Cuatro puntos de diferencia y el mismo paisaje político en Francia que en 2017. Lo más probable es que ocurra lo mismo dentro de 14 días con Emmanuel Macron recibiendo la avalancha de votos desde la izquierda de la “ Francia Insumisa”, que no lo es tanto y mucho menos de izquierda radical como se ha dicho en uno de esos informativos en los que (en este caso) la presentadora hace gala de leer bien, pero no de pensar y mucho menos de saber.
Tras la certeza de lo que iba a ocurrir y ha ocurrido, podemos tener la certeza de lo que va a ocurrir y ocurrirá: Marine Le Pen seguirá de líder de la oposición por otros cinco años, puede que los últimos, por cansancio personal o aburrimiento de sus votantes. Eric Zemmour seguirá con su papel de presentador en la televisión del magnate Vicent Bolloré y puede que hasta intente dar lecciones de periodismo audiovisual en España.
Desde la izquierda del todavía llamado Partido Comunista Francés y del todavía llamado Partido Socialista Francés se preguntarán si merece la pena mantener los nombres mientras los votos se alejan y puede que para no volver. Ni el periodista Fabien Roussel, ni la alcaldesa parisina, Anne Hidalgo, han podido llegar, entre los dos al cinco por ciento de los votos. Un desastre sin paliativos para los herederos de los viejos partidos de la izquierda.
Tampoco ha quedado muy bien la heredera de Jacques Chirac y Nicolás Sarkozy. Rozando el cinco por ciento pero a distancia sideral de los tres primeros. Valerie Pècresse. La vieja derecha francesa que se sentía heredera del general De Gaulle lleva ya dos elecciones siendo devorada por el mefistofélico Macron y la populista Le Pen. Con la herencia de su padre no basta, por más malabarismo dialécticos que intente.
Regresemos al futuro. Es preciso hacerse dos preguntas. La primera: ¿ qué pasará si una parte de ese 21 9% de los votos que consiguió Jean-Luc Melenchón - con su tercera derrota a cuestas por más que haya mejorado resultados - decide abstenerse o votar a Le Pen, cansada del actual presidente, en lugar de seguir las indicaciones de su candidato, tal y como hizo en 2017?
Y la segunda : si Melenchon hubiera conseguido 504.408 votos más, tan sólo uno más que Le Pen y fuese él el rival de Macron ¿habría aceptado llegar al Elíseo dentro de catorce días, con la necesaria ayuda de los votantes considerados de ultraderecha o rechazaría ese apoyo de forma pública con tal de sentarse en el “trono” republicano de Francia ?.
Más de uno y de muchos pensarán que Francia y España son dos países muy diferentes. Se equivocan. En ambos los grandes partidos tradicionales están en crisis pese a aparentar lo contrario. Desean volver al tranquilo, sosegado y previsible bipartidismo, pero la realidad es tozuda y la proliferación de formaciones, siglas y líderes alternativos ha llegado para quedarse, tanto a un lado como a otro de los Pirineos.
Los futuros votantes españoles tenemos que hacernos preguntas muy parecidas. ¿ Es la llamada extrema derecha europea la heredera directa del nazismo alemán, el fascismo italiano y el franquismo español?. ¿Quieren sus dirigentes lo mismo que querían Adolf, Benito y Francisco tanto para sus propios países como para el orden europeo?. Y la más importante, salvo que la mantengamos oculta bajo enormes capas de cinismo político: ¿ Si un partido se presenta a unas elecciones en un sistema democrático y consigue los votos y los escaños suficientes para formar gobierno o ayudar a formar gobierno se les debe impedir, por todos los medios necesarios, que lo hagan?.
Nuestros dirigentes políticos, desde Pedro Sánchez a Yolanda Díaz y desde Alberto Núñez Feijóo a Santiago Abascal, pasando por vascos, catalanes, gallegos, andaluces, murcianos, navarros, andaluces y así hasta las 17 Comunidades Autónomas que articulan este país, deben enterrar prejuicios ya muy gastados y afrontar la realidad, que es la que representan los votos. Si cualquiera de ellos o todos en su conjunto creen que Vox, por un lado, y la Cup y Bildu, por otro, no son democráticos y atentan contra la actual Constitución, lo que deben hacer es denunciarlos ante el Tribunal Constitucional y que sea éste el que decida.
Aceptar los votos para gobernar y hasta cambiar las bases del programa electoral como han hecho Sánchez en España, Juanma Moreno en Andalucía, Isabel Díaz Ayuso en Madrid y Fernández Mañueco en Castilla y León, es aceptar su condición de socios democráticos, por más que jueguen a falsas vergüenzas y ausencias que no hacen nada más que mostrar las dos caras de un mismo objetivo, ocupar el poder y distribuirlo entre los más fieles.
Para su consuelo y sus argumentos pueden recurrir al presidente norteamericano: si Joe Biden es capaz de olvidarse de sus juicios e intenciones sobre la Venezuela de Maduro, “ gracias” a la guerra de Ucrania, tal vez la solución para España esté en el tantas veces pedido y nunca cumplido Gobierno de concentración entre PSOE y PP. Una amplia mayoría estable, sin cesiones a los nacionalismo, sin chantajes de los grupos minoritarios, es lo que necesita este país nuestro. Todo lo demás es partir en desventaja respecto a los que se dicen nuestros socios en Europa.