Si esta sentencia la hubiera dicho algún personaje público aquí en España , un buen número de políticos y de contertulios que por lo general son los personajes que peor se llevan con la verdad, a estas horas estarían bramando contra él pero la ha pronunciado Denzel Whasintong y en los Estados Unidos no ha habido nadie que le replique porque la masa crítica del periodismo norteamericano aún no ha perdido la vergüenza y son más numerosos los profesionales honestos que los que prostituyen su oficio vendiéndose al poder en vez de servir a la verdad en beneficio de la democracia. En cambio, hoy en España – y posiblemente en otros muchos países – cuando enciendes una televisión, escuchas una radio o lees un periódico no siempre puedes fiarte de lo que cuentan los periodistas en algunas áreas informativas, en particular en la información política o económica.
Cuando un gobierno oculta información y todo lo convierte en propaganda solo la prensa puede desmontar sus mentiras o medias verdades, salvo que acepte ser cómplice de los políticos de turno y se convierta en la barragana del poder. Eso está sucediendo en España de forma descarada, pero la culpa no la tiene el gobierno de Pedro Sánchez que lo único que hace es comprar voluntades y adhesiones, sino los dueños y responsables de los medios de comunicación que han decidido escribir al dictado de las consignas que reciben de quien les paga.
A veces pienso que, en Madrid y Barcelona, o Galicia y Andalucía, Valencia y otros lugares en los que se editan periódicos, puede haber un hombre bueno que toma decisiones informativas para proteger la verdad, pero me dura poco ese ingenuo pensamiento y se me agota la esperanza cuando recuerdo que según el Antiguo Testamento en Sodoma y Gomorra algunos disfrutaban al ser abusados.
A mí me encantan las columnas de opinión, de hecho, en este momento estoy escribiendo una y nadie me interrumpe mientras la escribo, aunque puede responderme por escrito y yo respetaré que se exprese con libertad, pero detesto las tertulias de hoy que son un fraude para engañabobos, consentido por sus víctimas que soportan un adoctrinamiento zafio en el que no hay argumentos sólo gritos, interrupciones y desprecio al oponente.
Pero como todo el mundo tiene derecho a desahogarse, incluidos los periodistas, pseudos o no, animo a que todo el que lo desee se desfogue en las redes sociales, donde unos se divierten otros se cabrean y algunos se ofenden y se ponen excelentes al responder desde un nombre falso como hacen los valientes gudaris de la red.
Como dice mi admirado Raul del pozo ¡Viva el vino!