El último asalto en este combate cotidiano que llevan ofreciéndonos las herederos del viejo PCE contra los herederos del PSOE de Pablo Iglesias, mientras la democracia huy de Afganistan, lo han protagonizado Yolanda Díaz e Ione Belarra frente al ministro Marlaska. Antes lo hicieron con José Luís Abalos. Motivo: la devolución a Marruecos de los menores que entraron de forma ilegal en España. No saben que hacer con ellos pero no importa.
Intentan establecer diferencias dentro del propio Gobierno. Una forma de sobrevivir dentro de la izquierda. Es una constante desde el lejano 1977 cuando comprobaron que 40 años de sacrificios y de oposición no servían para ganar en las urnas ante la socialdemocracia del PSOE y el neoliberalismo trufado de franquismo desde el que nacieron tanto la UCD como el posterior PP.
Desde que terminó nuestra Guerra Civil al Partido Comunista de España le han hecho tres grandes funerales sin llegar a enterrarlo por completo. El primero lo hizo Francisco Franco, el vencedor de la contienda, para quien el PCE era el principal enemigo del Régimen, el que mantuvo a los maquis en el interior y a la oposición ideológica en el exterior.
Comunismo, masonería y judaísmo se daban la mano y había que combatirlos. Las cárceles se llenaron de militantes que obedecían las órdenes que llegaban desde la lejana Moscú o la más cercana París firmadas sin firmar por Dolores Ibarruri o Santiago Carrillo. El régimen lo intentó pero ese primer funeral se hizo sin cadaver y Juan Carlos I y Adolfo Suárez lo reconocieron así al presionar políticamente para su reconocimiento en la primavera de 1977, ya con la Transición en marcha y con una gran parte de los dirigentes viviendo en nuestro país.
El segundo funeral lo montó el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, si bien la música del mismo ya venía sonando desde las primeras elecciones. La ceremonía
como tal data de 1982, con la mayoría absoluta de los socialistas y la caída en picado del partido que más había combatido a la dictadura.
Sin dictador, los protagonistas principales del exilio y la represión se vieron sobrepasados por los jóvenes que apadrinaban Willy Brandt y Olof Palme y que, previamente, se habían deshecho de sus compañeros "mejicanos". El PCE estaba cadavérico y en la UVI pero su segundo entierro se hizo de la misma manera, sin cadaver.
Las leyes electorales de la Transición, concebidas para fomentar el bipartidismo y esa alternancia en el poder que tanto les había gustado a Cánovas y Sagasta en la Restauración monárquica, propiciaban que cientos de miles de votos comunistas no tuvieran reflejo en las Cortes y muchos militantes y dirigentes pusieron sus ojos en el PSOE y se unieron al socialismo que iba a "reinar" durante casi catorce años, por más que desde la llamada izquierda radical se ensayara el tercer funeral del PCE poniéndole el disfraz de Izquierda Unida para intentar que la vieja imagen de la Guerra Civil se perdiera en la historia.
Tampoco funcionó pese al "sorpasso" que intentaron con ayuda mutua Julio Anguita y José María Aznar.
En los últimos veinticinco años se han sucedido los secretarios generales del partido desde Gerardo Iglesias a Enroque Santiago, pasando por Cayo Lara, Ione Belarra y Alberto Garzón, sin funerales pero con el enfermo en estado comatoso.
El mundo y sobre todo Occidente camina por otros caminos y con otras metas. La caída del Muro de Berlín y la desintegración de la antigua URSS tampoco les ha ayudado mucho a los comunistas españoles. Las referencias históricas se desvanecen y las verdades ocultadas durante años salen a la luz por todas partes. No existe el paraíso socialista. El socialismo real estaba podrido y no procuraba la felicidad y el bienestar de los suyos, más bien todo lo contrario.
Enfrentado a un capitalismo de rostro humano y a la unión de liberalismo económico y socialdemocracia social, el comunismo a secas, el que tenía a Carlos Marx y Federico Engels como apóstoles y a Lenin y Mao como sumos sacerdotes del siglo XX, ha perdido con claridad, sin que ello suponga que el capitalismo no tenga que afrontar su propia y global crisis.
El tercer funeral parecía que iba a tener, por fín, cadaver que llevarse a la tumba, pero tampoco ocurrió.
Un millón de votos conseguidos por la coalición de IU mantuvo al PCE vivo y a la mayoría de sus dirigentes mirando al gran rival que había aparecido por su izquierda hasta que aceptaron que la única forma de sobrevivir era la unión a regañadientes.
Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, que eran dos criaturas nacidas en el seno del PCE, se alejaron por lo que consideraban un imposible: llegar al poder con la etiqueta, las siglas y los programas del Partido Comunista, y optaron por la "renovación" de rostros y el rescate de los principios que alumbraron las grandes revoluciones del siglo XX. Desde el 15M las siglas del comunismo español que fundara José Díaz se empezaron a borrar de la memoria.
Hoy, Alberto Garzón, Ione Belarra y Yolanda Díaz, desde el Gobierno al que tanto ansiaban llegar, apuestan por un nuevo intento. Dicen que son los nuevos marxistas de la nueva España. Ya han planteado tres funerales por el precio de uno, y este con entierro de mitos, cifras, siglas y pasados. Se trata de " superar" y al mismo tiempo unir lo que ha significado el PCE, lo que logró IU y lo que aspiraba a conseguir Podemos: primero desplazar al PSOE como referencia de la izquierda española, en lo que llevan fracasando desde 1977, y liderar la oposición a la derecha que representa el Partido Popular, algo que tampoco han conseguido.
Acompañan al PSOE de Pedro Sánchez y con más o menos éxito tras las últimas elecciones generales y las posteriores de la Comunidad de Madrid mantener actualizadas las señas de identidad que formularon Marx y Engels hace 143 años.
Para mantenerse fiel a los orígenes si a finales del siglo XIX y comienzos del XX las luchas entre aquellos que interpretaban el marxismo llevaron a purgas y enfrentamientos, desde los de bolcheviques y mencheviques hasta los de maoístas y eurocomunistas. Basta con ver y oír a los actuales ministros para comprobarlo.