En cuatro años el cambio en Andalucía será completo con una influencia decisiva en el resto del Estado de cara a las futuras elecciones generales. Ya ha pasado en Francia donde la múltiple y dividida izquierda ha tenido que ver otra vez cómo eran las dos caras de la derecha las que se disputaban ocupar el Eliseo.
Juanma Moreno no es Emmanuel Macron, ni Macarena Olona es Marine Le Pen, pero salvo que el candidato popular consiga la mayoría absoluta, en el futuro Gobierno andaluz podrá estar la mujer elegida por Santiago Abascal para representar sus colores.
Es verdad que la posibilidad de que se mantenga la alianza entre PP y Ciudadanos, que ha durado casi cuatro años, deje fuera del poder a Vox, que los 56 escaños que dan la mayoría absoluta en el Parlamento salgan de la suma de los dos partidos. Significará que Juan Marín logra mantener a flote el centrismo que representa y que sostiene con respiración asistida a Ines Arrimadas y a Begoña Villacís, a nivel nacional y en el Ayuntamiento de la capital madrileña. Posible pero difícil. Es más realista y probable que los escaños que vaya a necesitar Juanma Moreno estén bajo el mando de Olona.
Un poco de historia nunca viene mal. El 23 de mayo de 1982 el PSOE comenzó a ganar elecciones autonómicas en Andalucía. Sin parar hasta diciembre de 2018. Veintiséis años de gobernar que parecían inacabables. Vox, la derecha que desgajó Santiago Abascal del Partido Popular, produjo el milagro. Con un candidato inesperado y otra derrota electoral Juan Manuel Moreno expulsaba a la socialista Susana Díaz del poder y de rebote le daba una alegría a Pedro Sánchez, que se quedaba de dueño absoluto del socialismo. En aquel pecado estará la penitencia del 19 de junio.
Las razones son muy fáciles de comprender. Por un lado habrá un sentido nacional del voto, con el castigo al Gobierno de Pedro Sánchez, al igual que pasó en la Comunidad de Madrid. Por otro estará el débil liderazgo del candidato socialista, Juan Espadas, que se ha encontrado con un fortalecimiento del presidente Moreno. Y por último, la incapacidad de las siete fuerzas que deberían representar a los herederos del ya histórico 15M por presentar una oferta unida y con un candidato creíble.
La Alianza por Andalucía de Teresa Rodríguez quiere ir en solitaria, mientras que las otras seis formaciones, desde Izquierda Unida a Equo pasando por Podemos, Más País, Alianza Verde e Iniciativa del Pueblo Andaluz apenas están de acuerdo en el nombre con que el concurrirán a las urnas: “Por Andalucía”.
A partir del nombre aparecen los problemas del liderazgo y de las listas. Cada uno de los integrantes de esa mezcla - que es el “Frente Amplio “ que quiere unir Yolanda Díaz a nivel nacional - quiere imponerse en las listas, desde el guardia civil Juan Antonio Delgado a Toni Valero, pasando por la sindicalista Nuria López, el dirigente de Facua, Rubén Sánchez o la representante de Iñigo Errejón en la autonomía, Esperanza Gómez.
Demasiado nombres que tendrán que dejar a un lado sus egos y ambiciones antes del 15 de mayo, fecha en la que tendrán que presentarse las listas electorales. Esa dividida izquierda perderá votos y escaños en cada una de las ocho provincias andaluzas. Sin remedio y para satisfacción de sus adversarios de la derecha. Incluso si tuvieran que sumarse los votos de un muy disminuido Ciudadanos para llegar a la mayoría absoluta, las consecuencias del claro avance del PP y de Vox serían muy duras para el actual Gobierno de España.
Sin el respaldo electoral de Andalucía, la región que cuenta con más diputados en el Congreso es muy difícil sentarse en el palacio de La Moncloa. Será una suerte de revancha dentro del socialismo que se opone a Pedro Sánchez, que existe aunque no se le vea; y un rotundo no desde la Unidas Podemos de Ione Belarra y Alberto Garzón a los deseos de la vicepresidente segunda.