Tanto desde el gobierno de Pedro Sánchez como desde el PSOE que dirige con mano de hierro; y desde el PP de Pablo Casado se cree que manteniendo la presión sobre el gobierno de Pere Aragonés y sobre elJxC de Carles Puigdemont se van a ganar dos batallas en Cataluña: la de la derrota del soberanismo y la de la derrota y destrucción de la siempre inestable alianza entre el ex presidente y Oriol Junqueras.
Una creencia que parece chocar frontalmente con la " marea social" que crece de forma imparable en ese territorio y que está respaldada " políticamente" por más del 50 por ciento de los representantes en el Parlament y de forma directa más directa en Ayuntamientos de toda Cataluña, sobre todo en la zona más norte del territorio. Hay que tener muy presente que si los que se consideran independentistas suman 74 escaños de los 135 que componen la Asamblea autonómica, una buena parte de los parlamentarios del PSC y de En Común Podem también sueñan con una República federal, al borde del soberanismo.
En los dos grandes partidos nacionales están convencidos de que sin salida política y financiera, sin alternativas culturales e históricas, el presidente de la Generalitat acabará derrotado por los que hasta ahora le apoyan, por más visitas que haga a Ginebra para ver a Marta Rovira, y están convencidos de que el futuro del Gobierno en Cataluña pasa por una futura " relación" con los democristianos de Junqueras, Aragonés y Rufián, previa separación de estos del núcleo duro de los herederos de Jordi Pujol.
Sobre estos principios básicos de estrategia política, Pedro Sánchez ha mantenido la misma tendencia de fondo que han hecho desde Felipe González a Mariano Rajoy . Acaba de afirmar que mantendrá sin dudarlo el no global a un Referendum independentista y a una república. Son Puigdemont y los suyos los que son percibidos como un grave obstáculo para el futuro de Cataluña, muy por encima de lo que ha sido siempre Esquerra Republicana, una formación más radical en todo lo que afecta a la vida social pero con un componente católico que le lleva a mirar siempre hacia el Vaticano y la doctrina de la Iglesia y ante la que se movilizaría la parte más conservadora, industrial y financiera de esa Autonomía.
La opinión que tienen en Cataluña del papel y del protagonismo de Pere Aragonés y su Gobierno, en el que destaca la incorporación de un sorprendente Jaume Giró en la crucial Cartera de Economía, es muy diferente del que se tiene en y desde Madrid. El presidente de la Generalitat " camina" más despacio de lo que lo harían otros líderes sustitutos si él tirara la toalla. A Puigdemont se le empieza a considerar como prescindible en el proceso en el que está sumida la sociedad catalana. Por encima de su nombre y de algunos miembros de su equipo, ya estén en el Parlament o desperdigados por Europa.
La preocupación por los desencuentros entre los dos gobiernos entre las elites del poder catalán y español es muy grande pues perciben que nadie va a dar su brazo a torcer y que sin negociación, ni salida a través de " concesiones" fiscales y culturales, el choque de trenes está garantizado y que sea cual sea el resultado de una consulta electoral adelantada, será malo para Cataluña y para el conjunto de España.
Señalan con acierto desde Barcelona que a las fuerzas que presentaron en el Palau de la Generalitat a la fecha de un nuevo y pactado Referéndum habría que sumar, por lo menos, a la mitad del PSC de Salvador Ila, y por supuesto a todos los representes de Podemos y de la alcaldesa Colau.
Las respuestas dadas al famoso y para muchos inadecuado discurso del Rey Felipe son un buen ejemplo. Insisten cuando se les pregunta por las posibles salidas a la crisis institucional que sólo una negociación con renuncias y cesiones por ambas partes pueden evitar " estallidos" como el que se produjo en el otoño de 2014 y en el que no hubo vencedores, tan sólo vencidos.