LLÁMEME TONTO
Los pocos economistas -muy pocos-, expertos en energía eléctrica, están en las compañías, y por lo que sabemos, las instituciones públicas, en clara desventaja, están tratando de formar aceleradamente en esta materia a nuevas hornadas de jóvenes graduados en economía y análisis de balances, que poder enfrentar a los expertos de las compañías eléctricas y así poder colocarse en una mesa de negociación en similares condiciones. Ya sea consumidor, grande o pequeño, o contribuyente, no desespere, porque parece que esto llevará todavía unos años.
Siempre se ha achacado a las compañías lo incomprensible del recibo de la electricidad. Siendo economista el que suscribe, quise hacer una prueba y dedicar parte del tiempo que empleo en preparar esta reflexión semanal, a entender mi recibo doméstico. Fue muy exigente; en paciencia.
Cuando llevaba cerca de dos horas y media hablando hasta con cuatro amables interlocutores del departamento de atención al cliente de la mayor eléctrica española, a los que hube de pedir al menos en dos ocasiones a cada uno que me repitiesen su nombre (sospecho por su acento que localizados todos ellos en Chile), estaba a punto de arrojar la toalla, pero finalmente fui capaz de ver la luz (viene que ni pintado), y ya metido en la tercera hora, empecé a poder atar los cabos suficientes para ¡eureka! entender gran parte de la factura. Después lo comprobé en un Excel y me cuadraba. Ventajas de emplear una tarde de viernes. Llámeme tonto.
POR INTUICIÓN
Pero ojo, no me mal interprete. No salí de la prueba entendiendo la formación de precios, algo a lo que renuncié tras pasar por foros especializados hace ya mucho tiempo cuando en el ejercicio de mis deberes como gestor de riesgos, me acerqué al análisis de la formación de precios de los derivados financieros que podría utilizar para hacer coberturas de los precios eléctricos, sino simplemente para entender los distintos conceptos de la factura, saber cómo funcionan, y tratar de prever así que pasaría cuando venciese mi contrato doméstico de precio estable.
Al fin y al cabo, recurriendo a lo que el presidente de la compañía señaló con sarcasmo, y por lo sufrió el escarnio público, no pertenezco del todo al sector de los “tontos” que se quedaron en el mercado regulado. Cuando me correspondió elegir, elegí el mercado libre. Simplemente por intuición y por cierto rechazo a todo lo que suene a regulación si no lo he analizado antes. Regulado suena bien, pero también suenan muy bien los nombres de muchos fondos de inversión cuyos rendimientos actuales nublan la vista.
Quizá ahora estoy en condiciones de entender mejor porque está resultando tan difícil para el Gobierno cerrar con las eléctricas y con la UE, las condiciones de un acuerdo para pagar de forma aplazada el precio subvencionado de la luz. Piense ahora en Alemania y las cuentas que no se estarán haciendo para saber si pueden o no soportar el coste de renunciar al gas ruso. La excepción ibérica la pagaremos todos, como también la renuncia alemana al gas ruso. Pero, aunque sea por intuición, ¿a qué no imaginaba otra cosa?