horas más bajas, tienen miedo de los propios suyos, y sufren cada día ataques y críticas desde los medios de comunicación.
El Rey, el presidente del Gobierno y el llamado jefe de la oposición ven como los sondeos de opinión - los que se publican y los que se guardan por encargo - coinciden una y otra vez en suspenderles en valoración ciudadana, y se enfrentan desde distintos escenarios y realidades a las posibles fórmulas para ayudar a la recuperación de España.
Deberían buscar y encontrar la forma y maneras de sumar sus voluntades y posiciones en el organigrama político para ayudar al país y no para limitarse a pensar y actuar en razón de sus propios y particulares intereses. En el caso del Rey como punto de encuentro de los dos dirigentes políticos, en esa labor de mediación y concordia que le ofrece la Constitución.
Cada uno a su manera, tanto el Rey como Sánchez y Casado han decidido resistir. Cada uno en el puesto que ocupan no están dispuestos a tirar la toalla, dejar que sean otros los que se sienten en sus respectivos sillones y ellos pasar a la moderna historia política de este país como perdedores.
Luchan tanto por su presente como por su futuro, que en caso de Felipe VI pasa por mantener la Monarquía más allá de su propia existencia como Rey, algo que le diferencia y mucho respecto al tiempo político en el que viven los otros dos lados del triángulo.
Se rebelan contra aquellos que les califican y definen como parte de un pasado que hay que dejar atrás, cuando lo que esconde esa afirmación es más una trampa dialéctica que una realidad social. Ni Felipe VI es Juan Carlos I, ni. Sánchez es Felipe González o José Luís Rodríguez Zapatero, ni Casado está a gusto cuando le quieren comparar on” tutelar” desde las experiencias de oposición y poder que vivieron José María Aznar y Mariano Rajoy.
No se sienten responsables únicos de los problemas por los que atraviesa España, ni mucho menos que su hoy por hoy imposible sustitución vaya a mejorar la posición de la nación y favorecer la salida de la crisis. Por el contrario, los tres están convencidos de que están haciendo lo correcto, que no es hora de cambiar en sus respectivos cargos y competencias y que son ellos los que deben dar las soluciones en el inmediato futuro. Errados o acertados se muestran más que dispuestos a luchar contra todos aquellos que por diversos intereses quieren mandarles al archivo de la vida pública.
Esa sensación personal, ese sentido de su propio, singular y muy distinto liderazgo social es el que les lleva a pelear contra todos aquellos que desean romper ese triángulo geométrico del poder para convertirlo en otras figuras mucho más complicadas de encajar en España, desde la Monarquía a la República federal, desde el bipartidismo imperfecto a la arquitectura estructural de España partiendo de una mezcla libre de figuras geométricas imposibles.
Guste a muchos o a pocos, sean parte de la solución o parte del problema - que de ambos extremos se trata- los tres tienen atrapada a España en el problema de todos y en los suyos particulares. El Rey ya ha dicho con claridad y varias veces que está al servicio de la España que nació en 1978 y que esa es su misión desde que fue nombrado Príncipe de Asturias. Sánchez actúa sin dar la más mínima oportunidad a todos los que desde dentro y desde fuera de su partido le acusan de indolencia, pasividad y no afrontar los problemas con claridad y decisión, para al día siguiente pasar a decir y opinar justamente lo contrario. Casado, por su parte, se limita a observar las ambiciones declaradas de algunos de los que le rodean, ya estén en Madrid, en Sevilla o en Santiago de Compostela, lanza alternativas más o menos realizables a la política gubernamental y deja para el futuro electoral su propio futuro al frente del PP.
La Monarquía, como forma de estado tal y como aparece en la Constitución, vive ahora el peor de sus momentos, peor incluso que el que vivió con el intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero y los generales Milans del Bosch y Armada hace cuarenta años. En plena crisis económica, con millones de parados y más de un millón de familias con todos sus miembros sin trabajo estable, los escándalos que se han sucedido están dejando a la institución por los suelos, desde el más grave de todos, el de los dineros cobrados como comisiones por el Rey Juan Carlos - que se ha sumado en el tiempo al de Iñaqui Urdangarin - , que fueron los causantes reales de la abdicación tras la cacería en Botswana y su relación con Corina Larsen.
El desgaste del Gobierno y de su presidente es enorme, tanto como para afrontar una remodelación completa, comopara ver en los dos años largos que quedan de Legislatura todos los ajustes, recortes y sacrificios que se están tomando y pidiendo a los ciudadanos logran sacar a nuestro país del hoyo en el que está metido.
Pedro Sánchez cifra su éxito o fracaso como gobernante a los resultados económicos, con un Gabinete dividido y un partido cuyos dirigentes regionales se empiezan a rebelar de forma clara, a la mínima oportunidad, por la política traumática que se ha impuesto sobre todo con Cataluña y las nuevas leyes Trans y que puede llevarles a perder gran parte del poder que tienen desde sus últimas elecciones.
En el primer partido de la oposición los problemas de liderazgo, de ambiciones desatadas y de confusión ante lo que consideran un continuado desastre que se mantiene desde las últimas elecciones generales crecen cada día. Pablo Casado se muestra incapaz de controlar a unos dirigentes regionales que están convirtiendo al Partido Popular en una especie de tribus independientes más pendientes de los problemas internos que de la aportación que pueden realizar para combatir la crisis de todos.
Los resultados de las encuestas no hacen sino ahondar en el problema, ya que todo indica que roto de hecho el bipartidismo imperfecto que nos ha acompañado en los últimos cuarenta años, sometida España a todo tipo de vaivenes estructurales, económicos, sociales y culturales, se impone que las fuerzas políticas y las instituciones del estado busquen y logren un gran pacto nacional si quieren que los ciudadanos de este país nuestro sigan creyendo en el modelo democrático y no en otro tipo de alternativas, dentro o fuera de la Europa comunitaria. Es ahí, en ese proceso necesario y urgente, donde las tres protagonistas de nuestro propio y peculiar triángulo tienen un papel esencial. Si lo asumen y lo cumplen podrán defender su posición ante la sociedad. En otro caso estarán cavando su propia y particular fosa.