El bochorno que produce ver los apresurados abrazos que se dan en el banco azul el presidente y sus dos vicepresidentas junto a la ministra de Hacienda debería llevar al primer ministro de Felipe VI a aceptar la dimisión de su equipo de confianza. Ni Bolaños, ni López, ni Hernando, ni mucho menos Yolanda Díaz han cumplido con su oficio de sastres parlamentarios. Lo de Meritxell Batet entra en otra dimensión que se acerca y mucho al ámbito judicial. No merece la pena comentar, ni mencionar al resto de los protagonistas de esta obra que parece sacada a trozos de los cuadernos del marqués de Bradomín.
Todo lo visto y oído desde antes, durante y en el inmediato después de la aprobación por un voto de la tantas veces anunciada Reforma de la Ley de Relaciones laborales que pariera el gobierno de Mariano Rajoy es un puro disparate, una tomadura de pelo a la ciudadanía, un desprecio a la necesidad que tiene España de mostrarse como un miembro sólido y creíble ante Europa, una metedura de pata que pagamos entre todos y de la que son responsables los dirigentes políticos. A la cabeza, el Gobierno, pero inmediatamente detrás el resto de formaciones. Han colocado sus intereses partidistas por encima de todo lo demás.
El Rey Felipe tiene más que motivos para sentirse, otra vez, prisionero de la actitud y comportamientos de la clase política, que se comportamiento como Cortes años capaces de mentir una y mil veces a quien está al frente del Estado y no del Gobierno. Como Príncipe de Asturias hasta 2014 ya consiguió su propio récord para la historia: ser el rey más viejo en llegar al trono.
Acaba de cumplir los 54 años y nada indica - salvo la renqueante y recurrente mala forma física de su padre - que tras la abdicación de don Juan Carlos y los sucesión escándalos que han acompañado a la Corona pueda reinar de forma democrática y pacífica en una España que vierte el agua de la cordura y la sensatez desde las propias fuentes que dan sentido a la Democracia.
Son muchos los que desean que las famosas reivindicaciones republicanos se cumplan, ahora o dentro de unos años. Están tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político y pretenden que la III República sustituya a nuestra particular restauración monárquica y que la tataranieta de Alfonso XIII no llegue a suceder a su padre.
Felipe VI es el undécimo Borbón en ceñirse la corona desde que lo hiciera por primera vez el otro Felipe en el inicio del siglo XVIII, trescientos años en los que salvó los breves periodos de las dos Repúblicas, la presencia de Amadeo de Saboya y la dictadura del general Franco, la dinastía ha gobernado España con más pena que gloria, pues basta echar un vistazo a los reinados de Fernando VI, Carlos IV, Fernando VII e Isabel II para comprobar el desastre que ocasionaron y que nos ha acompañado prácticamente hasta la restauración democrática en la que hoy vivimos. Una historia que parecía superada por el actual Rey pero que desde el ámbito político se empeñan con singular maestría y contumacia impedir.
La historia puede enseñar tanto para bien como para mal. Nuestra Constitución apenas deja espacio para la intervención del Rey en los asuntos públicos pero a veces una llamada a consultas, una visitas a La Zarzuela, un Consejo de Ministros bajo la presidencia del Jefe del Estado puede ayudar a la gobernanza y a la imagen del país.
Luis I apenas reinó siete meses mientras que Fernando VI mantuvo el récord de 33 años hasta la llegada de Juan Carlos I que le ha superado ampliamente. Muchos son los que quisieron colocar al actual Rey en las ambiciones que llevaron al nefasto Fernando VII a conspirar contra su padre, algo que la realidad de estos siete años ha desmentido con hechos, que es la mejor forma de hacerlo.
De igual manera que otros más rebuscados y bajo el paraguas de la igualdad de mujeres y hombres intentaron poner en entredicho su sucesión en favor de su hermana Elena, la primogénita, que puede ser la última a la que haya afectado una norma tan vetusta, injusta y nada democrática como la "Ley Sálica".
Despejadas las incertidumbres legales y situado Felipe VI en el terreno real y cotidiano de estos tiempos nuestros, desde su polémico y parece que acertado matrimonio con Letizia Ortiz a los escándalos judiciales y puede que amorosos de su cuñado Iñaqui Urdangarin y las escapadas cinegéticas de su padre que le han terminado llevando a ese exilio dorado que es Abu Dahbi, Felipe de Borbón y Grecia se mueve entre dos de las obras más universales de la literatura, aparentemente sin nada en comûn pero que creo pueden explicar el hoy y el mañana de la monarquía española.
Es a la vez el Príncipe de Maquiavelo y el Principito de Saint-Exupery. Debe tener en cuenta los consejos y la experiencia vertida en cinco meses de exilio en San Casciano del consejero florentino; y estar dispuesto a recorrer el universo nada infantil del aviador francés durante su estancia en Nueva York.
Tiene y tendrá que tener en cuenta que al no gobernar y si reinar, las mayores dosis de temor que infunden los que nos gobiernan deben encontrar en él el antídoto contra el desánimo de los ciudadanos; que las pasiones humanas llevan a los poderosos a moverse entre lo que es y lo que debiera ser, perdiendo siempre la última. E incluso tendrá que aplicarse una de las máximas que el Nicolás de 1513 le hace llegar a Lorenzo de Medicis como una forma de ganarse su perdón: " a veces es necesario pecar para conservar el estado y la libertad". Y si en la ciudad - estado de Florencia era necesaria la regeneración política por más que el "modelo" fuese el español César Borgia, en la nación - estado española esa misma necesidad de regeneración se deja sentir en todas las capas de la sociedad. El silencio muchas veces es otra forma de hablar e incluso de gritar.
Si Felipe VI lee o vuelve a leer la segunda de las obras que hablan de príncipes y reinos, escrita 430 años más tarde, verá que los seis planetas que visita el habitante del asteroide B 612, con sus tres volcanes y una única y por eso más amada rosa, representan en el hoy español una buena porción de los problemas a los que nos enfrentamos, desde el rey al geógrafo pasando por el vanidosos, el borracho, el farolero y el hombre de negocios. Si el italiano Nicolás diseccionaba el mundo real para que el "poder" pudiera controlarlo por el mayor tiempo posible, el francés Antoine recurría a la imaginación para avisar de los peligros que conlleva la pérdida de la inocencia por la que todos pasamos.
La mejor manera de combatir a los peligrosos baobabs que todo lo complican, sobre todo cuando se les deja crecer de forma desordenada, es seguir uno de los consejos o principios básicos de todo líder que quiera serlo y no aparentar serlo: ser neutral ante los problemas es una desventaja.
Hoy la sociedad española, los ciudadanos españoles de toda condición no desean neutralidades, quieren compromisos. Tal vez el destino de Felipe VI y de la monarquía esté en resolver con inteligencia lo que significa la palabra neutral en nuestra Constitución.