La polémica en torno a la entrevista en “The Guardian” del ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha puesto al descubierto, no solo que la derecha –y no tan derecha- no le perdona a Sánchez que haya pactado con la izquierda antisistema –ya no tan anti como al principio- y que va a seguir utilizando este argumento en las próximas citas electorales, sino lo difícil que lo tienen algunos ministros (y ministras) para salir en los medios de comunicación y a lo que tienen que recurrir en ocasiones para que se note que existen.
Un ejemplo, el ex ministro de Universidades, Manuel Castells, dimitió no solo por la oposición que sus leyes universitarias tanto de profesores como alumnos sino porque estaba siendo ninguneado por los grandes medios de comunicación (y en este caso también por los pequeños). En los dos años que ocupó su cargo solo pueden encontrarse alusiones a la forma de vestir –en camiseta- con la que acudió al Congreso en sus primeras apariciones.
A Castells no le entrevistaron ni siquiera cuando, tras muchos esfuerzos, consiguió dar a luz a sus anteproyectos legislativos, y se ha ido sin ni siquiera defenderlos en las Cortes. Su sucesor, Joan Subirats, ni eso, por ahora, como si no existiera.
Pero estos ministros “fantasmas” –porque solo aparecen de manera totalmente aleatoria- han aumentado tras la remodelación del gobierno hecha por Sánchez a mediados del año pasado, cuando echó del Consejo de Ministros a Carmen Calvo, José Luis Abalos o Pedro Duque, otro que no dio ni un pequeño titular.
En el ranking de ministras “discretas” habría que citar a la sucesora de Abalos en el antiguo Ministerio de Fomento (Obras Públicas) que desde 2020 se llama de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, a la que no se la cita ni siquiera cuando acude a la rueda de prensa posterior a los Consejos de Ministros.
La señora ministra se estrenó con la ampliación del aeropuerto de El Prat, en Barcelona, y cuando se vino abajo desapareció de la faz de las portadas sin que ni siquiera apareciera con la mini inauguración del Ave a Ourense –solo aparecían Sánchez y el Rey Felipe VI- o en las discusiones entre socialistas y podemitas sobre la nueva ley de vivienda.
Tampoco los medios dedican mucha atención a la ministra de Educación, Pilar Alegría, a pesar de que los temas educativos, ya sea para hablar del 25% del castellano en Cataluña, o para comentar la polémica sobre la vuelta a clase en medio de la nueva ola de micrón, están siempre en las portadas.
Desde luego Carolina Darias, la ministra de Sanidad, está muy lejos de protagonizar tantas noticias como daba su antecesor Salvador Illa y su fiel escudero Fernando Simón. Los medios la sacan pero a regañadientes.
Lo mismo les ocurre a Pilar Llop, la ministra de Justicia, que no es noticia ni siquiera cuando se habla de la polémica remodelación del Consejo del Poder Judicial, o la de Ciencia, Diana Morant, que lo ha intentado tímidamente al calor de las nuevas sobre una posible vacuna española contra el covid.
Pero si hay un caso curioso de “desaparición pública” es la de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que fue una de las más activas al comienzo de la pandemia, montando hospitales de campaña, y que poco a poco ha ido reduciendo su presencia hasta el punto que ni siquiera su reaparición en la Pascua Militar ha tenido alguna repercusión.
A medida que avanza la legislatura, Pedro Sánchez ha ido concentrando la atención de los medios, especialmente tras la dimisión de Pablo Iglesias y los ceses de Calvo y Abalos. Todo queda reducido ahora a las tres vicepresidentas, con clara ventaja para Yolanda Díaz y Nadia Calviño, y mucho menos para la ‘ecologista’ Teresa Ribera que ha tendo que lidiar con el feo asunto de las subidas de la luz y el gas.
La nueva ministra de Política territorial, Isabel Rodríguez, sale porque es la portavoz de Gobierno, mientras que el titular de Agricultura, Luis Planas, es lo que se llamaba antiguamente un tecnócrata que se limita a hacer su trabajo sin meterse en política.
Un animal político como Miquel Iceta, ha perdido gran parte de su cresta con su nombramiento primero como ministro de Administraciones Públicas y ahora en Cultura y Deporte, al que cada vez se le pregunta menos por los temas catalanes.
Curiosamente, otro tecnócrata, el de Seguridad Social, José Luis Escrivá, aparece más en los medios como el principal contrapunto ideológico a los ministros de Podemos –liberalismo frente a socialismo- lo que le da un cierto aire político que seguramente él no ha buscado.
La ministra de Industria, la vallisoletana Reyes Maroto, pareció querer jugar un papel más importante en el previsible despegue del turismo el pasado verano, e incluso con la recuperación de la producción de automóviles, pero poco a poco sus proyectos fueron cayendo en el olvido, sobre todo con el cierre de la fábrica de Nissan en Barcelona, que tanto la Generalitat como el Gobierno central, habían prometido evitar. Y a pesar de su condición de antigua militante socialista se limita a regir el Ministerio sin muchas concesiones a la política.
De Félix Bolaños se esperaba mucho más como sustituto del mago Iván Redondo, pero ha dado poco de sí y de hecho se le valora más también como técnico que como político, lo mismo que el de Exteriores José Manuel Albares. Ninguno de ellos es protagonistas de muchas noticias.
Las dos ministras de Podemos, Irene Montero e Ione Belarra, han pasado también a un discreto segundo plano, a la espera qué da de si el yolandismo como sustitución del “iglesismo”. Si la vicepresidenta de Trabajo no cumple las expectativas ellas tendrán que buscar una solución o simplemente marcharse a casa , como han hecho ya varios ex dirigentes de Podemos.