La izquierda política francesa está condenada a votar a la derecha liberal como única forma de impedir que gobierne la derecha más conservadora. A esa izquierda que ha perdido el apoyo de los trabajadores no le gusta Emmanuel Macron pero se escuda en el estereotipo fascista que le atribuye a Marinne Le Pen para pedir que se vote al actual presidente.
Segunda vuelta electoral y más que previsible victoria de Macron, para tranquilidad de la mitad más poderosa y más envejecida de Francia y para enfado de la otra mitad, la que es la que mantiene la economía. Los mayores de sesenta años prefieren al inquilino del Elíseo, los jóvenes a Jean Luc Melenchón y la amplia franja de edad media se inclina por Le Pen. Eso dicen las encuestas y los resultados de la Primera vuelta. Significativo por lo que advierte sobre el futuro político en el país galo.
Las urnas dicen que Francia es de derechas. Lo seguro es que la izquierda representada por el Partido Socialista se ha hundido y va a tener que cambiar y mucho para volver a ser lo que fue hasta la presidencia de Hollande, si es que lo consigue. La otra izquierda, la “renovada” y que suma todas las decepciones del socialismo y del comunismo llega al 25 por ciento de los votantes, muy poco para convertirse en alternativa.
Este domingo, 24 de abril, es previsible que aumente la abstención entre los franceses que votaron a la izquierda pese a los llamamientos de sus dirigentes para que apoyen a Macron. Lo que les ofrecen los dos candidatos es una especie de dios Jano ideológico en el que sus dos caras son la representación global de la derecha. La permanencia del actual presidente depende del poder de convicción que tenga Melenchón entre sus votantes y del miedo que pueda causar todavía Le Pen entre los ciudadanos.
Los dos millones y medio de votos que consiguió el ultraderechista Zemmour irán a parar a su destinataria original y más veterana en la batalla de las urnas, lo que puede llevar a Le Pen a superar los once millones de papeletas. Su rival necesita, sobre todo, que los siete millones y medio que consiguió Melenchón le apoyen, con una pinza en la nariz si lo necesitan pero que no se queden en su casa. La abstención va a jugar un papel y la gran incógnita está en lo que hagan los más jóvenes, esa franja de edad entre los 18 y los treinta años a los que la retórica del fascismo y sus evidentes males les resulta cada día más lejana.
Lo más probable es que se vuelva a producir el mismo fenómeno que ocurrió hace cinco años y que nada cambie en la vida pública francesa para tranquilidad de la actual Europa comunitaria enfangada en la guerra de Ucrania, ese factor inesperado y que Macron no ha dudado en utilizar para acusar a Le Pen de haber recibido ayuda financiera por parte de Vladimir Putin, y ya sabemos que el “oro de Moscú” es mucho más pernicioso que el “oro de Washington”.
Importante papel el de los medios de comunicación franceses, todos en manos de los magnates - que no oligarcas - que forman la cúpula de la riqueza del país. Miremos la lista: Vicent Bolloré controla Vivendi ( presente en la española Prisa ), Canal + y CNews; Bernard Arnault es el dueño de Les Echos y Le Parisien; Bouygues está detrás de TF1 y LC1; Dassault domina Le Figaró; Drahi la tele o Altice y L´Express; Henri Pinault se hizo con el semanario Le Point. Cada uno de ellos ha pactado y apoyado al candidato que cree mejor para sus intereses, que a veces coincide con los de Francia y otras, la mayoría, con los suyos propios.
El domingo poder la noche la Unión Europea y la OTAN respirarán aliviadas, lo más probable, o contendrán la respiración consternadas. En Francia se juega mucho más que la presidencia del país. Una gran parte del futuro común depende de que sea Macron o Le Pen quien se haga con el poder. Desde Moscú a Washington y desde Pekín a Bruselas el equilibrio de la globalización se decide en las urnas francesas.
La incidencia en España será muy directa. La inevitable llegada a los gobiernos autonómicos de Vox y posiblemente a nivel nacional si en el próximo futuro Núñez Feijóo ganara las elecciones y necesitara los votos de Santiago Abascal y los escaños que consiga en el Congreso y en el Senado, hace que el cambio en el sur de Europa con una derecha más dura y nacionalista se globalice, de la misma forma que se globalizó la socialdemocracia hace cincuenta años.