El Partido Popular de Pablo Casado y de Alfonso Fernández Mañueco querían una mayoría absoluta o casi y lo que han conseguido, a nivel nacional, es cambiar a Inés Arrimadas por Santiago Abascal. Ha ganado la derecha más de derechas y vuelve a diluirse el cuarto intento de construir un centro en España.
Hay que reconocer que los populares han regresadoa la victoria en las urnas de Castilla y León tras la derrota sufrida en 2019. Una victoria pírrica ya que no tendrán más remedio que aceptar todas y cada una de las exigencias que ponga Juan García Gallardo, el hombre elegido por Abascal para demostrar que la España más de derechas le pertenece.
De igual forma tiene que reconocer el PSOE de Pedro Sánchez y Luís Tudanca que han sido derrotados. Han perdido en un doble frente, el de los grandes partidos y el de las pequeñas formaciones provinciales. El regionalismo ha regresado desde su pasado de los años treinta del siglo pasado para quedarse en el inmediato futuro. Lo hizo primero en Teruel, lo ha hecho ahora en Soria, en León y en Avila y puede que lo veamos muy pronto en Andalucía si Juanma Moreno se decide a adelantar sus propias elecciones autonómicas.
El derrumbe de Ciudadanos es clave para entender lo sucedido este domingo trece de febrero. Si Francisco Igea hubiera conservado cuatro o cinco escaños el panorama sería muy distinto. Los socialistas no gran sido capaces de recoger parte de ese “botín”, al igual que tampoco lo han hecho los populares.
El cansancio hacia las dos grandes formaciones, que se siente a nivel nacional, ha quedado plasmado en los votos de los castellano leoneses, y también en la alta abstención que se ha acercado y mucho al 50 por ciento de los que tenían derecho a pronunciarse en las urnas.
Se compruba un doble voto de castigo: primero para el PSOE que gobierna a nivel nacional, y otro menor, pero también muy claro, para el PP que gobierna a nivel autonómico. Ni Sánchez, ni Casado pueden estar contentos. Si extrapolamos los resultados de cara a unas elecciones generales lo que ocurrió con la llegada de Podemos y Vox a la escena política se convertirá en un presagio de lo que le está ocurriendo al bipartidismo.
Mañueco seguirá gobernando la autonomía y es el vencedor, pero detrás del escenario el. Que va a manejar el guiñol se llama Abascal y su jóven jinete. Nada podrá hacer el dirigente del PP sin su consentimiento, y la duda que tendrá que resolver Vox es si entra o no en el gobierno, si deja de estar en el extraradio de las grandes decisiones o comienza a “mojarse” de verdad en los asuntos públicos. Lo ha dicho el propio Abascal en su resumen de los resultados: quiere una vicepresidencia, la misma que ha tenido Igea. ¿Se atreverá Casado a autorizar a Mañueco a que lo haga?
No podemos olvidar otra verdad que ha salido de las urnas: la izquierda que representa Unidas Podemos ha fracasado. Sin medias tintas, su candidato,Pablo Fernández, se ha dejado un escueto escaño de los dos que había conseguido hace apenas dos años. Tanto Tudanca como él eran dos malos candidatos, sin carisma y sin imagen.
Vienen tiempos de negociación que pueden terminar en otra convocatoria electoral si el PP se empeña en negar la evidencia: depende de Vox si quiere mantener el poder autonómico y dependerá de Vox si quiere el poder nacional. La realidad es muy tozuda y el mensaje que sale y va a salir desde Castilla y León tiene dos destinatarios, uno tiene su despacho en el Palacio de La Moncloa, el otro en la madrileña calle Génova.
Si lo importante es gobernar, Fernández Mañueco lo ha conseguido. Al menos así parece. Lo va a pasar mal y hasta muy mal. Dice que ha entendido el mensaje. Lo veremos. Sus 31 escaños no le dejan más camino que negociar con García Gallardo.
Los siete logrados por las tres formaciones provinciales no le bastan. Sí o sí los únicos brazos que le esperan son los del candidato de Vox. Todo lo demás es soñar. Llega la hora de las dimisiones en el lado perdedor, desde la de Tudanca a la de Fernández, pasando por la de Igea. Sería admitir su propia responsabilidad.