Abrazos, el fin de las putas y pelillos a la mar
martes 19 de octubre de 2021, 06:56h
Cuando en un Congreso de un partido político centenario como es el PSOE uno de sus dos referentes vivos, el más joven de los dos, plantea acabar con la prostitución como quien prohíbe que los borrachos orinen en la calle, el reto suena a farol porque desde que una prima lejana de Adán cobró por primera vez por tener sexo para poder sobrevivir, nadie ha conseguido en estos dos mil años que ese triste oficio desaparezca.
ZP quiso hablar de algo que no tuviera que ver con lo que anda contándole a los jueces “el pollo Carvajal”, y eligió un tema que puede haber incomodado a algunos de sus compañeros, a los que les ha advertido de sopetón y sin tiempo a reaccionar, que a partir de ahora no pueden ir de putas y mucho menos pagar sus servicios con la tarjeta de crédito oficial.
En cambio, Felipe González – odiado por la izquierda sociológica, mediática, y especialmente por los que han tardado mucho tiempo en atreverse a ponerle a parir hasta que dejo de ser cartel electoral del PSOE – sigue siendo, en mi opinión, un personaje intelectualmente sólido que opina sin necesidad de encerrar en una frase su pensamiento, y en vez de proponer utopías imposibles, se niega a practicar la servidumbre de los que prefieren tener ideología en vez ideas, y reclama su derecho disentir en tiempos de mudanza permanente.
Sé cómo son y para qué sirven los Congresos y las Convenciones de los partidos políticos, porque he asistido durante años a muchos de esos macrosaraos de la derecha y de la izquierda, y en poco se diferencian cuando disentir del líder es un empeño inútil.
A esas reuniones, salvo si hay que elegir nuevo líder y existe una verdadera alternativa al candidato oficial, la gente va a aplaudir discursos, a renovar adhesiones, a proteger su cargo, a salir en la foto y hacer promesas utópicas que todos saben que no se van a cumplir. Lo único que importa es la fiesta en honor del jefe que no tolera disensiones, y garantizarle que durante la barbacoa nadie va a mear fuera del tiesto.
Así lo hicieron los el PP con Isabel Díaz Ayuso hace unos días para que no se olvidarse de decir que en su partido solo hay un Dios verdadero, llamado Pablo Casado, y también lo han intentado los socialistas que han contado con el entusiasmo gritón de Rodríguez Zapatero y las pausadas palabras del incomodo Felipe González empeñado en poder decir lo que le venga en gana cuando le venga en gana porque a su edad no se le puede pedir que se ponga a las órdenes de un hombre sin brújula.
Ni los cartujos, que tienen prohibido hablar y que al estar en clausura no pueden irse de putas, guardan un silencio tan absoluto como los políticos cuando tienen que tapar sus excesos para sobrevivir.