Leonor y su padre Felipe VI.
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Leonor y su padre Felipe VI.

Felipe VI debe elegir entre el estímulo y el miedo a la libertad

jueves 22 de julio de 2021, 08:12h

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Aceptemos que otra España, muy distinta a la que vivió la llegada de la Democracia, se abre camino a empujones políticos de los líderes de los partidos y de los usos y costumbres sociales. Es un camino de dirección única que más pronto que tarde desembocará en un nuevo “texto constitucional”. En ese momento, el Rey Felipe puede y debe ser un estímulo de libertad frente a los miedos que arrastramos.

Mirar y ver lo que ocurre cada día en la vida política es constatar que nuestros elegidos para gestionar los asuntos públicos tienen miedo a la libertad y son incapaces de enfrentarse a sus propias organizaciones, a través de las cuales les hemos votado en la creencia de que nos representaban. Es una cárcel ideológica que les impide pensar y buscar la salida sin que coloquen a los españoles ante una disyuntiva falsa: seguir con las mismas tensiones o volar la edificio constitucional.

Existe la alternativa, el cambio. Buscar y conseguir lo que hicieron los representantes políticos en 1978. Todos cedieron algo, todos lograron algo y los españoles alcanzamos, por primera vez en siglos, un manual de convivencia en el que basarnos para evitar que otro pinto, otro Francisco de Goya, nos inmortalice a garrotazos.
La sociedad mantiene con sus representantes una relación en la distancia. Cada cita con las urnas se produce el acercamiento tal y como si de un acto animal y amatorio se tratara; y una vez consumado, se alejan y se encierran en su propio mundo del que no se atreven a salir por mas que se reclamé su presencia y por mas que se les diga que están para llevar las opiniones, anhelos, sueños y deseos de los ciudadanos a las distintas esferas del poder, y no para defender sus privilegios y sus compromisos de grupo.

No se cuantos de ellos habrán leído el ensayo que publicó en 1941 el pensador alemán Erich Fromm con el mismo título de este artículo, pero se lo recomiendo a todos, a los que están en el Hemiciclo del Congreso y a los que están fuera o en otros espacios de poder parecidos, ya sea apoyando o criticando lo que allí se discute y que, al margen del tema concreto que se trate, será un ejemplo más del miedo que los " trabajadores" del actual sistema democrático tienen a la libertad.

Escrito por Fromm para explicar el comportamiento de las nuevas sociedades que estaba alumbrando el siglo XX y los bueno y lo malo que tenían el llamado socialismo real, por un lado, y el capitalismo más salvaje, por otro, el libro se convirtió en un clásico dentro del pensamiento que tras la II Guerra Mundial quiso unir marxismo y psicoanálisis, por algo su autor era judío , discípulo de Weber y enconado disidente de las ideas de Marcuse y Adorno, los otros dos grandes exponentes de la Escuela de Frankfurt que emigraron a Estados Unidos tras la llegada del nacionalsocialismo a Alemania de la mano del partido nazi de Adolf Hitler.

Pretender que los pactos que se establecieron en 1978 al redactar la Constitución son eternos es un disparate jurídico, político, económico y social que sólo puede engendrar decepciones y violencia. Lo mismo que decir que la España de 2021 es la misma que la de hace 43 años. Las condiciones de nuestro país, para mejor en la mayoría de los casos, han cambiado tanto respecto a la España que salía de la Dictadura, con los tanques adormilados en los cuarteles y unos cuantos nostálgicos del régimen franquista soñando con parar la historia, que intentar convertir la dinámica ciudadana en estatua de sal es un objetivo condenado al fracaso.

El miedo a la libertad es muy poderoso y un arma infalible para el poder que de forma sistemática nos traslada su defensa del individuo, su respeto al ciudadano, su deseo de singularidad para al mismo tiempo - tal y como describe Erich Fromm a lo largo de su libro pero sobre todo en el último capítulo - obligarnos a refugiarnos en la masa, a cambiar esa misma libertad por la aparente seguridad que proporciona el sentirse miembro de un grupo, convertida la libertad de elegir en capacidad para consumir todo aquello que se nos ofrece por los medios de comunicacion y hoy, por ese inmenso almacén donde todo se compra y se vende sin apenas capacidad de análisis que son las redes sociales.

España, la España de todos con todas nuestras diferencias y sentimientos de pertenencia cultural, social, económica o política está gritando que quiere libertad. Libertad para elegir a los que nos gobiernan de otra manera, libertad para decidir en que queremos que se gasten e inviertan nuestros impuestos, libertad para decir si y no y para acertar o equivocarnos, libertad para ser mayores de edad y que no nos traten como niños indocumentados.

La necesidad de abordar un nuevo equilibrio constitucional, un nuevo acuerdo de convivencia es cada día más acuciante. No se trata, creo yo, de una ruptura con estos últimos 43 años, ni siquiera una ruptura con nuestra larga historia. Se trata de que los que mandan nos dejen caminar junto a ellos en la edificación de la España del siglo XXI, que posiblemente acepte la Monarquía como fórmula de convivencia, que acepte que es mejor estar juntos que no partidos en pedazos, pero que no le tenga miedo a la libertad.

Si Felipe VI quiere que su hija Leonor le suceda un día en el trono y la institución que representa sirva para la convivencia de los españoles, la lectura del texto del pensador alemán, que se vio obligado a huir del nazismo para sobrevivir, le puede servir para que al reinar y no gobernar se convierta en un estímulo de libertad. Lo contrario será partir en dos al país y regresar a lo mismo que denunciaron Ortega, Marañon y aquellos paisanos nuestros que vieron y denunciaron la decadencia de España.

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