Sin amenazas de tanques, ni proclamas golpistas, España está viviendo la crisis más grave de nuestra democracia desde hace dos años, con una epidemia sanitaria que amenaza co convertirse en eterna y que nos puede obligar a “meternos en casa” otra vez; y con una epidemia económica que puede mantener. Este país con más de un veinte por centro de parados reales, si dejamos a un lado el “truco” de los contrato temporal es, los ERE y los ERTE que engañan a las estadística pero no a los milones de españoles que están sin trabajo.
Una crisis que si la miramos en toda su extensión desde 2008, es mucho más larga que la que protagonizaron un grupo de militares el 23 de febrero de 1981. En aquella ocasion no estaba en juego la estructura ni la unidad de España. Ahora sí y con consecuencias mayores. Todo lo que podía pasar está pasando y es más que posible que ning uno de sus protagonistas prncipales, los que se sienten en los Gobiernos autonómicos y en los Parlamentos regionales, se hayan sentido protagonistas y continuadores de una de las grandes obras del teatro del absurdo, la que se representó el Domingo 1 de octubre de 2017 en el Gran Teatro de Cataluña, con dos presidentes - Rajoy y Puigdemont - convertidos en Vladimir y Estragón, los vagabundos que esperan con paciencia y sin esperanza la llegada de un fantasma.
Nunca llegó en la obra teatral pero si parece que llega cada día a los medios de comunicación para hablar de condiciones y chantajes políticos, de venta de votos a cambio de insider un mucho más en aquellas cosas que separan a los españoles y que deberían servir para unir las diferencias, en lugar de convertir las en cuchillos de carnicero.
Samuel Beckett la escribió a los tres años de terminar la Gran Guerra, cuando la destrucción y el horror por la barbarie eran la imagen de una Europa que se había destruido a sí misma: por la ambición y el fanatismo de unos y la pasividad, el miedo y la indolencia de otros. El escritor irlandés tenía 33 años y los primeros años del conflcto que produjo millones de muertos los pasó ejerciendo de espía en París para el gobierno británico junto a su esposa Suzanne.
Hace ahora 70 años que empezó a escribir "Esperando a Godot", la tragicomedia que el tiempo ha convertido en la esencia de lo absurdo. En España hace 35 que empezamos a escribir nuestra propia obra del absurdo en un "café para todos" autonómico que terminó de redactar un sevillano ministro llamado Manuel Clavero Arévalo y cuyas primeros líneas eran obra de un castellano viejo como Adolfo Suárez y un gallego docto como José Manuel Otero Novas.
Si Berckett había cincelado en piedra su rostro desde sus días en el Trinity College de Dublin hasta llegar al París de Hemingway, con el que se pelearía defendiendo a su paisano, amigo y mentor Joyce, y de Peggy Gugenheim, la millonaria y mecenas de quien sería su amante; Suárez asentó el ascenso al poder en la Villa y Corte en su equilibrado manejo de los colores políticos: el azul del Movimiento de Torcuato Fernández Miranda, y el morado de cardenal laico de Herrero Tejedor. El irlandés subió al escenario a una Europa incrédula y rota; el Abuelense subió a la Constitución a una España cargada de esperanza pero aún atada por 40 años de Dictadura.
De aquellos tiempos hemos llegado a estos: nadie quiere ser menos que nadie por más señas históricas que se pongan sobre la mesa. Los dos caminos que iban a diferenciar a Cataluña, a Euskadi y a Galicia - con la suma de Andalucía por la presión de tres socialistas: Felipe González, Alfonso Guerra y Rafael Escuredo - del resto de las Comunidades españoles se han convertido en una carretera llena de baches con las sucesivas reformas de los Estatutos.
En la obra teatral a "Didi" y a "Gogo", que son los diminutivos de Vladimir y Estragón, se les acerca un chico que siempre les dice lo mismo, que Godot no vendrá hoy pero si mañana, presos sin saberlo de un camino que no lleva a ninguna parte. En ese camino imaginario de una España sin Cataluña y de una Cataluña abjurando de España, que es el escenario en el que están Pedro Sánchez y Pere Aragonés ( ncon otros Actor es esperando su aparición en escena ), el chico de ficción se ha convertido en actores de carne y hueso que les dicen lo mismo: no os movais que ya vendrá Godot para señalaros la dirección que teneis que tomar.
Bien estaría que nuestros dirigentes políticos, todos ellos con Sánchez, Casado, Díaz, Abascal y Urkullu y Aragonés - y hasta Feijóo - al frente, leyeran la obra de Beckett y se vieran a sí mismos como actores del absurdo en el que han colocado a 46 millones de españoles y evitaran a este país las duras y peligrosas, pero evitables, consecuencias de repetir el final de "Esperando a Godot", cuando Vladimir le plantea a Estragón: "¿nos vamos?", y su compañero le responde: "si, vamonos", pero ninguno se mueve mientras cae el telón.