Lo intentaron cinco hombres, con Manuel García Prieto a la cabeza, quien se convertiría en presidente del último gobierno constitucional bajo el reinado de Alfonso XIII. Se celebraron elecciones un año más tarde, el 28 de abril de 1923 y junto a los también liberales Santiago Alba, Niceto Alcalá Zamora y Rafael Gasset, el nuevo gobierno planteó un programa de grandes reformas al que se opusieron, por la derecha el Ejército, la Iglesia, la pujante burguesía industrial y la propia Corona; y por la izquierda el socialismo de Pablo Iglesias y los republicanos.
El “experimento” de darle la vuelta a la vieja España para que siguiera el ejemplo del resto de países europeos apenas duró nueve meses. En noviembre, con el beneplácito del Rey y el decisivo apoyo de la Iglesia, el general Primo de Rivera daba un golpe militar y destruía, otra vez, las esperanzas de regeneración pacífica de este país. Construir un centro político ya era por entonces tan difícil como lo ha sido a lo largo de los últimos cien años. Derechas e izquierdas estaban empeñadas en imponer sus ideas por encima de la convivencia, por destruir al adversario en lugar de levantar a un país que seguía preso de esos “demonios familiares” que volvemos a ver en este 2022 cada día.
Regresamos al futuro y con muy parecidos problemas. Si la Monarquía de Alfonso XIII sufría de la corrupción que rodeaba la Corte y terminaría por obligar al Rey a marcharse al exilio ocho más tarde, el desastre de Anual en Marruecos obligaba al Gobierno y a los dirigentes de los partidos a plantearse un nuevo estatus para el entonces Protectorado.
La deuda pública era tan elevada e insoportable como la actual. La Función pública y la propia estructura del Estado era obsoleta e inadecuada. Las diferencias sociales aumentaban cada año, con los ricos más ricos y los pobres más pobres. Se sucedieron los gobiernos, de la Dictadura de Primo de Rivera se pasó a la más blanda del general Berenguer, y ni las izquierdas, ni las derechas pudieron hacer otra cosa que constatar su fracaso.
Alfonso XIII comprobó el 14 de abril de 1931 que la mayoría de los españoles, sobre todo los que vivían en las grandes ciudades, lejos del caciquismo rural, optaban por los candidatos republicanos y no encontró mejor solución que marcharse junto a su familia al exilio abandonado hasta por los que unas semanas antes se proclamaban monárquicos de toda la vida. La Monarquía tenía unas obligaciones para todos los que consideraba súbditos que no cumplió. El viento revolucionario que llegaba desde Rusia hizo avivar las llamas del descontento. Hemos pasado un nuevo catorce de abril y volvemos a tener a un Rey en el exilio y a unos partidos políticos más empecinados en destruirse que en construir para aquellos a los que dicen representar.
La sombra de la República como objetivo redentor es alargada y tan falta de realismo como hace esos cien años. Nuestra actual Monarquía en poco o nada se parece a la que se derrumbó en las urnas. Nos conviene a todos repasar esta historia nuestra del último siglo para evitar cometer los errores que desembocaron en una guerra entre hermanos y en una larga Dictadura de la mano de otro general apadrinado en su boda por el mismo Rey.
En este abril de 2022 son muchas las voces de derechas e izquierdas que piden unas nuevas elecciones que lleven a un cambio en la presidencia del Gobierno e incluso los más radicales hablan de la posibilidad de un golpe de estado, un recurso al miedo del pasado que no hace sino colocar a los españoles ante un futuro en el que son millones los que pierden en los grandes temas que les afectan, desde la Sanidad a la Educación, la Vivienda y el Trabajo; y son unos pocos miles los que se enriquecen con un viejo conocido de estas tierras que habitamos, “ el estraperlo “, que ha cambiado de nombre pero que se rige por las mismas normas y casi por los mismos caminos.